Le dolía el brazo, la cabeza le zumbaba. Parecía un mujeriego poco respetable buscando problemas.
En dos días, si Dios quería, tendría una esposa, a menos que lo viera en estos momentos y desistiera de la boda. Tendría su propia familia que no incluía a los tres hermanos que lo abandonaron.
– Oh, Dios mío -dijo una profunda voz varonil, en una esquina donde había llegado caminando -. Te dejamos solo una hora, y mira cómo estás.
– ¿Supongo que no tienes una botella de brandy y un pañuelo contigo, Drake?
Drake se enderezó consternado.
– Métete en el coche. ¿Dónde estás herido?
Devon y Heath saltaron a la calzada, echándose hacia atrás ante la ola de molestia de Gabriel.
– ¿Cuántos hombres eran? -exigió Heath-. ¿Se fueron?
– ¿Dónde conseguiste esa elegante espada? -dijo Devon mirando la espada que Gabriel casi había olvidado-. No la tenías cuando te fuiste del antro.
– La… la encontré.
– ¿La encontraste? -dijo Heath en esa voz calmada que había desarmado y engañado a incontables enemigos que los llevaba a creer que era lo que parecía ser: un aristócrata inglés que hablaba suave, interesado más en lo académico que en ninguna otra cosa.
Pero Gabriel sabía.
Heath había sufrido torturas horribles y no se había quebrado.
Y Gabriel tampoco se iba a quebrar.
– Uno de los hombres que me atacó, puede haberla dejado caer -dijo encogiéndose de hombros-. O tal vez le pertenece a ese personaje tosco del carro parado frente a la tienda de muñecas cuando pasé. Tal vez se la robó. Todo lo que sé es que la recogí y me sirvió muy bien.
– ¿Te importa si me la llevo a casa? -preguntó Heath.
Gabriel vaciló.
– Ya que lo mencionas, me gustaría dejármela como un talismán. La examinaré más tarde. Si noto algo sospechoso o alguna pista que indique la identidad de su dueño, volveré corriendo donde ti.
– ¿Así que no le preguntaste el nombre? -Heath preguntó abriendo la puerta del coche.
Gabriel movió la cabeza.
– No. Tampoco le pedí un certificado de antecedentes.
– Lo encuentro un poco desconcertante.
– Sabes cómo es Londres. La mayoría de la gente que anda tan tarde en la noche, anda buscando el peligro o son desequilibrados.
– Bien, confío en que hayas recompensado al misterioso Galahad.
– Lo habría hecho si la guardia Boscastle no hubiese llegado a espantarlo. -Empujó la mano contra la puerta-. No quise ser maleducado, pero ya es tarde para una conversación, y me estoy reformando.
– Tienes la camisa rota, un ojo morado, y se te está empezando a hinchar el labio. Alethea está con Julia y las damas. Les vas a dar un buen susto.
Gabriel se frotó la cara.
– Nunca va a creer que no fui yo el que empezó la pelea.
Haeth le dio una sonrisa irónica.
– Entonces somos dos los que pensamos igual.
– Te confieso, Heath, que estoy demasiado cansado para darle sentido a cualquier cosa esta noche.
– Espero que sepas que puedes confiar en mí. Si tú, o cualquier miembro de nuestra familia están alguna vez en problemas…
Así que sabía, o por lo menos sospechaba, que el extraño que había ayudado a Gabriel esta noche, era Sebastián. ¿Qué más sabía? ¿O era un truco?
Se tiró al asiento.
– El único problema que anticipo, es la explicación que le voy a tener que dar a mi novia cuando llegue maltrecho y sangrando, después de haberle prometido que me comportaría.
CAPÍTULO 44
Alethea se deleitó en compañía de las damas Boscastles. Le habían servido sopa de berros, salchichas, higos rellenos y pastelillos franceses, así como trozos sabrosos de los cotilleos de la ciudad.
Cómo había echado de menos la compañía de otras mujeres, aunque este no se tratara de un grupo ordinario de mujeres. Nunca había oído una conversación tan franca entre los miembros de su propio sexo.
