Frunció el ceño y se sentó frente a Devon.
– No estoy con el ánimo de discutir mi…
– ¿Alethea te hizo eso en la cara? -dijo Devon con un gesto de simpatía-. Si es así, diría que te ama demasiado.
Gabriel miró a sus primos, molesto. Era desconcertante lo mucho que se parecía a ellos, tanto en lo físico así como en la manera de ser… prueba, temía, de la dominante sangre Boscastle.
– ¿Es que no tienen esposas esperándolos en casa con las batas de lana listas y fuentes de gachas?
Drake se rió.
– No sé por qué tengo la sensación de que pronto formarás parte de ese estimado club.
Antes de lo que nadie pensaba. Al menos Gabriel suponía… esperaba, que así fuera, a menos que Alethea estuviese en estos momentos informándole a Robin que había cambiado de parecer. Se contuvo y no miró atrás, a la casa, mientras el coche partía. Ya era demasiado que los Boscastles se dieran cuenta de la atracción desesperada que sentía por Alethea, como para que encima les dejara entrever lo enamorado que estaba.
– ¿Se les ocurrió alguna vez a ustedes tres que mis asuntos privados no les pertenecen?
Devon ululó burlándose.
– Naciste en la familia equivocada. Entre nosotros no hay privacidad. Cada pecado y escándalo es sometido a la cábala para su escrutinio y discusión.
– Dios mío -murmuró Gabriel levantando la vista al cielo, como si recordase que alguna vez había recibido ayuda de ahí.
No. Eso no era justo. Había rezado dos veces en su vida, que pudiese recordar. Una vez que su madre estaba ardiendo en fiebre y el doctor había predicho que moriría. No había muerto. La segunda petición al Todopoderoso había sido cuando estaba en la tabla de castigo y el coche de Alethea había entrado a la plaza. Rezó para que no lo notara. Y lo había notado. ¿Y en cuanto a haber nacido en la familia equivocada? No iba a mostrar que cuando lo incluyeron le agradó e hizo que se preguntara qué diablos había pasado con sus tres salvajes hermanos. No importaba las veces que se decía que le daba lo mismo su desaparición, sentía igual sus ausencias en su vida. ¿Tenía sobrinos y sobrinas que nunca había conocido? Una parte de él lamentaba esa pérdida. Era como si le faltara uno o dos miembros.
Familia. No podía sanar todas las penas, pero las hacía llevaderas.
Heath se inclinó hacia delante.
– Alégrate, primo. La historia de tus pecados no saldrá de nuestras bocas bajo pena de tortura para caer en las delicadas manos de mi hermana Emma. Desprecia el cotilleo bajo.
– Lo que no es ninguna garantía que otros no hablarán de tu mala conducta pública -se apresuró en agregar Drake.
Devon estiró sus desgarbados miembros.
– En realidad, está garantizado que todo o todos los crímenes que cometas, serán sometidos a juicio por la opinión pública, hasta el día que te mueras.
Gabriel miró fijo a cada uno de sus primos de ojos azules.
– ¿Y vosotros, sólo por la bondad de vuestro corazones, decidisteis juntaros en mi coche para darme este consejo inútil?
Heath se quedó mirándolo.
– Me gustaría llevarte a un lugar.
– ¿Qué tal si te digo que no quiero ir a ninguna excursión familiar con vosotros? -preguntó Gabriel directamente.
Heath sonrió.
– Creo que tendríamos que persuadirte.
CAPÍTULO 35
Alethea, incómodamente sentada en el sillón, bebía leche descremada en un tazón, mientras su hermano y Lady Pontsby la interrogaban acerca del sorprendente anuncio de Gabriel.
– Es bastante repentino -dijo Robin por cuarta vez consecutiva.
Lady Pontsby levantó la vista de su revista de modas.
– Se conocieron hace siete años. Me atrevería a decir que si esperasen más tiempo, estaríamos planeando un funeral, no una boda.
– ¿Cuándo será la ceremonia? -le preguntó Robin a Alethea.
Frunció el ceño, apretando el tazón, pensando que debería contener jerez en lugar de leche descremada. Esta era una noche que requería jerez para poder sobrevivirla.
