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– Oh, Gabriel -murmuró, sometiéndolo lánguidamente a un examen de pies a cabeza-. El amor te ha dado un aspecto tan sensual que realmente no lo puedo resistir. ¿Alethea te hizo eso en el ojo?

Levantó las manos sin responder, en seguida dio unos pasos antes de sentarse en el único lugar desocupado de la pieza… el sofá, al lado de ella. Si creyó que se sentiría avergonzado, o que se mantendría de pie, no fue así. No estaba siendo deliberadamente maleducado, simplemente era un hombre tan fuera de sí, que le importaba un soberano bledo que lo hubiesen llamado a la habitación privada de la cortesana más buscada de Londres.

Ella frunció el ceño, como si le hubiese leído la mente.

– Por Dios, Gabriel, ¿podrías al menos pretender prestarme atención?

Su mirada fue hacia ella en un lento escrutinio.

– Perdóname -dijo, suspirando pesadamente.

– ¿Cómo está tu madre? -le preguntó ella, tomándole la barbilla para volverle la cara a la luz.

Se soltó de un tirón.

– ¿Qué?

– Esa magulladura se está oscureciendo a cada minuto… tu madre… la duchesse. Quería tanto asistir a su boda. Después de todo, ¿cuántos ducs franceses conoceré en mi vida? ¿Tú no fuiste?

– No sólo no fui, además no lo sabía… ¿Se casó mi madre? ¿Con un duque francés? -preguntó, con una sorpresa tan genuina que era suficiente para desplazar todos sus otros males. Por lo menos por ahora. Apoyó la cabeza en el cojín de brocado-. ¿Tengo que entender que me trajiste aquí para felicitarme por la boda de mi madre?

– ¿Tengo que entender que me estabas espiando en la fiesta de Grayson?

– Bueno, ¿y qué? Era una fiesta. Tú estabas hablando en el jardín, no en un confesonario.

– Era una conversación pri vada.

– Y yo, como futuro esposo de Alethea, insisto en conocer la naturaleza de tu alianza con mi mujer.

Ella frunció los labios, sin esconder totalmente la sonrisa.

– Tu futura esposa. Y te ama. Esa fue la esencia de lo que discutimos.

– Me parece que falta una gran parte en esa explicación tan simplificada… Cómo se conocieron y por qué Alethea fue vista en esta casa el año pasado.

Ella entrecerró los ojos.

– ¿Quién te dijo eso?

– Así que te visitó.

– No he admitido nada parecido -respondió cáusticamente-. Sólo he declarado que te ama.

Gabriel asintió.

– Sí, pero no puedo evitar preguntarme a cuántos otros hombres ha amado antes que a mí.

La semi sonrisa de Audrey no confirmaba ni aliviaba sus temores.

– ¿Importa acaso? ¿La desearías menos por ser el tipo de mujer que hasta no hace mucho tiempo encontrabas irresistible?

La boca se le contrajo.

– Esto es diferente. Me quiero casar con ella.

– ¿Cuánto? -preguntó, con la cabeza echada hacia atrás, con curiosidad.

– Lo suficiente para no volver nunca más aquí, ni para mirar a otra mujer mientras viva.

Una risa nostálgica se escapó de ella.

– Un Boscastle enamorado es una fuerza terrible, en realidad. Eres muy poderoso Gabriel. Creo que voy a soñar con esta conversación esta noche. ¿Por qué vosotros, los hombres Boscastle, tenéis esa forma de calentar una habitación?

– Sólo dime la verdad.

– Lo hice. Te ama. Es bien simple, ¿verdad?

– Maldición, Audrey. Tú sabes lo que estoy preguntando… ¿vino aquí a trabajar? ¿Durmió con alguno de esos hombres que vi abajo? ¿O con los que me siento en la mesa a jugar a las cartas? Tengo que saberlo.

– Entonces debes preguntarle a ella.

Estaba frustrado, temeroso… sin embargo necesitaba saber la verdad.

– Creo que siempre la has amado -le dijo en voz baja, mientras él le daba la espalda-. Y ahora te corresponde. Falta que le demuestres que eres su héroe.

– ¿Su héroe? -Miró alrededor, negando con la cabeza-. Me voy, madam, más confundido que cuando llegué.

