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– Tonto -se dijo. ¿Cuándo había empezado a creer en fantasmas? ¿Cuándo, siquiera, había dedicado un solo pensamiento a los amantes con mala estrella? ¿O al amor, en todo caso?

Alethea se apresuró por pasillo, abrió la puerta del frente y salió a los peldaños mojados con la lluvia. El pequeño parque que rodeaba la finca brillaba a la luz de la luna como si lo hubiesen salpicado de brillantes. Respiró la humedad con un estremecimiento de placer. Algo mágico destellaba en el aire. Pensó que podría ser la esperanza.

– Te arruinarás el pelo, milady, y el vestido -la advirtió el ama de llaves-. Ninguna persona en su sano juicio vendrá a cenar con este tiempo. Una vergüenza, toda esa excelente comida se perderá.

Alethea no le prestaba la más mínima atención. Estaba mirando con deleite al jinete vestido de oscuro que acababa de salir del bosque. Gabriel, más guapo de lo que podía soportar, estaba aquí.

Había mantenido su palabra. Bajó corriendo los escalones para recibirlo, llevando la mano a su boca cuando vio manchas de barro en las botas hessians y en la capa de vestir forrada en seda.

Con una gran sonrisa, desmontó frente a ella. Uno de los mozos de cuadra corrió a tomar el caballo de Gabriel.

– Alguien tiene que reparar ese puente -dijo él-. Tendré una seria conversación con el dueño de la propiedad.

– Oh, Dios -dijo con simpatía bajando la mano-. Has arruinado tu ropa elegante.

– También tú te estás mojando. -Aunque obviamente ella se vería elegante con cualquier cosa que usara. O con nada. Especialmente con nada. La respiración se le detuvo al pensar en la lluvia deslizándose sobre su cuerpo desnudo, en ser invitado a abrigarla con sus manos. Su boca. Supuso que no podía besarla acá afuera sin arriesgar ser vistos.

– ¿Gabriel?

Se aclaró la garganta.

– ¿Sí?

– ¿Hay alguna razón para que estemos parados aquí? -preguntó con una sonrisa fugaz que daba a entender que adivinaba lo que estaba pensando. No. No era probable. Alethea era tan pura de corazón, uno de esos seres inocentes que siempre daban el beneficio de la duda a hombres como él que no lo merecía.

– ¿Estamos esperando a tu hermano? -preguntó mirando más allá de ella a la casa.

Ella sonrió.

– Mi hermano no podrá reunirse con nosotros, desafortunadamente. Mandó sus disculpas. Y te recuerda.

Gabriel escondió una mueca. Podía imaginar que lo que Lord Wrexham recordaba de él no era halagador… todas las peleas en la escuela, las travesuras. Mientras el conde más reflexionara acerca de esos días, desafortunadamente, menos alentaría a Alethea a invitar la compañía de Gabriel.

Ella se mordió el labio, como si estuviese tentada de reírse.

– Pasa. Vickers, el ayuda de cámara de mi hermano, está en casa. -Giró, y lo tomó de la mano-. Él te quitará el barro. Está acostumbrado. Y si te vas a quedar…

Ella se detuvo, soltándole la mano de repente.

– Creciste en el campo. Espero que no te esté diciendo algo que no sepas.

Él sonrió.

– No importa. Probablemente me he olvidado de lo que sabía. Mi vida era…

– ¿…desagradable? Eso recuerdo. Pero las cosas son diferentes ahora.

Él pasó los dedos enguantados a través de su mejilla.

– Te estás empapando.

– No me importa la lluvia -dijo con una voz tan suave como el humo.

– Tampoco a mí. -Trazó con el dedo un húmedo surco de gotas de lluvia desde su cuello al hombro-. Podemos cenar aquí afuera si quieres. Todo lo que echaremos de menos será la luz las velas.

– Oh, Gabriel. -Ella sacudió la cabeza como si recuperara los sentidos-. Para ser soldado, creo que tienes un poco de poeta en tu alma.

