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La sangre le fluía febril, mientras entraba al dormitorio y la dejaba en la cama con una colcha y sábanas limpias y frescas, con el aroma de ramitas de romero y jabón de lavanda.

La sonrisa de ella lo invitaba a la seducción. Se había desinhibido en su lecho, pero tenía otras lecciones sensuales que revelarle.

Aparentemente, ella también.

Levantó la mano y pasó los dedos hacia abajo por su pecho, desabrochando los botones y lazos. Siguió descendiendo pasando por su cintura, después de lo cual hizo un rápido trabajo desabrochando el cuero que lo ataba.

– ¿Se siente mejor así? -le dijo acariciándolo todo a lo largo a través de sus pantalones abiertos.

– Se siente… No puedo…

Por un momento su garganta se cerró y tuvo que hacer un esfuerzo para respirar. O tal vez dejaría de respirar totalmente y sobreviviría de pura alegría. Ángel. Gitana. Dama. De todas las imágenes que tenía de ella a través de los años, nada le producía un placer más primario que pensar en ella como su esposa.

La desnudó entre besos lentos que quitaban el aliento, estudiando su cuerpo suave y sonrosado, como cuando se abre un regalo ansiado desde hace mucho tiempo.

– ¿Puedo terminar de desnudarte? -susurró. Y le sacó la camisa por los hombros sin esperar por su aprobación.

– En un minuto -dijo, atrapándole la mano. Su lengua rodó alrededor de la de ella con tal destreza erótica, que las manos le cayeron a los lados, dominada.

– Quiero borrar de tu mente todo recuerdo que te haya hecho desdichada.

– Pero te quiero tocar -dijo obstinadamente.

– ¿Con cicatrices y todo? -le preguntó, pero ya estaba a su merced, antes de que ella levantara las manos, esta vez para tirarle de las caderas.

– Quiero que olvides cómo te hiciste esas cicatrices.

Se sacó la chaqueta y la camisa y las arrojó al armario jacobino que estaba contra la pared. Balanceándose brevemente para quitarse las botas y los pantalones, se estremeció al sentir sus manos bajando por su espina dorsal.

– Tengo cicatrices por todas partes -dijo levantándose un momento, la luna acentuando los duros ángulos de su cuerpo y su erección.

Su respiración se hizo superficial, mientras él la estrechaba entre sus piernas, con una mano deslizándose debajo de su cadera.

– Pensar que me enamoré del hijo más malvado de Helbourne.

Le trazó los delicados pezones con la lengua hasta que ella levantó la espalda estremeciéndose de placer.

– Para mí fue bueno que no fueses, precisamente, una niña obediente. -La otra mano la puso entre sus muslos y sus hábiles dedos la sometieron a una agonía sensual que le esclavizó cada sentido.

– Tal vez -le dijo, con los oscuros ojos burlones-, no seré una esposa obediente.

– Pero una complaciente. La obediencia es secundaria.

– Te amo, Gabriel.

– Y yo te amo más de lo que tú me amas.

– Te he amado por más tiempo.

Se rió.

– Entonces tendré que amarte más poderosamente.

– Ámame ahora mismo -ella susurró pasando su talón ligeramente bajando por su pierna musculosa hasta su pie.

Pero él no estaba particularmente apurado esta noche, su momento de volver a casa, su luna de miel. Atesoraba cada momento, gozaba cada detalle, el viento frío que aullaba pero que no penetraba en esta extraña casa, la mujer de sangre caliente que lo había esperado durante siete años. La dejaría esperar un momento más, él haría que su espera valiese la pena. Como jugador, había sabido la primera vez que lo besó, que las probabilidades estaban a su favor.

SOBRE LA AUTORA:

Jillian Hunter hasta el día de hoy tiene escritas más de una decena de novelas, pero a pesar de ello es una de las autoras más prometedoras del género romántico. Todas ellas han sido grandes éxitos e incluso ha obtenido premios como el Romantic Carrer Achivement Award.

La serie Boscastle ha sido su debut en España y también quien la ha lanzado a la fama gracias a que dichas novelas se caracterizan por una combinación de humor irónico y ternura que cautiva a las lectoras de todo el mundo.

Actualmente Jillian reside en California con su marido y sus tres hijas.

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