Su cuñado, su culo. Gabriel se rió interiormente. Él conocía una intención más oscura cuando veía una.
Hazlett alzó su hombro.
– ¿Y su relación con ella, señor?
Él se desplomó pesadamente en la dura silla de roble del vestíbulo. No había sido invitado a sentarse. Era maleducado. Sin embargo, mientras Alethea no expresara ninguna objeción, él decidió que era responsabilidad suya despachar a Hazelnuts. Ella podría sermonearlo por su conducta más tarde.
– Somos vecinos -le dijo sucintamente-. De hecho, tengo algo para ella.-Apoyó su tazón en el piso y sacó de debajo de su brazo la fusta que a ella se le había caído más temprano durante el día-. Se dejó esto en la paja cuando me despertó hoy -le dijo cándidamente.
Las cejas de Alethea se levantaron.
– Qué considerado de su parte.
– Bueno, dado que estaba viniendo de cualquier manera…
– Todo ese camino para entregar un látigo -Hazlett masculló-. Como si no podría haber esperado hasta que sea de mañana o pudiese haber sido traído por un criado.
Gabriel sonrió abiertamente cuando ella tomó la fusta de su mano.
– Uno nunca sabe cuándo una pequeña disciplina será muy útil -le dijo-. Entiendo que uno no puede abrirle la puerta por la noche a cualquier persona que no sea segura, incluso aquí en el campo. ¿Quién sabe lo que las personas repugnantes podrían estar buscando?
Hazlett sonrió sin humor.
– De hecho. ¿Puedo llevarlo a su casa, ahora que su buena obra ha sido finalizada? Mi carruaje está justo afuera.
– No hay necesidad -Gabriel dijo frívolamente-. Tengo a mi caballo, gracias, y de hecho, he sido enviado por otra persona para un asunto diferente. Uno privado, debería agregar.
– ¿Un asunto privado? -Alethea y Hazlett dijeron a coro.
Gabriel hizo una solemne inclinación de cabeza. -Es más bien embarazoso. No tengo la libertad de revelarlo a nadie que no sea Lady Alethea.
Alethea presionó los labios y no hizo comentarios. Hazlett sacudió la cabeza rendido.
– Debería ponerme en camino antes de que la posada se llene para la noche -dijo-. Me encargaré personalmente de saber cómo estás de vez en cuando, Alethea.
Gabriel saltó sobre sus pies.
– Pienso que entre el hermano de ella y la parroquia, podremos preservarla de las malas influencias… ¿no lo cree, Alethea?
Ella murmuró algo por lo bajo. Él volvió a sonreír con brillante inocencia. Tenía la sensación de que estaba metiéndose en problemas con ella por juguetear. Quizá a ella en realidad le gustara este Lord Hazelnuts. Sin embargo, cuando finalmente el hombre se fue, Gabriel no sintió ni la más mínima culpa. Ninguna en absoluto.
Ni siquiera cuando Alethea lo miró y le preguntó, -¿qué hace usted aquí a estas horas de la noche, Gabriel?
– Vi una luz en la ventana…
– ¿Y una luz lo atrajo hasta mi casa? Mentiroso.
– Pensé que acababa de decir que había sido invitado.
– Oh, honestamente.
– ¡Qué bueno que haya venido! -Él citó-. Había perdido las esperanzas.
– Eso fue… -Ella se mordió los labios-. Una excusa.
Él se rió silenciosamente. -¿Entonces no soy realmente bienvenido?
– Gabriel, usualmente estoy acostada a esta hora.
El poderoso sentido de protección que él ya sentía ahora se mezcló con la lujuria.
– ¿Mejor tarde que nunca?
– ¿Es ese el asunto privado por el que ha venido?
Él vaciló.
– Mi ama de llaves me envió por un tazón de harina.
Ella sacudió la cabeza con resignación.
– Debería haberlo sabido. La Señora Miniver es la peor ama de llaves en el mundo. Sígame.
– Mi tazón…
– No importa. Le enviaré una bolsa.
Fue una larga caminata hasta las cocinas. Por una vez Gabriel bendijo la antigua arquitectura de épocas pasadas que separaba a un edificio de otro. Causaba ciertas incomodidades, pero le daba algunos momentos a solas con Alethea, aunque ella no pareciera inclinada para apreciar la oportunidad por sí misma.
