– ¿Porqué no me dijiste que era tan divertida?.
Blake frunció el ceño y dijo:
– ¿Cómo iba a saberlo? No ha hablado dos palabras desde la noche en que la capturé.
– Eso no es del todo cierto. – protestó Caroline.
– ¿Quiere decir que ha estado pronunciando discursos y yo me he quedado sordo? – respondió Blake.
– No, por supuesto que no. Simplemente quise decir que estuve bastante entretenida.
El marqués se tapó la boca con su mano, probablemente para sofocar una risa.
Caroline gimió. Otra en una larga lista de frases que ella soltaba equivocadamente. ¡Santo Dios! El señor Ravenscroft debe pensar que se estaba refiriendo al beso.
– Lo que quise decir fue… Bueno, no tengo ni idea de lo que quise decir, pero debe admitir que le gustaron mis pajaritos de papel, al menos hasta que se chocaron contra el rosal.
– ¿Pájaros de papel? – preguntó el marqués confuso.
– Los… oh, no importa, a ninguno de los dos les importa, – dijo Caroline con un suspiro y un lento movimiento negativo de su cabeza
– Pido disculpas por cualquier frustración que pudiera haber causado.
Blake la miró como si pudiera tirarla por la ventana alegremente.
– Solo que…
– ¿Solo que, qué? – dijo él bruscamente.
– Detén tu mal genio, Ravenscroft – dijo el marqués – puede todavía sernos de utilidad.
Caroline tragó saliva, eso sonó bastante siniestro, y el marqués, incluso pensó la probabilidad de que estuviera lejos de ser más afable y amistoso que el señor Ravenscroft; parecía como si pudiera ser bastante despiadado cuando la ocasión lo justificaba.
– ¿Qué sugieres Riverdale? – Preguntó Blake en voz alta.
El marqués encogió los hombros.
– Podríamos rescatarla, y cuando Prewitt llegue a recogerla…
– ¡No! – gritó Caroline, llevando una mano a su garganta por el estallido de dolor que le provocó el grito.
– No voy a volver, no me importa cual sea el riesgo, me tiene sin cuidado si ello significa que Napoleón tome Inglaterra, no me importa si quiere decir que ambos pierdan sus trabajos o lo que sea que ustedes hagan para el gobierno. Nunca volveré.
Y entonces, por si acaso ellos eran enormemente obtusos, repitió
– Nunca.
Blake apoyó el pié sobre la cama, con una expresión dura.
– Entonces le sugiero que empiece a hablar, señorita Trent. Rápido.
Caroline les contó todo. Les habló de la muerte de su padre y sus cinco tutores posteriores; les contó los planes de Oliver para conseguir el control permanente de su fortuna, que el malogrado Percy intentó violarla, y porqué ella necesitaba pasar las siguientes seis semanas escondiéndose. Habló tanto que su voz empezó a desaparecer otra vez, y tuvo que anotar el último tercio de su historia.
Blake observó severamente que cuando ella utilizó su mano izquierda para escribir su caligrafía era exquisita.
– Pensé que dijiste que no podía escribir – dijo James.
Blake le miró fijamente a los ojos con pura amenaza.
– No quiero hablar de ello, y usted – apuntando a Caroline – deje de sonreír.
Ella le lanzó una mirada fugaz, elevando las cejas en una expresión inocente.
– Seguramente puedes permitir su nota de orgullo al haberte engañado – dijo James.
Esta vez Caroline ni siquiera intentó esconder su sonrisa.
– Continúa con tu historia – le gruñó Blake.
Ella asintió, y él leyó cada línea de su historia con severa indignación, disgustado por el modo en que Oliver Prewitt la había tratado. Ella podía haberlo mandado al diablo durante los últimos días, tanto física, como mentalmente, pero no podía negar en pequeña medida que esta chica lo había llevado a frustrarse totalmente. Este hombre que se suponía era su tutor, la trataría tan abominablemente… Esto hizo que se sacudiera con furia.
