– Interesante. Debe haber un tesoro escondido en la cripta de la familia.
Webster frunció el ceño.
– No hay nada valioso ahí, que yo sepa. Es un lugar viejo y espantoso, pero perderlo me ha hecho parecer como un idiota.
– Helbourne no está en la apuesta -Gabriel dijo-. ¿Qué tal tres mil?
Webster se encogió de hombros, mirando a Gabriel repartir cinco cartas para cada uno.
– ¿Por qué no te vas a casa? -preguntó Gabriel suavemente, mirando la mesa.
Webster se ruborizó.
– Es fácil para ti decirlo cuando estás arriba. Pero no soy bienvenido en estos momentos, precisamente.
Gabriel se rió, aunque ya no estaba prestando atención. Colocó la undécima carta boca arriba, un rey. Webster gruñó.
– Punto -dijo Gabriel sin inflexión en la voz.
Webster pidió cartas nuevas e hizo un gesto al mozo para que trajese otra botella. La ventaja de Gabriel seguía. El juego continuó, Gabriel ganando la mayoría de los juegos, concentrándose, hasta que de repente levantó la vista y miró alrededor, sintiendo que lo observaban.
Dos caballeros familiares, con unas sonrisas demoníacas, flanqueaban la entrada. Sus primos Drake y Devon Boscastle, no por mera coincidencia en este antro. Asintió en reconocimiento, socarrón.
– No me digáis que vuestras esposas os quitaron el lazo esta noche.
Drake fue el primero en aproximarse, con una sonrisa cínica.
– Fueron ellas las que nos mandaron a observarte.
– Él ganó mi casa -se quejó Webster-. Me parece justo tener una oportunidad para recuperarla.
Gabriel negó con la cabeza. Había perdido interés en el juego, más contento de ver a sus primos de lo que demostraba. Habían hecho arder suficientes infiernos en sus días de solteros, pero sabía que probablemente era Heath el que los había mandado… ¿realmente, Heath no creía que era él, el que hacía todas esas trastadas en Mayfair?
– Mañana voy a Tattersalls. Le tengo echado el ojo a un caballo árabe para mejorar mis establos del campo.
Devon, el más joven de la pandilla de Bocastle de Londres, se apoyó contra la ventana con cortinas pesadas, con su largo cuerpo relajado.
– ¿Es verdad que te estás instalando en el campo?
– Confíen en mí -dijo Riverdale mirando su vaso-. Hay una mujer involucrada.
Webster negó vigorosamente con la cabeza.
– Créanme. No hay ninguna mujer para llevar a la cama en Helbourne. Ninguna digna de mencionarse… bueno, excepto Alethea Claridge, y ella podría estar viviendo en el Olimpo.
Drake Bocastle rodeó la mesa de cartas. Compartían con Gabriel una expresión sombría similar y unos hombros anchos y poderosos.
– ¿Por qué no cuenta? ¿Está casada?
– Estuvo prometida con el pobre Hazlett -dijo Webster-, hasta que le volaron las tripas con una bala de cañón. Cuando estuve allá, todo lo que hacía era andar a caballo y caminar con sus perros. No me prestó atención. No sé por qué.
Drake miró la cara baja de Gabriel.
– Bueno, a veces todo lo que una dama triste necesita es un poco de consuelo, un hombro para llorar.
Webster hizo un ruido grosero.
– ¿Estamos jugando cartas, o tomado té en beneficio de los parientes del difunto?
– Cinco puntos. Juego. -Gabriel se echó hacia atrás en su silla-. ¿Podemos cambiar de tema?
Webster entrecerró los ojos.
– No me digas que Alethea Claridge te llamó la atención, Gabriel. Ella está por encima de todos los hombres de este club.
Gabriel levantó su dura mirada de la mesa. Se dio cuenta de que sus primos estaban esperando su reacción como lo estaban el resto de los hombres que estaban al alcance del oído.
– Lady Alethea es sólo mi vecina, y una antigua conocida. No me referiría a ella como si fuese una cortesana.
– Tal vez en eso terminará algún día -dijo un abogado flaco que se había acercado a la mesa-. Vi a la dama hacer una visita a la señora Watson, tarde una noche, el año pasado. Me llamó la atención. Que belleza.
Gabriel se paró, con la cara tensa de rabia.
