Él frunció el ceño afectadamente.
– ¿Son los volantes? Nunca he sido un hombre de volantes y adornos.
– ¡Estás en mi dormitorio!
– Me debo haber perdido. -Pasó la mano ligeramente sobre su hombro medio desnudo-. O de lo contrario tengo instintos infalibles.
– Tienes los instintos del diablo -susurró.
– Querida -la regañó-, ¿Es esa la forma de hablarle a un invitado?
– La puerta está justo atrás de ti. -Ella tembló suavemente. Los dedos estaban causando encantadores estragos sobre su hombro-. ¿El tocador y la cama dan una impresión de comedor?
Él miró alrededor.
– Pensándolo bien, no. -La acercó más a él-. Debo admitir, sin embargo, que me abres el apetito más que ninguna otra cosa que haya visto en un banquete. -Su voz se hizo más profunda-. ¿Es esa tu cama?
Ella tomó aliento. Trató de no pensar en lo que él tenía en mente, trató de no imaginarse debajo de él en su cama, su poderoso cuerpo sobre ella.
– Sí.
Él fizo una pausa.
– ¿Dónde duermes?
– Pensaría que es obvio.
– ¿Justo debajo de esa ventana? -le preguntó, mirando más allá.
– ¿Quieres una descripción del techo? ¿de los aleros?
– Puedo ver tu habitación desde la mía.
– ¿Cómo sabes que esta es la mía? -ella le preguntó sin pensar.
Una sonrisa curvó sus labios.
– Gabriel -dijo en un susurro-. Esta es la casa de mi hermano, y como tal…
– Me encanta tu pelo suelto -dijo en voz muy baja-. Nunca me imaginé que era tan largo y brillante. ¿Por qué no lo usas suelto más a menudo? Te ves como una de esas princesas italianas de una pintura.
– Una dama de nuestra época debe seguir ciertas reglas -logró pronunciar-, y un caballero de hoy, no…
– … ¿se aprovecha?
Pero él lo hizo, frotando su mejilla recién afeitada contra la de ella, antes de apoderarse de su boca con un beso duro sin disculpas. Y luego otro hasta que la boca de ella se suavizó debajo de la delicada agresión. La mano se cerró alrededor de su cintura, atrayéndola contra su cuerpo, hasta que ella se sintió a sí misma ceder ante su fortaleza.
¿Peligroso? Sin duda.
Pero como un fuego a mitad del invierno, el calor que él le ofrecía la atraía. Y si se quemaba, ¿eso no sería mejor que la fría soledad del año anterior?
Abrumador, la calidez de su boca sobre la de ella. Seguramente el invierno no duraría para siempre.
– Gabriel…
Cuando abrió los labios fue con la intención de objetar, pero él se burló penetrando con la lengua profundamente en su boca. El rostro de él estaba borroso a la luz de la vela. Ella se estaba deslizando, inestable, entre la oscuridad y la luz, entre la entrega y la auto protección.
– Cabalgué todo el camino de vuelta de Londres en la lluvia para estar aquí – susurró.
– Para cenar -le recordó estremecida.
– Lo siento. -Arrastró la boca contra su mejilla-. No lo puedo evitar. Eres todo encanto, y pureza, y…
Ella sacudió la cabeza confundida. -¿Entonces por qué te estoy besando?
Él trazó la curva de su cadera con la yema de los dedos.
– Porque soy todo peligroso y malo, una tentación para la pureza, y siempre lo he sido. -Hizo una pausa, sus ojos brillantes-. ¿Quieres que te ayude a quitarte el vestido?
– ¿Qué? -Respondió ella, muerta de la risa como si no lo hubiese oído bien.
– Sé que no es apropiado, pero ya que estoy aquí, mejor será que demuestre que soy capaz de hacerlo. Odio estar parado siendo un inútil.
Alethea apoyó la mano contra su firmemente musculoso pecho, preguntándose por qué su voz baja la estremecía, cuando debería hacerla correr. Apropiado. Inapropiado. Una vez, las líneas que demarcaban su conducta habían estado claramente talladas. Sabía con quién casarse, de quién ser amiga, en quien confiar. Ahora esa imagen de lo que debía ser estaba manchada. No podía juzgar por el pasado.
