Audrey simplemente había sonreído y le dio unos minutos para que se calmase.
– Eres una joven encantadora, Alethea -dijo por fin-. No tengo ninguna duda de que podrías ganarte la vida como una prostituta.
– Una…
– Sin embargo -añadió Audrey-, no creo que seas apropiada para mi establecimiento. Eres simplemente demasiado trágica. Ningún hombre quiere pagar una fortuna para retozar con una compañera infeliz.
– No pensé que importaría.
– Querida, has sido arruinada y desilusionada. Las damas que trabajan para mí no ven su ocupación como un castigo. Es un privilegio ser una cortesana profesional.
– ¿Un privilegio? -preguntó débilmente.
– Tendrías una cierta libertad. Si terminas casándose con ese sinvergüenza tuyo, vas a compartir su cama y serás maltratada por el resto de tu vida.
– ¿Entonces qué hago? -susurró -. ¿Qué hago ahora?
– Espera.
– ¿Para qué?
– Tengo la sensación de que esto se resolverá con el tiempo. Cómo, no lo sé.
Inclinó la cabeza, avergonzada, dudosa. Había seguido el consejo de Audrey… y esperó. Mirando hacia el pasado, se dio cuenta de lo mucho que había ayudado tener una mujer de experiencia que la escuchara.
– Perdóname -dijo ahora, encontrándose con la sonrisa cauta de Audrey-. No…
– …me conoces en absoluto -dijo Audrey con una sacudida de cabeza en advertencia-. Somos sólo dos damas en una fiesta que se reunieron por accidente en el jardín.
Alethea soltó el aliento.
– Si el marqués consideró adecuado invitarte a su fiesta, madam, no fingiré ignorarte.
– Valientes palabras -dijo Audrey irónicamente-. Sedgecroft, sin embargo, es intachable y no tiene necesidad de complacer a nadie excepto a él mismo. -Examinó a Alethea con una mirada experta-. Me complace verte mucho menos trágica que la noche en que nos conocimos. ¿Es cierto que has captado el interés de Gabriel Boscastle?
La amenaza de pasos que se acercaban desvió la atención inmediata de Alethea. Se volvió distraídamente, continuando sólo cuando parecía que la persona había tomado otro de los innumerables senderos del jardín.
– Sir Gabriel y yo somos vecinos -respondió finalmente, sospechando que esta respuesta no engañaría a una mujer con la experiencia de la Sra. Watson.
Audrey se rió.
– Es el último hombre en la tierra que encasillaría como un granjero.
– El campo tiene sus encantos -dijo Alethea, con una sonrisa delatadora.
– Siendo tú uno de ellos -dijo Audrey con un suspiro afable-. Os deseo a ambos lo mejor. Hubo un tiempo, no hace mucho tiempo cuando pensé que Gabriel se convertiría en un visitante asiduo. Entiendo ahora qué… o quién… ha provocado la misteriosa desaparición de nuestras diversiones.
Alethea miró alrededor, bajando su voz.
– ¿No le vas a decir? Ni siquiera estoy segura que cuando hablé contigo esa noche estaba en plena posesión de mis facultades mentales. No tengo idea que haría si supiera la verdad.
– Te prometí que guardaría tu secreto -dijo suavemente Audrey-. No podría haber construido mi reputación divulgando secretos.
– Tenía la esperanza de poder confiar en ti.
Audrey la miró con reproche.
– Hay muy pocas personas en este mundo en las que confío. Me siento honrada, sin embargo, al contar con la familia Boscastle como mis amigos. No te traicionaré.
– Gracias.
Audrey asintió gentilmente.
– Puede parecer extraño que una cortesana se jacte de su discreción, pero los asuntos privados son mi negocio.
– Entiendo -murmuró Alethea, aunque la mención de la pasada asociación de Gabriel con la casa de la Sra. Watson no había escapado a su atención. Dudaba que él hubiera ido allí a pedir consejo o consuelo… bueno, no el consuelo de naturaleza emocional que Alethea había necesitado en esa triste noche. Aún con la amabilidad de la Sra. Watson, le complacería muchísimo a Alethea que ni ella ni Gabriel volvieran a hacer uso de su experiencia.
