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Se giró de la ventana y vio la figura enmascarada de un hombre de pie en la puerta del armario ropero, mirándole.

Pero el entretenimiento de la noche no había sido un baile de máscaras.

– ¿Está usted perdido, señor? -el hombre le preguntó con aire de autoridad.

Gabriel caminó alrededor de una silla. Algo en esa profundamente resonante voz revolvió un nebuloso recuerdo. ¿Era uno de los Boscastles interpretando un ardid en su última noche de excesos de soltero?

Reprimió una sonrisa. Merecía ser atrapado después de todas las perversas tácticas que había utilizado con sus primos, particularmente con Drake y Devon, quienes habían sido invitados a la fiesta de esta noche pero no habían presentado su comparecencia. Si no miraba detrás de él, probablemente terminaría en un carro de nabos rodando por Picadilly o en cualquier otra fiesta atendido por cada mujer y compañeros de juegos que tuvieran rencor contra él.

El pensamiento de aguantar otra fiesta lo volvió impaciente por ver a Alethea. Sus amigos reirían si supieran que él prefería jugar al whist con ella que al faro con un príncipe extranjero quien no se estremecería si él ganaba o renunciaba a una fortuna.

Pero él parecería una mala presa si al menos no fingiera estar de acuerdo con sus bromas, aunque todavía no podía determinar la identidad de este enmascarado caballero-bromista. ¿Y toda esa conversación con Merry… había sido parte de un elaborado esquema para atraerlo a esta habitación?

Sólo podía imaginar las humillantes consecuencias si hubiera sucumbido a su oferta. Era la clase de sucio truco que hubiera jugado él mismo.

Se relajó, mirando fijamente al otro hombre.

¿Era su primo Devon Boscastle, cuya corta etapa de vida como salteador de caminos que demandaba besos de sus víctimas femeninas le había traído una breve pero embarazosa celebridad? Entrecerró los ojos.

Devon no.

Este hombre tenía unos hombros ligeramente más anchos y una graciosa aura sobre él, como si estuviera burlándose de Gabriel para identificarlo. Quizá necesitaba oírlo hablar otra vez.

– ¿Está usted perdido, señor? -Gabriel preguntó, acercándose más.

– No -el extraño contestó con regocijo-. No pero como todo el mundo cree que lo estoy, agradecería si usted no los ilumina. Supongo que puedo contar con usted.

Gabriel buscó en su cerebro para situar esa voz.

– ¿Es usted parte de una broma que se me gastó?

– Puede que lo haya sido alguna vez -el hombre respondió con una irónica sonrisa.

– ¿Entonces eres un Boscastle?

– Sí. Y tú vas a casarte pronto, según tengo entendido.

– ¿Estás invitado a la boda? -Gabriel preguntó con indiferencia, intentando bajar la guardia del hombre para que así continuara hablando. Su máscara y la capa con capucha le hacían difícil poner una cara a esa actitud vagamente familiar.

– ¡Ay! no voy a poder asistir.

– ¿Vienes a jugar a las cartas, sin embargo? -Gabriel preguntó con curiosidad.

– En realidad no, estaba a punto de salir.

– ¿A través de la ventana de la habitación de su anfitrión y anfitriona? Eso no demuestra muy buenas maneras.

– No estoy seguro de que la Srta. Raeburn haya respetado los buenos modelas ella misma. O así he oído.

Gabriel asintió con la cabeza como si estuviera dentro de una conspiración.

– ¿En qué me estoy metiendo esta noche? No tienes que derramar el bol entero de sopa. Haré lo mejor para actuar como el chico retardado de la familia.

Una suave pisada retumbó fuera de la habitación. El hombre de la máscara miró hacia arriba bruscamente.

– No me reconoces, ¿verdad?

Una sospecha se levantó en la mente de Gabriel. No era uno de sus primos.

– ¿Dominic?-supuso-. ¿El marido de Chloe?

Ante la breve vacilación del hombre, ese recuerdo oculto se movió dentro de la mente de Gabriel de nuevo.

