Emitió un bufido, como si ella fuera a morir de sed después de todo el té que le había echo tragar esa tarde. Más aún, mientras tomaba su merienda en silencio, no podía ayudarla pero pensaba en ella, arriba, encerrada en la pequeña habitación; tenía que estar muerta de hambre, no había comido en todo el día.
– ¿Cual es el problema contigo? – dijo en voz alta. Sintiendo lástima por la astuta y pequeña espía. Bah! ¿No había dicho que la iba a matar de hambre? Nunca hacía promesas que no mantuviera.
Además, ella era una cosita flaca, y sus ojos… los seguía viendo en su mente. Eran enormes, tan claros que prácticamente resplandecían. Y Blake pensó con una mezcla de irritación y remordimiento, que si los mirara ahora directamente, lo más probable es que tuvieran mirada de hambre.
– ¡Demonios! – musitó, poniéndose de pie tan rápido que golpeó su silla hacía atrás. Podía también darle un panecillo; tenía que haber una mejor manera de conseguir que ella le diera la información que necesitaba que matándola de hambre. Quizá si repartía la comida de forma avarienta, ella estaría tan agradecida por lo que le diera que empezaría a sentirse obligada hacia él. Había oído situaciones donde los cautivos habían empezado a mirar a sus secuestradores como héroes. No le importaría ver esos ojos azul verdosos mirándole como a un adorado héroe.
Blake cogió un panecillo de la bandeja que había sobre la mesa, entonces lo volvió a colocar para coger otro más grande; y tal vez un poco de mantequilla. Desde luego no podía hacerle daño. Y mermelada… no. No llegó a la mermelada. Ella era una espía después de todo.
Cuando lo oyó en la puerta, Caroline estaba sentada sobre su cama, bizqueando mientras miraba la llama de una vela. El ruido de una cerradura abierta, después otro, y allí estaba él, ocupando completamente la entrada.
¿Cómo era que cada vez que lo miraba parecía incluso más atractivo que antes? En realidad eso no era justo. Toda esa belleza desperdiciada sobre un hombre, y bastante molesto, además.
– Le traje un trozo de pan – dijo bruscamente, ofreciéndole algo. El estomago de Caroline dejó salir un ruido fuerte cuando cogió el panecillo de su mano.
“Gracias” gesticuló con la boca.
El se apoyó al final de la cama mientras ella devoraba el panecillo con poca intención de guardar modales o decoro.
– De nada. Oh, casi lo olvidé – dijo – también le traje mantequilla.
Ella miró tristemente la pizca de pan que quedaba en su mano y suspiró.
– ¿Todavía la quiere?
Ella asintió con la cabeza, cogió el pequeño cuenco de barro y mojó el último bocado en la mantequilla. Lo metió rápidamente en su boca y lo masticó lentamente, saboreando cada bocado. ¡Gracias a Dios!
“Creí que me iba a matar de hambre” movió la boca vocalizando sin salir sonidos.
El negó con la cabeza en señal de incomprensión.
– Puedo entender “Gracias”, pero esto es superior a mí; a menos que su voz vuelva a estar en perfecto estado y pudiera realmente decir esa frase en voz alta.
Movió su cabeza en gesto negativo, lo cual no era técnicamente una mentira; Caroline no había probado su voz desde que él la había dejado. No quería saber si había vuelto o no. De cualquier modo parecía mejor ignorar el problema.
– Piedad – murmuró.
Ella puso los ojos en blanco en respuesta, entonces dio una palmadita en su estomago y miró las manos de él con ilusión.
– Me temo que solo traje un panecillo.
Caroline miró su pequeño cuenco de mantequilla, encogió los hombros y clavó su dedo en él. ¿Quién sabía lo que iba a hacer cuando decidió alimentarla? Ella tenía que conseguir su sustento de donde pudiera, incluso si ello significaba comer mantequilla sola.
– ¡Oh, por Dios! – dijo – no coma eso. No puede ser bueno para usted.
Caroline le lanzó una mirada sarcástica.
– ¿Cómo está? – preguntó.
Ella agitó las manos en todas direcciones.
– ¿Aburrida?
Asintió con la cabeza.
– Bien.
Ella frunció el ceño.
– No tengo intención de entretenerla. No es una invitada.
Ella puso los ojos en blanco y dejó salir un pequeño bufido.
– Hace tiempo que no se levanta esperando siete platos de comida.
Caroline se preguntó si el pan y la mantequilla contarían como dos platos. Si era así, todavía le quedaban cinco.
– ¿Cuánto tiempo va a continuar con esta charada?
Parpadeó y movió mudamente los labios.
– ¿Qué?
– Seguramente su voz ya ha vuelto.
Ella movió negativamente la cabeza, tocó su garganta y puso una cara tan triste que él se rió.
– Eso duele, ¿eh?
Ella agitó la cabeza afirmándolo.
Blake se pasó la mano removiendo su pelo negro, enojándose un poco porque esta mentirosa le había hecho reír más en todo el día, que en todo el año anterior.
– Sabe, si no fuera una traidora, sería bastante divertida.
Ella encogió los hombros.
– ¿Ha tenido alguna vez en cuenta sus acciones? ¿Lo que han costado? ¿La gente a la que le hizo daño?
Blake la miró a los ojos intensamente. No sabía por qué, pero estaba resuelto a que esta pequeña espía tuviera cargo de conciencia. Podía haber sido una buena persona, estaba seguro de ello. Era elegante, y divertida, y…
Blake movió su cabeza negativamente para desechar sus pensamientos caprichosos. ¿Se veía a sí mismo como su salvador? No la había traído hasta aquí para su redención. Lo único que quería era la información que acusaría a Oliver Prewitt. Entonces la llevaría a las autoridades.
Por supuesto, probablemente ella también vería la horca. Era un pensamiento sensato pero en cierto modo, no le gustaba.
– Qué despilfarro – murmuró.
Ella elevó sus cejas a modo de pregunta.
– Nada.
Sus hombros subieron y bajaron con un movimiento al estilo francés.
– ¿Qué edad tiene? – preguntó precipitadamente.
Ella sacó de repente sus diez dedos dos veces.
– ¿Sólo veinte? -preguntó con incredulidad. – No es que parezca más mayor, pero yo pensé… Rápidamente ella levantó otra vez una mano, con los cinco dedos extendidos como una estrella de mar.
– ¿Veinticinco, entonces?
Afirmó con la cabeza, pero miraba hacia la ventana mientras lo hacía.
– Debería estar casada con niños enganchados a sus faldas, y no intentando traicionar a la corona.
Ella bajó la vista, y sus labios se alisaron en una expresión que sólo podía ser triste.
Entonces retorció sus manos en un movimiento interrogativo y lo señaló.
– ¿Yo?
Ella afirmó con la cabeza.
– ¿Qué pasa conmigo?
Ella señaló el cuarto dedo de su mano izquierda.
– ¿Por qué no estoy casado?
Afirmó, esta vez con mucho énfasis.
– ¿No lo sabe?
Lo miró sin comprender, y después de algunos segundos movió negativamente su cabeza.
– Por poco me caso – Blake intentó que sonara poco serio, pero cualquier idiota podría oír el dolor en su voz.
“ ¿Qué sucedió? ” movió la boca sin hablar.
– Murió.
Ella tragó saliva y colocó su mano sobre él en un gesto de simpatía. “ Lo siento ”
Negó con su cabeza alejándose de ella y cerró los ojos durante un segundo. Cuando los abrió, estaban desprovistos de emoción.
– No, usted no lo siente – dijo.