Ni podría volver nunca a lo que había sido en sus años de gloria, aunque dudaba que llegase a ser lo que un hombre como Gabriel, inevitablemente, desearía. Arruinada o no, ella no podría entregarse a sí misma a una vida de placer sin amor.
Tomó una inestable respiración. Él ya le había liberado los broches imposibles del vestido. Y mientras ella había estado perdida en sus pensamientos, descansando en su abrazo, también había desenlazado la camisola en un hombro.
Hombre malvado y arremetedor. Tal vez ella no había solicitado su seducción, pero ¿había hecho algo para disuadirla?
– Gabriel -dijo con severidad.
Su hermosa boca esculpida le rozaba la parte superior de los pechos. Con alguna magia oscura, había desamarrado esas ataduras también. Ella jadeó, sus rodillas doblándose en una involuntaria sumisión. Sensaciones, prohibidas y estremecedoras, bajaban como cascadas sobre ella. Sus pezones se apretaron. Profundamente en su útero se acumuló un calor pulsante. Ella saboreó el extraño placer, por algunos minutos más.
– Diablos, Gabriel -susurró sintiendo que sus brazos la sostenían-. No te invité para esto.
Tropezaron hacia atrás cayendo en el sillón al lado del ropero, sus muslos abiertos la sostuvieron. Ella levantó la mano con toda la intención de empujarlo. Pero por el contrario, envolvió su brazo sobre el hombro, en un gesto que hablaba más de entrega que de determinación.
Era una sutileza del lenguaje que él entendía demasiado bien.
– Te pido disculpas -murmuró él, sus ojos febriles, de un brillante azul caliente.
– Ya lo creo.
Levantó la vista brevemente de la parte delantera del vestido.
– Si no fueses una dama en todo el sentido de la palabra, la más decente que alguna vez haya agraciado mi patética vida, yo…
Ella presionó los dedos sobre los labios de él.
– Espero que esto no haya tenido la intención de ser un ejemplo de tu control.
– Confía en mí, Alethea. Por ti le he puesto cadenas con llave a mis deseos y me tragué la llave.
– Te has convertido en un hombre sin principios.
– ¿Crees que puedo cambiar?
– No a tiempo para la cena. -Ella llevó las manos atrás para tratar de cerrar el corsé, torpemente-. Oh, cómo voy a explicar por llegar tarde a mi propia fiesta y apenas ser capaz de…
La boca de él se estiró en una sonrisa cínica.
– Pareces estar teniendo dificultades para respirar. ¿Tal vez debería soltarte más broches?
– Si no puedo respirar apropiadamente, no tiene nada que ver con los lazos apretados del corsé.
– Ah. -Su sensual voz le envió escalofríos por los brazos-. ¿Entonces, puedo asumir que hay sólo otra razón?
Ella hizo una leve sacudida con su cabeza. Lejos estaba de ella el admitir que él había logrado trastornarla más que sus ataduras. Y si ella no recuperaba el control, se encontraría completamente deshecha, en todo el sentido de la palabra.
– ¿Sabes por qué las damas se aprietan tanto dentro de su corsé? -preguntó él, procediendo a juntar las partes del corsé y del vestido-. No es para realzar sus encantadoras formas. Es para mantener alejados a canallas como yo.
Ella miró a otro lado, su respuesta apenas fue audible.
– Aunque no detiene a los peores, sin embargo.
Extraña respuesta.
Por un momento alarmante, él se preguntó que habría querido decir. Si no hubiese estado ocupado tratando de restringir sus instintos canallas, pudiese haber tenido la perspicacia de preguntarle. Pero siendo el hombre débil ante la carne que era, estaba totalmente absorto en el atractivo terrenal de ella. Quería cualquier excusa para continuar.
Él había tenido alguna experiencia con la inocencia.
Era más versado en los placeres oscuros.
Vi a la dama hacer una visita a la casa de la señora Watson, tarde una noche.
Sin embargo Gabriel juraría por todo lo valioso que tenía, que ella era inocente. Seguramente, Alethea nunca había oído hablar de la señora Watson, e incluso si lo hubiese hecho, era muy bien educada como para admitirlo.