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Sin embargo, todavía tenía su pistola, pero como no le preguntaron, no ofreció esa información. De todas maneras, estaba vacía.

– Caballeros -dijo finalmente Gabriel a sus interrogadores-, les he dado toda la información que pude, y… ¿les mencioné que me voy a casar pasado mañana? Tenía la esperanza de pasar mis dos últimas noches de soltero en actividades más estimulantes.

Los dos detectives le ofrecieron abundantes disculpas. Explicaron que sólo detenían a los ladrones, y que el oficial regular había sido llamado a un asesinato en la calle Old Bond.

Una hora después, la excitación de la aventura del enmascarado de Mayfair se había desparramado por todo Londres. No se había robado nada. Probablemente se trataba de un bromista. Y el testigo más confiable hasta ahora, la única persona que había hablado con el hombre, Sir Gabriel Boscastle, no podía entregar ninguna información útil para identificarlo.

Desgraciadamente hubieron algunas almas sospechosas que cuestionaron la afirmación de Sir Gabriel de haber confrontado a una persona que se decía era muy parecida a él.

¿Se trataba de un complot ingenioso para desviar a las autoridades de la pista? Algunos se habrían convencido de esta posibilidad, si el cochero de un viejo carruaje no hubiese declarado que esa noche casi había chocado con un carro que llevaba a un hombre disfrazado.

Cuando el interrogatorio estaba terminando, Lord Drake y Lord Devon Boscastle aparecieron a buscar a Gabriel para llevarlo por la ciudad. Les contó lo que pasó, dejando fuera los detalles.

Era su última noche de soltero. Mañana en la noche llevaría a Alethea al teatro a ver una obra. Sus primos no se habían decidido si llevarlo a Covent Garden, el antro de juego con la peor fama, o si dejarlo donde Audrey Watson para una buena charla.

Al final ganó el juego. Alethea sólo se enojaría si volvía con otra hipoteca. Nunca le volvería a hablar otra vez si ponía un pie en lo de Audrey, a pesar del mutuo aprecio que ambos sentían por la mujer.

Así que partieron en tres coches diferentes, Gabriel y sus primos en uno, otros amigos de la fiesta de Timothy en el segundo y, el tercero, transportaba a los seguidores que iban donde los Boscastles iban, por el privilegio de poder contar que el grupo infame los habían invitado.

Los clubs les daban la bienvenida. Los antiguos amigos se quedaban un rato, a compartir una broma, un trago, recuerdos de cuando eran solteros. Pero para la mayoría, la vida había cambiado en Londres. La guerra había acabado y la expansión mundial consumía la mente de los políticos. Aquellos que eran suficientemente sensatos para darse cuenta del esfuerzo que se requería para sanar los problemas en casa, no tenían ningún interés en empujar los límites territoriales hacia reinos lejanos. Otros, buscaban nuevas riquezas y tierras para saquear.

El resto parecía contento de volver a sus vidas en casa. Gabriel tenía mucho en la mente para disfrutar. Ya estaba aburrido con el juego del faro [7] que estaba ganando. Sus primos, Drake y Devon, no estaban jugando, hablaban de política con un miembro del gabinete.

Los jugadores consagrados iban apareciendo a medida que la noche avanzaba. Ese era el momento en que Gabriel, típicamente, hacía su aparición.

Pero ahora solamente jugaba, y dividió las tres mil libras que ganó, entre sus amigos. El bribón al que le había ganado quedó en silencio, mirando a Gabriel sin expresión, bajo el sombrero alón de paja. Gabriel nunca había jugado con él antes. Pero un amigo dijo que había estado ganado continuadamente, y que era un tramposo. Se trataba de un ex cirujano del ejército de Yorkshire que andaba con un grupo violento de soldados descontentos.

– Voy a Brooks a tomar un café -le dijo Gabriel a Drake-. Terminé aquí.

– Espera, iremos todos.

– Encontrarme allá -dijo estirando los brazos sobre la cabeza-. Necesito caminar.

En realidad necesitaba tiempo para pensar acerca de lo que había pasado esta noche.

