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– ¿Es verdad? No me respondas. Estoy de acuerdo. Helbourne Hall está embrujado y tiene una reputación perturbadora.

Rehusó moverse mientras avanzaba hacia ella.

– Lo mismo se podría decir del dueño actual.

Avanzó hasta que quedaron apenas separados.

– Si estoy embrujado, es por ti.

El corazón le aleteó. Nunca antes había visto el dolor desnudo en la cara de un hombre. Sus instintos femeninos deseaban sacarlo de su humor atormentado, a pesar de lo que había hecho hoy.

– Debes estar poseído por un demonio -le dijo angustiada-. Nunca te había visto con este ánimo.

– Nunca he estado con este ánimo, Alethea.

– ¿Entonces, te importaría decirme qué te puso de tan mal humor? Estabas bien cuando te dejé con tu primo. Estabas… bromeando.

Sonrió fríamente.

– Continúa.

– ¿Qué continúe con qué? -preguntó con impaciencia-. Nos separamos con el acuerdo de que anunciaríamos nuestro compromiso. Y tomé limonada con tu familia.

La indagó con los ojos.

– ¿Y entre nuestro último encuentro y la limonada?

Ella sacudió la cabeza confundida.

– Caminé por el jardín, Gabriel.

– ¿El jardín de las delicias terrenales?

– El jardín del marqués, tu primo -dijo, como si fuese tonto.

Miró a otra parte.

– ¿Caminaste sola?

– Había otra gente en el jardín -ella vaciló-. Otros invitados.

– Caminaste con Audrey Watson -le dijo, mirándola acusadoramente.

Se quedó mirándolo con el corazón en la garganta.

– Sí.

– ¿Y tu defensa? -le preguntó muy bajo.

– ¿Necesito una?

Cerró los ojos.

– ¿Estoy enamorado de… una aspirante a cortesana? Si es así, por favor dímelo ahora.

Alethea no le respondió al principio. Estaba demasiado impresionada para encontrar las palabras. ¿Había hablado con Audrey? ¿Podría haber obligado a la mujer o encantado, para que rompiera la confidencia de Alethea? ¿Quién le había dicho que había hablado con Audrey?

– ¿Es eso lo que te dijo la señora Watson? -preguntó, temiendo su respuesta.

– La señora Watson no me dijo una maldita cosa. De hecho, no he hablado con ella, después de veros juntas. Sin embargo escuché la conversación con mis propios oídos. Con Drake de testigo.

Sintió que se le helaba la sangre.

– Escuchaste a escondidas, Gabriel -le dijo en voz baja-. Te escondiste en los arbustos cuando podías haber anunciado tu presencia y haber satisfecho tu curiosidad.

Él se rió amargamente.

– Tal vez no estaba preparado para saber que la mujer de la cual estoy enamorado es una…

– …cortesana -dijo con la voz calmada-. Ya lo dijiste antes, y lo puedes repetir otra vez.

– No te acuso -dijo rápidamente-. Solo pregunté… bueno, maldición, Alethea. ¿Qué conclusión debería sacar de tu conversación con ella? Creo que merezco la verdad.

– ¿Cuánto has bebido, Gabriel?

– No lo suficiente para alejarme de ti.

– Creo que deberías irte de esta casa ahora -dijo débilmente.

– ¿Y no verte jamás? -le preguntó desconcertado-. ¿No merezco por lo menos una explicación?

Ella negó con la cabeza. Que enredo.

– Sí, pero no mientras estés tan disgustado y hayas asustado a los criados de mi hermano.

– Perdí los estribos. No fuiste honesta conmigo, ¿verdad?

– ¿Honestamente deseas saber cómo me siento en estos momentos, Gabriel?

– Sí. Honestamente sería un cambio agradable en este punto.

Ella entrecerró los ojos.

– Quiero que te vayas -dijo con la voz quebrada-. No oscurezcas mi… mi vida otra vez.

Él resopló.

– Dices eso como si tú hubieses hecho la mía mejor.

Se mostró insultada.

– ¿No fue así?

– No. -La boca se le curvó en una sonrisa dura-. Me has hecho miserable.