– ¿Eres parte de una broma? -le preguntó directamente-. Si es así más vale que termines con esto. Tomaré mi destino como un hombre.

El sibilante susurro de la seda detrás de la puerta podría haber sido desapercibido para hombres menos acostumbrados a robar a través de las sombras. Cuando eso sucedió ambos se giraron a mirar al unísono hacia la interrupción. El instinto inicial de Gabriel fue escapar. Pero entonces se recordó a sí mismo que por primera vez en una década, no había hecho nada que le exigiera huir u ocultar su presencia.

Era el invitado de honor en esta casa esta noche. La presencia del hombre junto a él todavía no había sido clarificada. Quizá no era un bromista después de todo. Quizá Merry tenía una inclinación por los enmascarados caballeros furtivos en su dormitorio. Ella tenía un apetito lujurioso, y de repente él comprendió lo torpe que sería explicar que estaba haciendo él allí dentro.

No tenía ningún deseo en absoluto de ser atrapado otra vez por Merry, o aún peor por otro invitado, quien comprensiblemente asumiría que Gabriel no estaba haciendo nada bueno. Iba a casarse en poco días. Alethea nunca creería que él era inocente. ¿Y quién la culparía?

– Pienso que debería irme- dijo con precipitación.

– Supongo que la señora está buscándote. Francamente, has sido invitado por ella. -Volvió la mirada al huésped enmascarado, quien se había lanzado furtivamente al vestidor-. Espera un minuto -murmuró-. No te atrevas a dejarme solo con la mujer que se ha tomado toda la molestia de invitarte a su cama.

Los hombros cubiertos del hombre se sacudieron por la risa.

– ¿Su cama? -Trabó la puerta del vestidor y se giró para abrir el marco de la ventana, que daba a un callejón repleto de pequeños carruajes, coches de alquiler y carros-. ¿Puedo pedirte un favor?

Gabriel dio unos pocos pasos acercándose, resoplando con regocijo. ¿Cómo demonios había terminado en este rollo?

– ¿Vas a saltar?

– Sí, lo haré. He disfrutado charlando contigo, pero me temo que tendremos que continuar nuestra conversación en otro momento. -El cerrojo crujió cuando fue manipulado por una palanca o la llave maestra. Gabriel miró a su alrededor y sólo entonces se dio cuenta de que dos de los cajones del armario chapeado no habían sido empujados hacia atrás correctamente en su sitio.

– Eres un ladrón -dijo con repugnancia-. No eres ningún amante ni eres parte de ninguna conspiración Boscastle.

El hombre rió de nuevo, apoyándose en el marco de la ventana.

– Quizá no la conspiración que tú pensabas. Es bueno verte de nuevo. Lamento no poder asistir a tu boda. Tu novia es muy bonita, según recuerdo. Sucede que lo has hecho bien por ti mismo.

Gabriel arrancó la daga de su bota.

– Y sucede que no suelo ser condenadamente cordial con un ladrón de casas.

– Tú, Gabriel… ¿en el lado de la rectitud moral? Me gustaría poder quedarme y descubrir como le sucedió eso al duro pequeño hermano que recuerdo con tanto cariño. Creo que estoy orgulloso de ti. Un día tendrás que explicarme como llegaste a esto.

– Hermano… tú. ¡Tú!

La puerta se abrió y una morena, también enmascarada y vestida con un elaborado traje estilo isabelino, se deslizó gradualmente por la habitación.

– ¿Dónde estás, demonio? -susurró ella en voz baja-. He estado buscándote toda la noche.

– No suena muy amistosa para ser una socia -Gabriel dijo irónicamente, inclinándose contra la pared.

– No me delates.

– El infierno que no lo haré. ¿Por qué debo ayudarte? Ni una maldita vez hiciste nada por mí.

– Te devolveré el favor. -Los dientes blancos del hombre destellaron con una mueca familiar, y Gabriel bajó su cuchillo.

– Tú bastardo. Eres el pícaro de Mayfair por el que me han estado echando la culpa.