Jane, la marquesa de pelo color miel, que había encantado el ambiente con su aplomo inimitable, había pedido su mejor champagne para celebrar la incorporación de una nueva aliada contra los bien amados hombres de la familia. Chloe Boscastle, o más bien Lady Stratfield, le había ofrecido generosamente, su vestido de novia a Alethea, advirtiéndole que podría quedarle un poco corto.
– No me importa -había dicho Alethea, un poco apresurada, aunque por suerte, nadie pareció darse cuenta.
No tenía ningunas ganas de explicar su reticencia de situarse en al altar al lado de Gabriel, llevando el vestido de novia que Jeremy le había escogido de una revista francesa de moda. Se habría sentido más como un sudario, que la hermosa creación barroca con perlas que era. Había tenido la tentación de quemarlo. Ahora suponía que donarlo a una organización de caridad sería un gesto menos derrochador y ciertamente no tan dramático.
– No espero que alguno de los hermanos de Gabriel asista a la boda -dijo Charlotte Boscastle, levantado la vista del cuaderno donde estaba tomando notas.
Jane volvió la cabeza.
– ¿Gabriel tiene hermanos?
– Tres -murmuró Alethea mordisqueando otro higo.
– ¿Por qué nadie me lo mencionó? -Jane frunció el ceño irritada-. ¿Cómo voy a invitarlos a los asuntos de la familia e incluirlos en las festividades, si no estoy al tanto de su existencia? Es realmente imperdonable por su parte. Grayson debería habérmelo dicho ya que Gabriel no se tomó la molestia.
Alethea se revolvió en su silla. Como su futura esposa, supuso que tenía que defenderlo, bueno, ella no podía defender a sus hermanos.
– Se fueron de casa cuando eran muy jóvenes, y no creo que Gabriel haya mantenido el contacto con ellos desde entonces. Tengo entendido que se escribe con su madre, pero sólo de vez en cuando.
– Cielos -dijo Jane, sus ojos centellearon con un fuego que eclipsaron a los diamantes que brillaban en su cuello-. ¿Gabriel tiene una madre, y no va a ser una invitada en su boda?
Alethea sonrió. Recordaba a la madre de Gabriel como una mujer vital, una joven medio francesa cuya esencia parecía animar las funciones del pueblo. Hasta que había perdido a su marido, Joshua Boscastle, había mantenido a sus hermosos hijos bajo control.
– Creo que actualmente está viviendo en Francia.
– He oído que se va a convertir en la esposa de un acaudalado duque francés -dijo Charlotte sin pensar-. Todo lo que sé de su enamorado es que perdió a toda su familia durante la época del Terror.
– Creo que es cierto -dijo Alethea-, aunque Gabriel no había revelado esto con tantas palabras. Él nunca habla de su familia. Por su silencio, uno podría asumir que para él ya no existían.
– Bueno, a mí me hubiese gustado que alguien de mi familia me hubiese informado -dijo Jane molesta-. Aún así, espero que como madre se sienta aliviada de que su hijo haya encontrado una pareja como Alethea. ¿Dónde está Gabriel, Alethea? Tengo algunas instrucciones del ministro para la ceremonia.
Alethea dejó la copa de champagne con un tintineo agudo.
– Esa es una pregunta que hay que contestar sinceramente. Sólo te puedo asegurar que si en estos momentos está haciendo alguna trastada, será la última. Helbourne Hall está literalmente cayéndose mientras hablamos. Sus obligaciones como terrateniente lo mantendrán ocupado por mucho tiempo. -Así como sus deberes conyugales. Alethea tenía una buena idea de cómo ocuparía su tiempo junto con Gabriel durante las frías noches de otoño.
Jane frunció los labios.
– Ya entiendo.
– Esperemos que él también lo haga -agregó Alethea, vagamente consciente de que tres vasos de champagne y un novio ausente no provocaban su buen humor, a pesar de que le hacía aflojar la lengua a un grado alarmante. Si no se contenía, terminaría confesando más de lo que a cualquiera le gustaría oír.