– ¿Y si después me odias? -preguntó angustiada.
Se le apretó el pecho con un presentimiento. ¿Qué verdad podría estar escondiendo? ¿Se había ofrecido como cortesana? Si así fuese, tendría que aceptar esa sorpresa desagradable. Sabía que había amado a un hombre. ¿Pero otros hombres? ¿Qué había hecho ese año en que todos asumieron que estaba de duelo? No sabía si podía tolerar el dolor. Podía ser hipócrita, pero en sus sueños la había hecho suya hacía una década. ¿Quién se la había arrebatado?
– Perdóname por insistir en la honestidad -dijo con ironía-. No siempre recuerdo ser un caballero.
Los ojos de ella resplandecieron.
– Escasean por estos días.
– ¿No soy tan decente como tu querido difunto, Hazlett? -continuó, incapaz de controlarse-. ¿Fue él quien liberó el deseo que compartimos?
Ella se quedó inmóvil, y él supo que la había herido.
– No quise decir eso.
Desvió la cara.
– ¿No?
– Maldición, Alethea, no te puedo dejar ir, no importa lo que eres. Por favor, ven a casa esta noche.
– ¿No importa lo que soy? -preguntó suavemente.
– Cualquier cosa que seas, no renunciaré a ti.
Sacudió la cabeza, herida.
– No haré el amor contigo mientras estés con este mal humor.
Los cascos de los caballos sonaron en la calle. La puerta de un coche se abrió y se cerró de un portazo. La mirada cínica de Gabriel le examinaba la cara.
– ¿Me amas, Alethea?
– Sí. Pero no me preguntes por qué.
– ¿Hay alguien más?
Se quedó mirándolo fijo, al borde de las lágrimas.
– No, hombre estúpido.
– ¿Entonces, me dirás todo?
– Sí. No es lo que estás pensando. Audrey solo me aconsejó.
– ¿Consejo? ¿Sobre qué?
– No puedo… no puedo decirlo.
– Por Dios, Alethea. ¿Qué es?
Ella sacudió la cabeza.
La puerta detrás de él se abrió.
– Te amo – le dijo él, su voz baja. Y ahora tenía que enfrentar la verdad de que sin importaba de que se tratara su explicación, sus sentimientos por ella no cambiarían.
CAPÍTULO 33
A Lord Wrexham se le escapó una palabrota cuando volvió de la fiesta y divisó el carruaje de Gabriel frente a su casa.
– ¿No tiene nada de decencia, este hombre? -le gritó a Lady Pontsby, que tenía una opinión completamente diferente de la conducta de Gabriel.
– No te metas en la casa sin ser anunciado -le advirtió mientras se bajaban del vehículo y subían juntos los peldaños.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó airadamente-. Es mi casa y por lo que puedo ver, ese libertino y Alethea, están solos. Tengo el derecho a interrumpir cualquier…
Robin se calló abruptamente mientras el lacayo le abría la puerta para que entraran.
– ¿Qué está haciendo Sir Gabriel aquí, Bastwick? ¿Y dónde diablos está mi hermana?
El lacayo movió la cabeza, confundido.
– Nos pidieron que no interfiriéramos, milord.
– ¿Interferir qué? -inquirió Lady Pontsby, plantándose deliberadamente en medio del pasillo para evitar que Robin avanzara.
– Sabes perfectamente bien que -replicó él-, esa es una pregunta que difícilmente le hace uno a un lacayo.
– No lo sé. Tampoco tú. Así que contrólate.
– Deja de tratar de estorbarme.
Ella levantó su voz. -¿ESTOBARTE EN QUÉ, ROBIN? SIR GABRIEL ES UN CABALLERO DE VERDAD. NO ME PUEDO IMAGINAR QUE ESTÉ HACIENDO NINGUA TRASTADA EN ESE CUARTO.
Él le frunció el ceño completamente disgustado y subió las escaleras hasta la puerta del salón. Sabía muy bien que había tratado de alertar a Boscastle y a su hermana. A decir verdad, si Gabriel y Alethea se estaban comportando inapropiadamente, no tenía ninguna gana de entrar y pillarlos desprevenidos en un encuentro amoroso. Pero era tiempo de parar una situación que parecía no tener límites decentes.
– Por lo menos golpea -lo apremió Lady Pontsby detrás de él.