Seguramente sería la última vez que caminaría por las calles de Londres, al menos camino a algún entretenimiento. El impulso de buscar una distracción había sufrido una muerte tan natural, que no se había dado cuenta que ya se había ido. En el pasado, habría jugado media noche, comido carne y pescado en Covent Garden, y enseguida pasaría una hora en Ranelagh o Vauxhall. Habían habido clubs, apuestas de caballo, cenas gastronómicas y mujeres bonitas deseosas de compartir sus dormitorios con un bribón Boscastle. Había gozado tomando riesgos.

Pero ninguno de estos ex lugares favoritos, lo tentaba. Incluso cuando cruzó la calle y un grupo de oficiales amigos lo llamaron e invitaron a ir en coche para ir a comer langosta a la calle Bond, sólo se rió y los despidió con una mano. No sería una buena compañía con el ánimo que tenía.

Se había convencido que le daba lo mismo que sus hermanos lo hubiesen abandonado. Había sentido rabia cuando era más joven, cuando su padrastro le quebró una mano porque había llevado un perro callejero a casa, cuando el hombre le magulló la cara a su madre por defenderlo. Había crecido, peleado en una guerra, se hizo jugador, viviendo de las pérdidas de otros hombres. Nunca le había hecho daño a nadie sin razón. Incluso su mundo tenía reglas que seguir.

Porque Alethea lo había escogido, él había escogido dejar esta vida que tarde o temprano lo hubiese matado. Con su dama criarían hijos y caballos purasangre, juntos, llevarían perros callejeros y niños perdidos a casa, siempre que pudiesen. Y si muriese joven, como le había pasado a su padre, sabía que sus parientes Boscastles, protegerían a su esposa y familia, cuando ya no estuviese más.

Era un hombre. Sus días de rabia e irresponsabilidad, quedaban atrás. Había tenido la oportunidad de realizar los sueños que sus padres habían tenido para él. Todos los pensamientos de venganza que lo habían impulsado, ya no tenían ningún valor.

Esto era lo que había creído hasta unas pocas horas atrás, cuando su hermano había reaparecido en su vida.

Súbitamente sintió rabia otra vez, sus demonios habían despertado, y los recuerdos que creía enterrados se levantaron de sus tumbas para atormentarlo. Su padrastro tirándole agua sucia a la cara cuando se quedaba dormido, o cortándole con un cuchillo el pelo negro lustroso a su madre porque un aldeano le había hecho un cumplido en el mercado. Los libros que Gabriel llevaba a casa de la escuela para leer, ardiendo en la chimenea. Las pullas crueles acerca de la muerte de su padre, y Gabriel aguantando las lágrimas.

Solo. Sus tres hermanos se habían ido. El mayor se había escapado antes que muriera su padre, pero Sebastián y Colin podrían haberse quedado. ¿Por qué tenía que proteger a Sebastián? ¿Por qué no entregaba a ese bastardo podrido a las autoridades?

Y no quería nada de él.

Dio vuelta una esquina y se dio cuenta que no estaba en la calle St. James, sino en un callejón angosto hacia Piccadilly.

Y no estaba solo.

Tres hombres vestidos de oscuro estaban parados frente a dos coches, demasiado bien vestidos para ser carteristas, pretendiendo obviamente, que no habían notado que él se aproximaba.

Lanzó una mirada al otro lado de la calle. La tienda de chocolate hacía rato que estaba cerrada; un borracho iba en la otra dirección.

Respiró profundo y continuó caminando. Uno de los hombres levantó la vista. Y Gabriel los reconoció. El cirujano de Yorkshire al que le había ganado en el antro. Con él había dos jóvenes altos, paseándose agitados. Su mirada bajó al palo que uno de ellos tenía tapado con la capa.

Susurró una palabrota, sacó el cuchillo de la bota sin perder el paso. No había ningún otro vehículo en la calle. Excepto un carro maltrecho tirado por un burro cargado con trapos y diarios, diablos, sería el mismo carro que…

Miró al borracho desplomado contra una rueda, con una botella colgando de la mano.

¿Se imaginó que sus ojos se encontraron?

Este no era… sí era. Sebastián.

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[7] Juego de cartas.