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De hecho iba contra sus intereses recordarle que había amado a otro hombre. Sería un caballero y pretendería que nunca escuchó nada acerca de su misteriosa visita que podía o no haber hecho al exclusivo serrallo de la calle Bruton.

Desgraciadamente, el problema era que a Gabriel hasta hace poco, no le había importado, si lo veían como un caballero o no, y él mismo había buscado entrar a este establecimiento, pero nunca había visto una dama como Alethea en ninguna de las piezas.

Lo cierto es que Alethea no se había envuelto en la vida alegre de las cortesanas desde la muerte de su prometido. Gabriel la habría reclamado en el mismo momento que hubiese sentido que estaba en el mercado buscando un protector. No. Por su dinero, era lo que parecía ser: una hermosa mujer joven cuyo potencial sensual se enterraría en el campo a menos que un terrateniente de mente aguda atrajera su atención.

Devon, no era precisamente el más paciente de los varones Boscastle, finalmente lo tocó con el pie.

– Bueno, anda. Audrey mandó una invitación. Ve a ver lo que puedes descubrir. No podemos sentarnos aquí como escolares con la boca abierta.

– No quiero entrar -dijo Gabriel obstinadamente.

Drake bufó.

– Bueno. Es un capítulo para los libros de historia. Que recuerde, nunca antes te negaste. Sólo entra y termina con esto. Cuando el corazón de un hombre está comprometido, es inútil evadir la verdad.

Gabriel negó indignado.

– ¿Por qué insistes en decir que mi corazón está implicado?

– Si no es un asunto del corazón -dijo Devon-, debe ser algo corporal, y no dudo que Audrey también tiene una respuesta para eso.

Gabriel apretó los labios.

– Eres tan elocuente y agradable, ¿por qué no entras y haces los honores?

– ¿Yo? -Devon levantó las palmas-. Soy un esposo devoto, ya me metí en un problema antes por una visita a Audrey, a pesar de que era inocente. Jocelyn me coronaría si lo hago otra vez.

Gabriel se volvió a mirar a Drake, que dijo francamente.

– No. Mis días de sesiones privadas en lo de Audrey ya pasaron. El hecho que hayamos estado sentados aquí durante una hora será publicado en todos los diarios y me presionarán duramente por una explicación. ¿Qué dices Gabriel?

Sonrió resignado.

– Digo que no hay un bálsamo en Gilead ni en Londres para mí. Nos vamos.

CAPÍTULO 17

¿Una simple carne asada con patatas untadas con mantequilla y… manjar blanco? ¿Pierna de carnero y repollo picado con compota de frutas? Alethea había revisado el menú para la cena del viernes por la noche, más de una docena de veces. Había escuchado a la señora Bryant, que había escuchado de la señora Minivert, que Gabriel había ido a Londres unos días por un negocio no especificado. Y cuando el jueves por la mañana el cielo azul de septiembre y las nubes de tormenta se acumularon sobre las colinas, trató de no tomarlo como una profecía o de no preocuparse porque él no había vuelto. O preguntarse si al final volvería.

Entró las vacas, y a pesar de las protestas de Wilkins, el cuidador del parque de su hermano, ayudó a reparar el gallinero y el palomar. También se aseguró que Wilkins pusiese otro cartel en el puente a Helbourne Hall… una buena lluvia arrasaría con el riachuelo, el camino local, y todo lo demás, vivo o no, que estuviese a su paso. La actividad física le calmaba los nervios. Una dama de campo no se podía quedar sentada.

El jueves por la tarde la tormenta llegó desde la costa. Alethea apenas tuvo tiempo para su cabalgata después del té, que incluyó una pasada por Helbourne Hall, y no, no estaba comprobando si Gabriel había vuelto. Pasaba todas las mañanas por su casa como parte de su ejercicio diario.

Pero se puso a llover intensamente, justo cuando iba galopando por el camino de la entrada a casa. Al anochecer los campos de Gabriel yermos y baldíos estarían cubiertos de lodo. Aunque dudaba que le importara.