– Estás bromeando.

– ¿Nunca puedes aceptar un cumplido?

– No sé. Podría, cuando me merezca uno.

– Vamos. Oigo un carruaje que viene por el camino.

– ¿Realmente invitaste a otra gente?

Se quedó mirándolo asombrada.

– ¿Creíste que eras el único que venía a cenar?

Una sonrisa le cruzó su dura cara bronceada por el sol.

– No me hubiese importado.

CAPÍTULO 19

Le dio indicaciones para ir a la habitación de su hermano, llamó a Vickers, y se escapó a su propia habitación a arreglarse el pelo. Naturalmente, éste había tomado vida propia, rizándose salvajemente en cada dirección, desafiando su peineta. Nunca había visto a Gabriel en ropa de noche, y su oscura elegancia la había dejado sin aliento y decidida a verse de lo mejor. Pensó llamar a su criada, pero en seguida se paró a mirar su reflejo desaliñado en el espejo.

– Esto -dijo disgustada-, es en lo que se transforma una mujer joven que pasa mucho tiempo con los caballos. Oh, caramba, mira este vestido. Sólo una cabeza de chorlito se pararía en la lluvia con un vestido de seda verde claro. Yo soy el escándalo de la parroquia, no Gabriel.

Tenía que cambiarse y apurarse. Podía sentir voces conversando abajo. Sus invitados, desafiando la lluvia para cenar con ella. Tenía que verse por lo menos no como una vagabunda.

Sacó un vestido de noche de gaza delgada color limón del guardarropa y trató de desabrocharse la espada. La puerta se abrió atrás de ella.

– Estaba a punto de llamarte, Joan. Tengo tres minutos para verme presentable. Y si puedes ayudarme con estos broches…

– Lo puedo hacer de dos en dos.

Giró asombradísima, mirando los azules ojos risueños de Gabriel. Su negro cabello corto había sido cepillado y brillaba, su capa descartada, el barro removido de su chaqueta de noche y sus pantalones ajustados. Gabriel, un demonio guapo como nunca lo había visto. ¿Y cómo se veía ella? Una desarrapada vestida a medias con el pelo como un pajar.

¿Qué estaba haciendo él en su habitación? ¿Y por qué no le ordenaba que saliera inmediatamente?

– Permíteme -dijo él.

– ¿Permitirte qué?

– Hacerte ver presentable. -Su examen cálido le advirtió que la presentación era lo menos importante en su mente, una sospecha que demostró al agregar-, aunque estaría condenado si hubiese algo más atractivo que tú en estos momentos.

Una ola de excitación malvada la invadió. Era estupendo, arrogante, entretenido… y estaba solo con ella en su dormitorio.

– No debías estar mirándome en absoluto.

– ¿Tienes una media que pueda usar como venda? -le preguntó, el brillo de sus ojos azules desmintiendo la pregunta bien educada.

– ¿Una media?

– Estoy tratando, Alethea, de ser un caballero.

Nunca había escuchado una afirmación tan absurda en su vida. Y mientras estaba parada ahí, completamente inmóvil, él pasó las manos por sus hombros y le desabrochó expertamente el vestido.

Ella se tragó un grito de indignación.

– Gabriel Boscastle -dijo en una voz muy baja que la hizo sonar como una niñita estúpida saludando a un admirador en su primera reunión-. Eso no fue un acto de caballero.

Él se encogió de hombros ligeramente.

– Sólo dije que trataría, no que tendría éxito.

– Bueno, esfuérzate más. -Ella miró alrededor por un chal para cubrirse o bien a sí misma o a su guapa y burlona cara-. Baja y tómate un brandy.

– ¿Debería traer uno arriba para ti?

– No, baja y preséntate tú mismo a quien quiera que haya llegado.

– ¿Me veo suficientemente arreglado para tu fiesta? -le preguntó con una sonrisa viril claramente diseñada para desarmarla. Usaba una camisa de muselina con volantes debajo de su larga chaqueta entallada.

Ella suspiró.