– ¿Qué nos sugiere que hagamos con usted? – preguntó cuando finalmente paró de garabatear la historia de su vida.
– Por el amor de Dios, Ravenscroft – dijo el marqués – dale un poco de té a la chica, ¿no ves que no puede escribir?
– Dale tú un poco de té.
– No voy a dejarte solo con ella. No sería apropiado.
– Oh, ¿y supongo que sería apropiado para ti permanecer con ella? – se mofó Blake.
– Tu reputación es más negra que la peste.
– Por supuesto, pero…
– ¡Fuera! – gruñó Caroline – Los dos.
Ambos se volvieron de cara a ella, olvidando aparentemente que el motivo de su discusión todavía estaba en la habitación.
– Le suplico su perdón – dijo el marqués.
“ Me gustaría estar unos minutos a solas ”, escribió, poniendo el papel delante de sus narices, y precipitadamente garabateó “ señor ”.
– Llámame James – replicó – todos mis amigos lo hacen.
Ella le lanzó una mirada irónica, dudando claramente de que calificara como amistad, su extraña situación.
– Y él es Blake – añadió James – ¿Supongo que vosotros dos os llamareis por el nombre de pila?
“ No supe su nombre hasta ahora mismo” escribió.
– Que vergüenza, Blake – dijo James – que modales.
– Voy a olvidar que dijiste eso – gruño Blake – porque si no lo hago, tendré que matarte.
Caroline sofocó una risa a su pesar. Dijera lo que quisiera sobre el hombre enigmático que la había secuestrado, él tenía un sentido del humor que igualaba al suyo propio. Ella lo miró otra vez de reojo, esta vez dudando. Al menos esperaba que él fuera guasón.
Le lanzó otra ojeada inquieta. La atroz mirada que él estaba echando al marqués, tumbaría a Napoleón, o al menos llevaría una herida extremadamente dolorosa.
– No le hagas caso – dijo James alegremente – tiene un mal genio propio del demonio, siempre lo ha tenido.
– Suplico su perdón – replicó Blake, muy irritado.
– Lo conozco desde que teníamos doce años – dijo James – nos alojamos juntos en Eton.
– ¿Si? – dijo con voz ronca, probando su voz otra vez – que agradable para ambos.
James dijo:
– La parte de esta frase no expresada, por supuesto, es que nosotros nos merecemos el uno al otro. Vamos, Ravenscroft, vamos a dejar a la pobre chica su intimidad, estoy seguro de que querrá vestirse y lavarse y hacer todas esas cosas que a las chicas les gusta hacer.
Blake dio un paso adelante.
– Ella ya está vestida y nosotros necesitamos preguntarle acerca de…
Pero James levantó una mano.
– Tenemos todo el día para obtener su sumisión.
Caroline tragó saliva. No le gustó como sonó eso.
Los dos hombres abandonaron la habitación, y ella se puso de pie de un salto, echó un poco de agua sobre su cara, y se puso los zapatos; era estupendo levantarse y estirar sus músculos. Había estado metida en cama durante los últimos dos días y no estaba acostumbrada a tanta inactividad.
Caroline corrigió su apariencia como mejor pudo, que ya era mucho decir, ya que había estado vistiendo las mismas ropas durante cuatro días, estaban horriblemente arrugadas, pero parecían suficientemente limpias, así que arreglo su pelo en una única trenza gruesa; entonces comprobó la puerta, quedó encantada al ver que no estaba cerrada. No le fue difícil encontrar el camino hacia la escalera y rápidamente bajó corriendo hasta el piso inferior.
– ¿Va a algún sitio?
Ella levantó la vista bruscamente. Blake estaba apoyado descaradamente contra la pared, se arremangó y cruzó sus brazos.
– Té – susurró ella – dijo que podría tomar un poco.
– ¿Lo dije? – dijo lenta y pesadamente.