– No soy un intruso en mi propia casa.
Sin embargo, golpeó. Pero para demostrar su firmeza, no esperó por una invitación para entrar. Para su gran alivio, Gabriel estaba de pie en la ventana, y Alethea estaba tiesa como una bayoneta, sentada en un sillón.
– Perdón -dijo sin convicción-. No sabía que estabas acompañada, Alethea. Espero que tu invitado…
Gabriel se volvió.
Los ojos de Lady Pontsby se agrandaron.
– …tu invitado… – Robin se atragantó, mirando el ojo morado de Gabriel-. ¿Alethea te hizo eso?
Alethea saltó del sillón.
– Que suposición más ridícula.
Lady Pontsby se colocó al lado de Gabriel.
– No importa querida. Tu hermano no quiso ofenderte. Es que… ¿cómo se hizo esa desagradable magulladura, Sir Gabriel, si no le importa contarnos?
Gabriel suspiró.
– Tuve la mala suerte de interrumpir una pelea, sólo para que mi rostro sea utilizado como un amortiguador entre las partes oponentes.
Lord Wrexham observó preocupado a su hermana.
– Y esta pelea… que dice haber parado… ¿fue la razón de que abandonara tan groseramente a Alethea, en la fiesta?
– No, exactamente.
– Entonces no entiendo lo que pasó hoy -dijo Lord Wrexham.
Gabriel echó una mirada mordaz a Alethea.
– Yo tampoco.
– Entonces tal vez usted debería irse, señor, así mi hermana podría darnos su versión de la situación.
Gabriel vaciló, estudiando a Alethea hasta que ella finalmente lo miró.
– Tal vez debería -dijo él al fin-. Le haré una visita tan pronto vuelva al campo.
Lord Wrexham pareció confundido con esa declaración.
– ¿Tiene más asuntos pendientes conmigo, señor? -preguntó él bruscamente, haciendo que su hermana y Lady Pontsby, fruncieran el ceño.
Gabriel suspiró, tomando su sobrero y chaqueta de la silla, y se fue solemnemente hacia la puerta.
– Con su permiso, su hermana y yo nos casaremos tan pronto como sea conveniente. Creo que desea una boda en el campo. Los Boscastles, por su parte, insistirán en lo contrario. A mí me da lo mismo dónde nos casemos, pero supongo que el marqués preferiría una boda privada en su casa.
Lady Pontsby dio un ahogado grito de deleite. Alethea podía haber reaccionado de cualquier manera… Robin estaba demasiado sorprendido como para prestarle atención, a pesar de su papel estrella en esta obra sin precedentes. Había pensado, a medias, estrangular a Gabriel por supuestas ofensas no confirmadas. Pero ahora que Boscastle se iba a convertir en su cuñado, tenía que tragarse las críticas y poner buena cara.
– Pero… ¿cuándo pasó esto? -le preguntó a Gabriel mientras se marchaba.
– Hace siete años, cuatro meses y trece días, para ser más preciso. -Gabriel se paró en la puerta para sonreírle sombríamente a Alethea-. Hora más, hora menos.
CAPÍTULO 34
No tenía idea de lo que estaba haciendo. Había herido a Alethea esta noche y a él le dolía aún más. Ahora que había hecho de sí mismo un tonto monumental frente a ella y su familia, se preguntó si esa alianza con Audrey Watson siquiera importaba.
¿Podría amarla para siempre si había sido una cortesana en secreto? No podía haber sido una larga y exitosa carrera. Y no era como si él no hubiese tenido relaciones con prostitutas y buscado una invitación abierta de Audrey. Pero era hombre, y ahí estaba la diferencia.
Pero entonces él se había degenerado sin compensación. Una cortesana, al menos, le ponía un valor a sus favores.
El sólo pensamiento de ella debajo de otro hombre, por amor o por dinero, lo ponía enfermo.
¿Cómo había descendido a este humillante estado de miseria tan poco varonil? No se lo podía explicar. Lo qué sí sabía, sin embargo, era que nunca se había sentido tan confrontado en su vida. No podía imaginar nada que lo hiciese sentirse peor… hasta que subió a su coche y encontró a sus tres primos Boscastles, Heath, Devon y Drake, esperándolo. Un trío de diablos de pelo negro y ojos azules.