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– Si no lo hizo, estoy segura de que tuvo intención de hacerlo.

Los labios de él se curvaron en una sonrisa poco dispuesta.

– Tiene un código de palabras.

Ella le ofreció una sonrisa demasiado dulce.

– Estoy practicando, después de todo, no las he utilizado desde hace días.

– No me presione, señorita Trent. Mi humor pende de un hilo muy fino.

– Mas bien creí que ya se había roto – contestó – y acerca de eso, si yo le llamo Blake, usted también podría llamarme Caroline.

– Caroline le sienta mucho mejor que Carlotta.

– Así sea. No tengo ni una gota de sangre española, un poco de francesa – añadió, sabiendo que estaba parloteando, pero demasiado nerviosa en su presencia para parar – pero no española.

– Ha puesto totalmente en peligro nuestra misión, dese cuenta.

– Le puedo asegurar que no era mi intención.

– Estoy seguro de que no, pero sigue siendo un hecho que va a tener que compensar.

– Si mis compensaciones terminan en que Oliver pase el resto de su vida en prisión, puede garantizar mi completa colaboración.

– La prisión sería improbable, la horca es una probabilidad mucho más clara.

Caroline tragó saliva y apartó la mirada, de repente se dio cuenta de que su implicación con estos dos hombres podía enviar a Oliver a la muerte. Detestaba a ese hombre, seguro, pero a ella no podía gustarle ser la causa de la muerte de nadie.

– Necesitará descartar su sentimentalismo – dijo Blake.

Conmocionada, alzó la mirada ¿Su cara era tan fácil de leer?

– ¿Cómo sabía lo que estaba pensando?

Se encogió de hombros.

– Cualquiera que tenga conciencia debe enfrentarse con este dilema cuando entra en este negocio.

– ¿Como usted?

– Por supuesto, yo pasé por esa etapa rápidamente.

– ¿Qué paso?

Él levantó una ceja.

– Pregunta mucho.

– Ni la mitad de lo que usted lo hizo – respondió ella.

– Tenía una orden ministerial que aprobaba las razones de hacer tantas preguntas.

– ¿Por eso murió su prometida?

Fijó sus ojos en ella con tanta furia que ella apartó la mirada.

– No importa – musitó ella.

– No vuelva a mencionarla.

Caroline dio un paso atrás involuntario por el dolor áspero en su garganta.

– Lo siento – murmuró.

– ¿Por qué?

– No sé – dijo, reacia a mencionar a su prometida después del modo en que había reaccionado la última vez – Cualquier cosa le hace tan infeliz.

Blake la miró fijamente a los ojos con interés, parecía sincera, y le sorprendió; había sido muy poco considerado con ella en estos últimos días, pero antes de que pudiera pensar en una respuesta, oyeron que el marqués entraba en el vestíbulo.

– Maldición, Ravenscroft – dijo James – ¿No podrías contratar más sirvientes?

Blake sonrió abiertamente ante la visión del elegante marqués de Riverdale haciendo equilibrios con un servicio de té.

– Si pudiera encontrar otro en quien confiar, lo contrataría al momento. De cualquier forma, tan pronto como acabe mis obligaciones con el Ministerio de Defensa, la discreción de mis sirvientes no tendrá por que ser tan grande.

– ¿Entonces, todavía estás decidido a dejarlo?

– ¿Tienes que preguntarlo?

– Creo que quiere decir que sí – le dijo James a Caroline – aunque con Ravenscroft, nunca se sabe. Tiene la horrorosa costumbre de contestar a las preguntas con otras preguntas.

– Si, lo he notado – murmuró ella.

Blake se apartó de la pared.

– ¿James?

– ¿Blake?

– Cállate.

James sonrió ampliamente.

– Señorita Trent, ¿Porqué no nos retiramos al salón? El té debería ayudarla a recuperar la voz al menos un poco; una vez que no le duela al hablar, podríamos resolver que demonios haremos con usted.