Se quedó sin aliento, rehusando llorar.

– Si fuese un hombre te llevaría afuera y te mataría.

– Demasiado tarde -le dijo burlándose-. Morí en el momento en que te vi.

Ella jadeó.

– Desprecio el aire que respiras.

– Maldigo el día en que fuiste concebida.

Ella lo alejó de un empujón.

– Al menos mi origen es conocido.

– Pensando en eso, no te pareces en nada a tu hermano.

– ¿Bueno, y sabes lo que pareces? -preguntó ella con una sonrisa amarga.

Él bajó su rostro al de ella.

– Dilo.

– Un… un condenado canalla. Eso es. Ahora vete.

Él resopló.

– No me puedo escapar lo suficientemente rápido.

– ¿Todavía estás aquí?

– Maldición, Alethea, no vine a pelear.

– Sin embargo no has hecho otra cosa.

La miró devastado. Ella sentía que la rabia se le desmoronaba, quería que la tomara en sus brazos.

– ¿Puedo volver mañana en la mañana? -preguntó más tranquilo.

– Será un caos. No estaré sola.

– Entonces te voy a seguir al campo. -Se quedó mirándola fijamente-. ¿Me has engañado con otro?

Ella se echó a reír, sus ojos llenos de lágrimas.

– ¿Qué crees?

– ¿Me amas?

Ella cerró los ojos. Sus brazos la envolvieron. Su boca se aplastó en la de ella. Su beso encendió unas pequeñas llamas muy profundas en su interior. Aun así, sentía frío, miedo, vergüenza por no haberle dicho la verdad, vergüenza de la verdad misma.

– Ven conmigo ahora -le susurró al oído-. Quédate esta noche en mi casa, y hablaremos. Pruébame tu amor.

– Ya te he probado mis sentimientos -le dijo suavemente-. Ahora te toca esperar hasta que lo sepas todo antes de decidir si todavía me quieres.

Su respiración le calentó el hueco de la garganta.

– Te voy a querer siempre.

– ¿Cómo tu esposa? -le preguntó, negándose a reaccionar mientras la besaba debajo de la mandíbula.

– ¿Hay alguna razón para que no puedas casarte conmigo? -la mordió el hombro en un gentil escarmiento-. ¿Tienes otro esposo? -La tomó la mano y la llevó al sofá-. ¿Tienes una vocación secreta?

Ella se volvió, pero él aún aseguraba su mano, arrastrándola hacia abajo a su lado.

– Tienes un golpe en la mejilla -dijo ella con desesperación-. Y has… has estado algo peligroso esta noche, te diré.

– Tal vez.

– Qué maleducado.

– Sabías lo que era desde el principio. -Pasó sus dedos callosos bajando desde el hombro a la corrida de botones de la manga-. ¿No era eso lo que te gustaba de mí, Alethea? La verdadera pregunta, yo creo, es ¿Qué eres tú? ¿En qué te has convertido?

– Puedes ser antipático, ¿verdad?

– También sabías eso.

– No. Sabía que me importabas. Sucio, sombrío, lanzado al camino de la auto destrucción. Me habría parado directamente en ese camino para salvarte. Pero nunca imaginé que la batalla sería contigo.

– ¿Vas a renunciar a mí?

Ella giró la cabeza.

– Hay un coche afuera. Probablemente es mi hermano y mi prima. Les íbamos a comunicar esta noche que nos íbamos a casar.

– Entonces haz el amor conmigo antes de que entren. -La acarició bajando desde su nuca, su espalda, el comienzo del trasero, con los nudillos enguantados.

– Por favor, verte a casa ahora Gabriel.

Él escondió la cara en su pelo.

– No, no me voy a ir. De hecho, podría acampar en este salón hasta el próximo invierno. ¿Me quieres todavía?

Una sombra de pena oscureció los ojos de ella. No quería que otro hombre la reclamase diciendo que la quería cuando lo único que tenía en el corazón era rabia.

Su boca la quemaba como un fierro al rojo vivo en la garganta.

– Sólo te quiero a ti, y quiero la verdad. Sé honesta conmigo.