Hubo una vez que ella creyó en cuentos de hadas. Había confiado en el príncipe guapo que sus padres le habían escogido, que le había robado no sólo la virtud, sino también los finales felices.

Por lo tanto no tenía sentido que esperase domesticar a un hombre que nunca había pretendido ser virtuoso con ella. Y sin embargo eso esperaba.

Cuando llegó a casa, estaba empapada hasta el forro de su capa. Tiritando, pero determinada a mantener su buen ánimo, le ordenó a los criados que llevaran al comedor, dos candelabros góticos, que medían más de siete pies de altura. Compró un canasto de flores a las gitanas que vinieron a su puerta, a pesar que la señora Sudley la reprendió delicadamente por la extravagancia y murmuró que se las habían robado del propio jardín de Alethea.

Y si no volvía el viernes, Alethea sabría que era una causa perdida para siempre.

Lo había hecho lo mejor que podía. Incluso había invitado a un puñado de vecinos comunes a comer para que conocieran a Gabriel y después compartieran un amistoso juego de cartas.

Si Gabriel escogía declinar su invitación sólo reflejaría sus malas maneras y probaría lo que cada uno en Helbourne pensaba en privado de él.

Cada uno desafortunadamente, excepto ella. No sabía por qué trataba de probarle al resto de la parroquia que estaban equivocados.

CAPÍTULO 18

El viernes en la mañana, durante un aguacero, llegaron dos mensajes separados para Alethea. Uno había sido enviado por su hermano donde le explicaba que se había visto obligado a quedarse debido al mal tiempo y que probablemente estaría de vuelta el sábado por la mañana. No preocuparía a Alethea cabalgando en la tormenta.

El otro venía de Gabriel que le comunicaba que lo esperara para comer, con tormenta o con cielo despejado, y por favor, ¿podría perdonarlo si no estaba muy presentable? Llegaría directamente a su casa y no tendría tiempo de ir a cambiarse.

Alethea sacó de quicio a su pobre cocinera.

– ¿Qué piensa señora Hooper? ¿Es Sir Gabriel un epicúreo o no?

La criada de rostro rubicundo frunció el entrecejo con esta pregunta.

– Bueno, eso es difícil de contestar. Nació en Inglaterra, ¿verdad? Y perteneció a la caballería. Así que yo creo…

Alethea contuvo una gran sonrisa.

– ¿Opina que no es un comensal sofisticado?

– No tengo que hacer sopa de tortuga, ¿verdad? No soy muy afecta a los platos extranjeros.

– Santo cielo, no. Estaba pensando en un sabroso corte de carne y uno de tus deliciosos pudines de ciruelas.

La señora Hooper asintió de acuerdo.

– Una comida inglesa abundante. Establezco mi límite de tolerancia al servir caracoles en mi mesa. El Señor Gabriel parece ser un joven hombre saludable que no creo que aprecie gusanos como comida.

– Tampoco me podría imaginar que el Señor Gabriel coma caracoles.

– Bueno, los soldados tienes que arreglárselas bajo circunstancias duras. Confía en mí, milady, organizó una mesa apropiada.

– Tus talentos culinarios no están en duda -dijo Alethea-. Sólo si nuestro invitado de honor estará aquí para apreciarlos.

Gabriel había realizado el viaje en un tiempo considerable desde Londres, decidido a que el mal tiempo no lo disuadiera. Había salido el viernes antes que saliera el sol y llegó a Helbourne Hall con apenas una hora para bañarse y cambiarse con su ropa de vestir. Con suerte estaría presentable para la cena. Afortunadamente era una cabalgata corta a la casa de Alethea, la lluvia había parado y no se iba a avergonzar de sí mismo llegando tarde.

Pero le tomó una frustrante media hora, que no había anticipado, atravesar el largo camino entre los bosques. Deseó, demasiado tarde, haberse dado el tiempo para reparar el puente. Mientras iba a paso lento, por el punto fatal del cruce, se imaginó haber oído los espíritus inquietos de la jovencita y de su asesino que habían muerto ahí hacía un siglo.