– No sé cómo decirle -admitió.
– ¿Crees que la verdad alterará sus sentimientos? -dijo Audrey.
– No estoy…
– Silencio -Audrey se volvió bruscamente para estar de cara a la fuente-. Alguien viene. Te beneficiaría ignorarme hasta que seamos presentadas públicamente. A menos que decidas no reconocerme.
Alethea se enderezó.
– He aprendido, Sra. Watson, que no son las personas más criticadas de la sociedad las que merecen censura. Tendré el honor de reconocer una relación contigo si nos volvemos a encontrar.
CAPÍTULO 29
Gabriel miró al suelo pensativo. Había ido directamente con el hermano de Alethea a decirle su intención de casarse con ella, pero el conde estaba enfrascado en su propio coqueteo. Gabriel había decidido esperar más o menos media hora, aceptando la oferta de Drake para caminar por el jardín. Naturalmente, tenía la esperanza de encontrarse con Alethea. Y la encontró. Pero no de la forma que esperaba.
Era consciente que Drake había oído tanto de esa conversación condenatoria entre Alethea y la Sra. Watson como él. Sin duda su primo había llegado a la misma inevitable, sin duda, única conclusión que un hombre podía llegar.
El intercambio, aunque breve, que había ocurrido entre Alethea y la Sra. Watson lo hirió en lo más profundo. Indicaba una alianza previa, un lazo clandestino más que una amistad casual. Había estudiado con la suficiente maestría las expresiones enmascaradas a través de las innumerables mesas de juego en su vida para captar una señal.
Y si había una pequeña esperanza en el corazón de Gabriel de haber malinterpretado esta comunicación, se desvaneció por el evidente intento de su primo de disminuir el golpe.
– Bueno, las fiestas de mi hermano son una fuente inagotable de escándalo y diversión.
Gabriel sacudió su cabeza. Bajo la sensación de entumecimiento, el dolor se intensificó.
– No digas una palabra más. No hay necesidad que ninguno de los dos entre en detalles sobre lo que es obvio.
Empezaron a caminar hacia la celebración en curso sobre el césped. Ninguno de los dos habló durante un rato.
– No sé si lo que oímos implica necesariamente un engaño por parte de Alethea -dijo finalmente Drake-. Al menos no en la profundidad que sospechas.
– ¿Esperas convencerme de que conoció a Audrey Watson en un baile de campo?
– Cuanto más lo pienso -continuó Drake-, hay una docena de explicaciones posibles que no indican culpabilidad de su parte.
– Siento la necesidad de golpear a alguien, Drake. Me encantaría mucho cometer un homicidio en este momento. Por favor no me insultes más pidiéndome que niegue lo que ambos escuchamos.
– Lo siento.
– Si estuvieras en mi lugar, ¿creerías que es completamente inocente? -preguntó Gabriel con desprecio.
Drake le lanzó una sonrisa cautelosa.
– Probablemente no. Pero por otra parte no soy conocido por tener el temperamento más calmado de mi familia.
Lo que era un eufemismo completamente. Drake había sido famoso por el mal humor que su reciente matrimonio parecía haber dominado si no vencido. Él y Gabriel, de hecho, antes habían discutido a menudo, una rivalidad que se había convertido en una inesperada camaradería.
– ¿Y con cuál Boscastle -reflexionó Gabriel en voz alta-, soy comparado más a menudo?
Drake se rió con simpatía.
– Si insistes en pelear, tendremos que ir al local de Jackson. Jane tendrá nuestras cabezas si arruinamos el día de Grayson.
Un joven de cabello rubio salió detrás de un arbusto. Su rostro se iluminó al reconocer a los primos Boscastle.
– Allí estás, Gabriel. Te he estado buscando por todas partes.
Gabriel frunció el ceño mientras otro hombre… el gemelo, en realidad, del intruso… apareció en el camino.