Blake cerró los ojos un momento, mientras Caroline salía detrás de James escuchando como le decía con voz áspera

– Debería llamarme Caroline, al señor Ravenscroft ya le he dado permiso para hacerlo también.

Blake esperó uno o dos minutos antes de seguirlos, necesitaba unos momentos de soledad para poner en orden sus pensamientos, o al menos intentarlo. Nada estaba claro en lo concerniente a ella; había sentido un alivio tan grande cuando descubrió que Carlotta De León no era realmente Carlotta De León. Caroline. Caroline Trent. Y a él no le apetecía mantener relaciones con una traidora.

Movió su cabeza negativamente con aversión. Como si ese fuera el único problema al que enfrentarse ahora. ¿Qué demonios se suponía que iba a hacer con ella? Caroline Trent era inteligente, muy inteligente, esto estaba bastante claro, y ella odiaba a Oliver Prewitt lo suficiente para ayudarle a presentarlo ante la justicia. Podría costarle un poco convencerla para que le ayudase a quitarle su aversión por el espionaje, pero no mucho. Después de todo, Prewitt le había ordenado a su hijo que la violase. No era probable que Caroline pusiera la otra mejilla después de algo como eso.

La solución obvia era que permaneciera aquí, en Seacrest Manor. Seguramente tendría mucha información que ellos podrían utilizar contra Prewitt. Era dudoso que ella no estuviera al corriente de su tráfico ilegal. Pero con las preguntas apropiadas, James y él podrían descubrir pistas que ella probablemente nunca se dio cuenta que las sabía. Si además de eso, ella pudiera proporcionarles un croquis de Prewitt Hall, sería una información incalculable en el caso de que James y él decidieran entrar por la fuerza.

Así que, si ella era tan buena añadida a su equipo, ¿porqué estaba tan poco dispuesto a pedirle que se quedara?

Sabía la respuesta, no quería mirar profundamente dentro de su corazón para admitirlo.

Se llamó cobarde de siete maneras diferentes, pero puso en movimiento sus talones y caminó a grandes pasos hacia la puerta principal. Necesitaba un poco de aire.

¿Qué supones que está observando nuestro buen amigo Blake?

Caroline alzó la mirada al oír la voz de James, mientras ella le servía el té.

– Desde luego, no es mi buen amigo – respondió.

– Bueno, yo no lo llamaría tu enemigo.

– No, no lo es. Es solo que no creo que los amigos aten a sus amigos a la pata de una cama.

James se atragantó con su té.

– Caroline, no tienes ni idea.

– La cuestión es discutible, de cualquier modo – dijo, echando una mirada por la ventana – se está alejando.

– ¿Qué? – James se levantó del sofá y cruzó la habitación – que cobarde.

– Seguramente no me tiene miedo – bromeó ella.

James giró su cabeza para mirarla, sus ojos taladraban de una manera tan aguda su cara, que ella se puso muy incómoda.

– Quizás si – murmuró más para sí mismo que para ella.

– ¿Señor?

James agitó la cabeza, como para aclarar sus pensamientos, pero no dejó de mirarla fijamente.

– Te dije que me llamaras James – sonrió con picardía – ó “querido amigo” si crees que James es demasiado familiar.

Ella dejó escapar un resoplido muy femenino.

– Ambos son demasiado familiares, como bien sabe. Sin embargo, dada mi extraordinaria situación, parece tonto discutir sobre detalles sin importancia como este.

– Una mujer eminentemente práctica – dijo con una sonrisa – la mejor clase.

– Si, bueno, mi padre era comerciante – dijo, haciendo un chiste (con humor) – una debe ser práctica para alcanzar el éxito en sus propósitos.

– Ah, si, por supuesto, comerciante, me lo has recordado, ¿Qué clase de comercio?

– Construcción de barcos.

– Ya veo, entonces, debes haberte criado cerca de la costa.

– Si, en Portsmouth hasta mi… ¿Por qué me mira tan curiosamente?