Entraron en un oscuro vestíbulo con vigas de madera, al final del cual la luz del fuego resplandecía a través de la puerta arqueada de la chimenea de la cocina. Él le puso una mano en su hombro.
– No le gustaba ese hombre -le dijo suavemente.
Ella se dio vuelta, sus oscuros ojos evadiendo los de él.
– No. Gracias.
– ¿Por…?
– Su intervención fue bienvenida.
– ¿La molestó? -Le preguntó, su cólera encendiéndose-. Por Dios, ¿llegué demasiado tarde o justo a tiempo?
Ella sacudió la cabeza.
– Llegó en el momento perfecto.
– ¿Estaba afligida porque le trajo recuerdos de su hermano? -Él presagió, repentinamente sintiéndose torpe y no queriendo que este momento terminara. Sospechaba que ella no tenía muchas ganas de contestar, que probablemente esperaba que él se fuera.
Su voz fue apenas audible. -Fue desconcertante verlo, eso es todo.
Él frunció el ceño, dándose cuenta de que ella se había escapado de una respuesta sincera.
– ¿La estoy molestando?
Ella se rió inesperadamente.
– Sí. Sí. Desde el preciso momento en que posé mi vista sobre usted, usted ha sido un desconcierto. Siempre había esperado…
– Alethea.
Él la agarró por la cintura, sus ojos fijos en los de ella, y lentamente la moldeó contra su longitud. Por un momento ninguno de ellos se movió. Él pensó que era mejor actuar como si estuviera contemplando la situación en la que estaban, que confesar que su deseo por ella lo estaba atormentando.
– Gabriel -ella susurró-, esto es…
– No me hagas ir todavía. Por favor, por favor.
Ella se movió indecisamente, luego se apaciguó con beneplácito, elevando la mano para apoyarla ligeramente sobre su brazo. El cuerpo de él se endureció con desvergonzada anticipación. Necesitaba besarla tan desesperadamente como necesitaba el aire. Pero esta vez se preparó para lo que ella le haría sentir, y decidió que ella sentiría una agitación similar.
Él la contempló en silencio meditando, esperando, hasta que sus labios se abrieron en el más puro de los suspiros. Su invitación. Él deslizó su mano hacia arriba de su espalda, entre sus omoplatos, hacia su nuca, para sostener su cabeza. Ella no dijo nada, sus ojos oscuros deshaciéndolo, cuestionando cuál sería su siguiente maniobra.
Él inclinó su cabeza en respuesta. Ella se tensó. Él ubicó su otra mano firmemente en su cadera mientras sus labios tentaban a los de ella. Ella cerró los ojos. Su guardia se cayó, y el corazón de él golpeó con excitación hasta que cada pulso de su cuerpo hacía eco con la despiadada contención de su deseo.
Ella era suya por este momento. Él sabía eso mientras la besaba. Ella fue suya hasta que hizo un sonido confuso que le devolvió los sentidos. Incluso entonces él no pudo moverse, su boca todavía tocando la suya de manera que saboreaba su exhalación de aliento, el dulce sabor que deja el jerez.
– Lo siento. Creo que he perdido el hilo de nuestra conversación.
Ella sonrió, mirándolo a los ojos, y suavemente lo abofeteó en la parte trasera de su muslo con su fusta.
– Y yo creo que usted fue el que mencionó el momento oportuno para otorgar una disciplina.
Él cerró los ojos, permitiéndose un delicioso momento de auto-tortura. -Yo pedí eso.
– Y yo le pregunté qué está haciendo aquí a estas horas -dijo ella suavemente. -Podría haber enviado a un criado por harina.
Él abrió los ojos. -La estaba rescatando, ¿verdad?
Ella le arrastró la fusta hacia arriba de su pecho, delicadamente acariciándole la cicatriz de su garganta.
– A menos que usted haya estado espiando a través de las ventanas, no puedo imaginarme cómo habría sabido que necesitaba ser rescatada.
Ella giró, sólo para encontrarse a sí misma arrastrada hacia atrás y atrapada otra vez dentro de sus brazos. Su corazón revoloteó con una inesperada excitación cuando la miró directamente a los ojos. Ella no lo hizo, no podía, encontrar la fuerza para apartar la mirada. Él sonrió, entonces la apretó contra su pecho. Sin una palabra, bajó la cabeza y la besó otra vez.