– No tienes que irte, Gabriel -le dijo con una atractiva sonrisa.

Pero se fue antes de que ella pudiese agregar más detalles.

CAPÍTULO 36

Se apresuró a bajar la escalera central, el decoro era la última cosa en su mente. Bueno, no su decoro, por lo menos. La alianza de Alethea con Audrey Watson seguía siendo un misterio a desentrañar. Pero como Audrey había señalado, había vivido al filo de la buena sociedad durante más tiempo del que podía recordar.

Jugador. Canalla. Endeudado hasta los ojos un día, con los bolsillos repletos de dinero el próximo. Su padrastro le había golpeado en la cabeza, gritándole cuán sin valor era en su oído tantas veces, que era parcialmente sordo de un lado y sospechaba que había sacrificado algunas funciones cerebrales del otro.

Sin embargo, había sobrevivido. Con la fuerza de voluntad de su padre Boscastle y la obstinación de la sangre francesa de su madre, se las había arreglado para convertirse en un buen oficial de caballería, un maldito inmejorable jugador, y parte inherente de la infame rama familiar de Londres.

Y Alethea no lo había desterrado de su vida, un bendito milagro teniendo en cuenta que ella lo había visto en sus peores momentos, y no había renunciado a él, por razones que él nunca imaginaría. Él la amaba. ¿Qué hombre en su sano juicio no lo haría? ¿Qué vio en él? Era desconfiado, engañoso, impulsivo, y estaba lleno de cicatrices por encima de todo.

Sólo sabía que cuando fue derribado, se levantó, tambaleándose a menudo, demasiado entumecido o tonto para hacer otra cosa. El día de su muerte sería el día en que no podría levantar su aguerrido cuerpo de la tierra. La vida asaltándolo. La asaltaría, él mismo, de nuevo. Nunca había tenido aspiraciones de ser un héroe, excepto tal vez en lo que se refiere a Alethea, y si ella pensaba que era valiente, bien, había hecho un trabajo condenadamente bueno al engañarla, eso era todo.

Bajó las escaleras para llegar al vestíbulo de la planta baja, mirando a un escenario que había recurrido a él en lo que podría llamarse su vida anterior. Las cortesanas presentes contaban con una belleza refinada, sus habilidades eran legendarias en Londres. Reconoció un miembro prominente de la Oficina de Guerra, un secretario de la Compañía East India, un vizconde que se había hecho un nombre conociéndose como pintor de retratos. Oyó que le llamaban, se quedó atrás vacilando hasta que una figura oscuramente vestida se delató a sí misma desde el aparador, levantando una copa de brandy en reconocimiento.

– Es pasada la medianoche, Cenicienta. Tengo que regresar a la casa como un hombre casado.

Él y Drake caminaron juntos en un amigable silencio hacia la puerta, el rígido mayordomo de la señora Watson hizo una reverencia y chasqueó los dedos huesudos en el aire. Dos hombres a pie aparecieron portando antorchas para iluminar el camino de los hombres hacia el transporte que esperaba.

– ¿Hay algo que pueda hacer para que su viaje de regreso a casa sea más cómodo, Lord Drake… Sir Gabriel? -les preguntó, tan exacto como un reloj Continental.

Drake pasó junto a él.

– Estamos bien para la noche. Si me permite darle…

Gabriel miró a los huéspedes recién llegados, que merodeaban en el escalón más bajo de la casa, y su mirada de inmediato se endureció con desprecio. Se detuvo mientras Drake continuaba hacia el carro.

El hombre de la capa de rayas de leopardo lo miró con una sonrisa de reconocimiento.

– Ah, Sir Gabriel, veo que nos encontramos de nuevo… aunque en casa de otra prostituta.

Drake giró en el pavimento, su hermoso rostro oscureciéndose.

– Le ruego me disculpe, señor. ¿Se está dirigiendo a mi primo?

El sutil cambio en la postura de Drake debió haber transmitido un mensaje. En el momento en que sus hermanos Heath y Devon Boscastle se habían unido a él en la acera, su cochero y los dos lacayos dieron un paso atrás. Gabriel miró a los bastones de aspecto siniestro que sus primos sostenían, y luego sacudió la cabeza con firmeza.