– Es una buena pregunta.
Lady Pontsby bajó la revista.
– ¿Será en Londres? ¿Fue eso lo que entendí?
– Tendrás que preguntarle a mi… a Gabriel -dijo con un suspiro.
Lady Pontsby la miró con curiosidad.
– Bueno, esto arroja una luz diferente a su conducta de hoy. Tal vez tenía una buena razón para irse de la fiesta. Tal vez fue al joyero a buscar tu anillo.
Su voz pasó sobre los pensamientos de Alethea, sobre la tormenta que le revolvía el interior. Lo amaba desesperadamente, pero en este momento casi deseaba haber pasado de largo ese día del castigo en la tabla. Sus padres habían tenido razón.
Había sido una niña que se aventuraba donde no debía. Todos los esfuerzos de su padre para formarla de acuerdo a su linaje, habían sido inútiles. Se había enamorado del niño de la tabla, después pretendió estar contenta cuando se comprometió con ese desgraciado inmoral de Jeremy.
Sus padres y Jeremy habían muerto. Rezó para que sus almas encontrasen la paz, pues ella había encontrado una libertad inesperada y más apreciada de lo que era adecuado admitir. Y con esta libertad y un mal paso, había encontrado el dolor del corazón, que todos los dechados de virtudes del mundo habían pronosticado. ¿Era posible amar sin dolor?
– ¿Dijiste algo? -preguntó, avergonzada, a su prima-. Mi mente estaba vagando.
Lady Pontsby la miró con una indulgente sonrisa.
– Es compresible que estés distraída, considerando las circunstancias, querida.
Un cuarto de hora más tarde, cuando el pequeño grupo se dispersó y Alethea se excusó para retirarse a su habitación, su pri ma entró cautelosamente al dormitorio para seguir la conversación.
– No sé lo que pasó hoy, pero puedo ver que fue un disgusto. Espero que tú y Gabriel lo superen.
– No estoy segura de que sea posible, Miriam.
– Lo fundamental es que ustedes se amen.
– Pero tú no sabes lo que pasó -respondió Alethea.
– Sé que volvió esta noche y que tú querías eso. El resto ya se pondrá en su lugar.
Gabriel gruñó cuando se dio cuenta que el destino era un exclusivo burdel de la calle Brutton. La casa fuertemente custodiada de la infame Audrey Watson atraía y admitía sólo a los clientes de élite de la alta sociedad y a medio mundo londinense.
Las delicias que proporcionaba en sus salones pri vados, costaban sus buenos peniques. Para los caballeros que no buscaban gratificación sexual, la casa también los proveía de excelentes vinos y comida y la conversación y compañía de invitados talentosos. Artistas, poetas y políticos, a menudo distinguían el salón de Audrey. Gabriel, en una época, había ansiado tener el privilegio de entrar y de los voluptuosos placeres de la casa.
Ahora había sólo una mujer que deseaba y no pertenecía aquí, sino a él. Y tenía que creer que su alianza con Audrey no tenía ningún significado oscuro.
– ¿Es una broma? -le exigió a sus pri mos.
Drake lo miró con una sonrisa compungida.
– Según recuerdo, una vez trajiste a mi esposa aquí, para jugarme una mala pasada.
Gabriel le sonrió sin entusiasmo. Dios, él había sido un demonio de mala muerte.
– Terminó bien, ¿verdad?
– No gracias a ti -contestó Drake sin rencor.
– Apúrate, Gabriel. -Heath abrió la puerta-. El resto estamos casados, y esta pequeña excursión va a llegar a los diarios si no somos discretos. Da la vuelta a una entrada que hay a la izquierda. Un guardia te escoltará a las escaleras secretas. Autrey está esperando. Te recogeremos en una hora.
En pocos minutos fue escoltado a las habitaciones privadas de Autrey… un conjunto de habitaciones abarrotadas de cartas perfumadas, libros, dos caniches y un hombre joven que fue guiado afuera tan furtivamente como Gabriel fue admitido a una audiencia con la propietaria del serrallo.