– ¿Viernes? He hecho planes… Invité a la señora Bryant y a algunos otros amigos a cenar. Ha pasado un tiempo en que no nos hemos juntado.
Él suspiró.
– Está bien -dijo después de varios minutos-. Entiendo. Lo echas de menos a él, y todavía estás de duelo.
Él. Quería decir Jeremy. Ese bastardo flagrante que había sido canonizado en la memoria local.
Sintió que las lágrimas le quemaban los ojos. No eran lágrimas de dolor, más bien eran de amargura y frustración. Como le gustaría decirle a Robin la verdad. Pero si lo hiciera, su hermano nunca se recuperaría. Se echaría la culpa por no protegerla. Por no haberlo confrontado esa noche en Londres. Aun así, las palabras burbujeaban en su interior, como una peste pudriéndola lentamente, y ansiaba eliminarlas.
Pero, porque era la mejor manera de distraerlo, dijo:
– Invité a Gabriel Boscastle a cenar, también. Pensé que estarías en casa para hacer de anfitrión, o no lo hubiera hecho. Y sería de mala educación decirle ahora que no puede venir. Lo invité, y eso es todo.
CAPÍTULO 14
Un trotamundos no debería reunir ni musgo ni recuerdos. Gabriel estaba acostumbrado a salidas precipitadas y escapes no planeados, tanto de escenas de batalla como de alcoba. Ahora era prácticamente un hábito arrojarse sobre su caballo y cabalgar medio dormido hacia lugares desconocidos.
Pero no fue sino tres horas después, en el Gran Camino a Londres que se dio cuenta que el peso que sentía en el pecho no se debía al alivio habitual, sino a arrepentimiento. Viviría el resto de su vida preguntándose en lo que se había perdido al marcharse.
Maldición, un hombre no podía perderse lo que no conocía, ¿verdad? Y nunca antes había tenido un amorío con alguien como Alethea. ¿Quién diría que no sería su fin si se quedaba? Además, no podía imaginarse cenando en su casa sin hacer algo para merecer el destierro para siempre.
Por muy rudo que fuese, parecía más fácil retirarse que humillarse en su presencia.
Parecía más fácil soñar con ella, sabiendo que sus anhelos nunca se realizarían, que enfrentar el fin de sus fantasías más preciadas.
Al menos ese era el pensamiento con el que se consolaba cuando llegó a la mansión Mayfair de su primo mayor, el teniente coronel Lord Heath Boscastle. Podría haber aparecido como un gato callejero en la puerta de cualquiera de los Boscastles de Londres, y sería invitado a quedarse. De hecho lo había hecho más veces de las que podía contar, desde que había hecho las paces con este lado de la familia.
El hecho era que de todos sus parientes masculinos, Lord Heath parecía el menos probable a juzgar o hacer preguntas… una presunción que el más reservado de los hombres Boscastles hizo oídos sordos en el mismo minuto que Gabriel bajó la guardia en el estudio de su primo.
Era una habitación misteriosa, silenciosa y reverente, con una atmósfera de conocimientos antiguos y secretos no revelados, no muy diferente al ex espía de pelo negro como un cuervo, que estaba sentado en la penumbra evaluando silenciosamente detrás de su escritorio militar. Libros con lomos rotos y pergaminos cubiertos de cuero, muchos en lenguas arcaicas, llenaban los estantes que cubrían las paredes. Varios mapas de Egipto y Europa, campañas militares en relieve colgaban entre el encortinado mirador.
Gabriel comprendió que Heath no sólo había leído todos esos libros oscuros de su biblioteca, sino que lo más probable era que poseyera el intelecto para haberlos escrito. Era la esfinge de la familia, el calmado, del cual se decía que podía persuadir y obtener una confesión del adversario más duro. Su silencio ponía nervioso.
Gabriel se echo a reír.
– ¿Qué he hecho? ¿Qué pasa? Sólo he estado fuera unos días. ¿Qué pudo haber sucedido en una semana?
– ¿En esta familia? -Heath le dirigió una sonrisa socarrona-. No debería tener que explicar. Los Boscastles apenas requieren una hora para deshonrarse.