– No valoras tu vida, ¿verdad?
La mano de Drake cayó sobre su hombro.
– Prudencia, primo -murmuró-. Si retas al cretino a un duelo, por el honor de una dama, sólo le darás a la gente una causa para preguntarse si sus palabras tienen algún mérito.
– Pero no andará diciendo nada si lo mato -amenazó Gabriel-. Y no te hagas el hipócrita, primo. Peleaste más de un duelo por una mujer en tu época.
Los ojos de Drake centellearon.
– Por supuesto que sí. Pero es más fácil dar consejos a otro cuando uno no tiene el corazón comprometido.
Gabriel sintió una descarga eléctrica a través del cuerpo.
– Mi corazón no tiene nada que ver -dijo rápidamente-. Apenas conozco lo suficientemente bien a la dama como para arriesgar mi vida por ella.
– Pensé que la habías conocido años atrás -dijo Devon con una sonrisa inocente.
Gabriel frunció el ceño. Los diablos lo conocían demasiado bien.
– No hablamos más de unas pocas palabras.
Devon asintió astutamente.
– A menudo un asunto amoroso es mejor por no hablar. He aprendido la sabiduría de contener la lengua cuando Jocelyn está disgustada.
– ¿Podríais vosotros dos dejar de ser tan condenadamente amables? Quiero que este boca-abierta se trague lo que dijo, y que nunca más lo repita.
Drake y Devon volvieron toda su intimidante presencia Boscastle hacia el otro hombre, pues aunque estuviesen de acuerdo o no con Gabriel, él había arrojado el guante. Y la sangre Boscastle era más espesa que el brandy.
Un brillo de sudor apareció en el labio superior del abogado. Sacó un pañuelo de seda del bolsillo. Todos los ojos del salón estaban dirigidos hacia él.
– Tal vez me… me equivoqué.
Gabriel exhaló.
– ¿Tal vez?
– Bueno, estaba oscuro.
– Generalmente lo está en la noche -dijo Drake.
La voz del abogado se quebró un poco.
– Pensándolo bien, la mujer de la que estoy hablando, usaba uno de esos sombreros con velo.
– ¿Está seguro siquiera que era una mujer? -preguntó Devon con los brazos cruzados en el pecho.
El abogado hizo una pausa.
– Bueno, por supuesto… estoy seguro. -Tragó mientras el poder de sus miradas combinadas conspiraban contra sus nervios-. No. Ustedes tienen absolutamente toda la razón, y como hombre de mente legal, debía haberlo reconsiderado. En retrospectiva, podría haber sido la esposa del primer ministro…
– O el primer ministro -dijo Devon.
– Pudiera -dijo el abogado.
Drake forzó la risa.
– Ahí lo tienes, Gabriel. Todo está bien, ¿verdad? ¿Disfrutamos de lo que nos queda de la noche? No salgo desde que me casé.
CAPÍTULO 16
Menos de una hora después los tres hombres Bocastles estaban sentados en el coche de Drake, estacionado frente al exclusivo burdel de Audrey Watson. Drake y Devon observaban en silencio desapasionado a Gabriel soltándose la corbata y tragando media botella de brandy.
Los guardias de la señora Watson habían salido de la casa a investigar. Al reconocer a los Bocastles, los centinelas del prostíbulo inmediatamente se retiraron, sólo para volver un minuto más tarde con otra botella de brandy y una invitación personal de la propietaria para entrar. Los tres hombres se excusaron educadamente.
Finalmente se levantó un viento que trajo una lluvia fina. Gabriel, mirando por la ventana pareció no darse cuenta. Uno de los dos lacayos de Drake tosió sutilmente para que se decidieran. El cochero, un hombre más viejo que había pasado muchos más años al servicio del amo y era menos inclinado a las sutilezas, pateó con su bota pesada, la cabina.
Gabriel se dejó caer hacia atrás en el asiento, cubriéndose la cara con una mano. Por supuesto el abogado tenía que estar equivocado, o había una explicación perfectamente apropiada. Tal vez Hazlett había tenido una amante, y a través de la señora Watson las dos mujeres habían querido encontrarse y, bueno, hacer lo que dos mujeres hacían cuando se daban cuenta que habían estado compartiendo el mismo hombre que ahora estaba muerto. No iba a insultar a Alethea preguntándole por eso.