– Cierto. ¿No es eso parte de su encanto?
– ¿Dónde has estado, Gabriel?
– En Enfield, haciéndome cargo de una mansión en el campo, que gané a las cartas.
– ¿Enfield? ¿No naciste ahí?
Diablos, qué memoria. Gabriel nunca hablaba de su pasado con nadie.
– Sí.
Heath bajó la vista a la pila ordenada de cartas y documentos sobre su escritorio.
– ¿Y encontró el hijo pródigo lo que buscaba? ¿Evasión? ¿Diversión?
– Difícilmente -Gabriel contestó divertido.
– ¿Ninguna excursión secreta de regreso a Londres?
Se enderezó.
– No en la última semana.
Heath alzó la vista.
Años atrás, mientras Gabriel le hacía la guerra a sus demonios privados, se había aislado de los Boscastles de verdad, el tronco de Londres del notorio árbol genealógico ancestral. Pero en el pasado reciente se había hecho un confortable hueco para sí mismo en la familia, y mientras que el código de conducta de Gabriel todavía podía alzar las cejas en las casas estiradas, nunca había desvelado confidencias, ni se había visto envuelto en algún tipo de verdadera deslealtad contra sus primos.
– ¿Qué tipo de excursiones secretas estamos discutiendo, Heath? -preguntó, más cómodo ahora que había hecho una evaluación rápida de su consciencia por alguna fechoría oscura.
Esto no podía tener nada que ver con Alethea. Joder, había tenido la mejor de sus conductas, al menos para su antiguo código de sinvergüenza. La había besado. Eso no era una mancha negra en el libro de los pecados de los Boscastles. Sólo era el comienzo… y el mero pensamiento de volver a besarla, reforzó su deseo de volver.
Heath se limitó a sonreír.
– Que el diablo me lleve -dijo molesto-. Me olvidé del baile de cumpleaños de Grayson, ¿verdad? ¿En el que los boletos son para la subasta de una de las organizaciones benéficas de Jane? No me puedo imaginar que alguien me eche de menos en una muchedumbre como esa. Tendré que enmendarme. ¿Qué le podría comprar a Jane? Le gustan los zapatos y las joyas, ¿qué tal si le mando a hacer un par de zapatos de baile especiales para sus delicados pies, unos con diamantes en los dedos?
Heath negó con la cabeza. -El cumpleaños de Grayson es a finales de mes. Estás invitado. Siempre estás invitado.
– No siempre -dijo antes de darse cuenta de lo que había admitido. Ahí estaba el problema con Heath. Uno simplemente tenía que sentarse a solas con él e intercambiar unos comentarios sin sentido, y los secretos empezaban a derramarse como una fuente.
Aún así, había habido una época en que Gabriel no había estado en estrecha armonía con sus primos. Se había opuesto a ellos deliberadamente durante las pocas reuniones a las que había asistido. Había parecido fácil, en medio de esa camaradería Boscastles, fingir que su propia familia no se había desmoronado y que no había mirado con envidia al bullicioso grupo.
– Esa fue tu elección Gabriel -dijo Heath, sin ningún rastro de condena-. Te hubiésemos dado la bienvenida en cualquier momento. Si no recuerdo mal, fuiste invitado a todos los actos importantes. Tú y tus hermanos, nos rechazaron la mayoría de las veces.
– Esos fueron años difíciles para mi familia. Yo no era, precisamente, una compañía apta para la alta sociedad.
Heath encontró su mirada.
– Eso lo entiendo. Sin embargo nunca nos lo dijiste. Ni tampoco lo hizo tu madre.
¿Qué más sabía Heath de su pasado? ¿Cosas que Gabriel había olvidado o que nunca había contado?
– No entiendo -dijo-. Si no es un asunto de familia lo que me perdí, por qué estoy bajo tu sospecha, porque eso es lo que subyace a esta conversación.
– Mi sospecha, no. Pero tengo que admitir que tengo colegas en Londres que han venido a mí en privado preguntando por tu paradero reciente.