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En ese momento, Caroline decidió prescindir de cualquier sentimentalismo que pudiera sentir y salió con paso decidido hasta la puerta. Con la mano en el tirador dijo

– Te veré dentro de seis semanas, cuando venga a recoger mi herencia.

– Y me devuelvas el dinero – le recordó él.

– Y te devuelva el dinero, con intereses – añadió ella antes de que él lo hiciera.

– Vale.

– Por otro lado – dijo, principalmente para sí misma – Es posible que haya un modo de llevar mis asuntos sin encontrarme de nuevo con los Prewitt. Podría hacerlo todo a través de un abogado y…

– Sería incluso mejor – la interrumpió Percy.

Caroline soltó un gran alarido muy enfadada, se despidió y salió de la habitación. Percy nunca cambiaría, era maleducado, egoísta, incluso aunque fuera dudosamente más agradable que su querido padre todavía sería un patán grosero.

Salió corriendo por el pasillo oscuro y subió volando las escaleras hasta su habitación. Era gracioso que sus tutores siempre le dejaran la habitación en los áticos. Oliver había sido el peor de todos, relegándola a un rincón polvoriento con techos bajos y aleros profundos. Pero si lo que él quería era cambiar su carácter, se equivocó. Caroline amaba su acogedora habitación. Estaba más cerca del cielo, podía oír la lluvia contra el techo y podía ver las ramas de los árboles brotar en primavera. Los pájaros anidaban por fuera de su ventana y de vez en cuando, las ardillas correteaban por su alféizar.

Tan pronto metió sus más preciadas pertenencias dentro de una bolsa, se paró a echar un vistazo por fuera de la ventana. Era un día despejado y ahora el cielo estaba extraordinariamente claro. De algún modo, era de esperar que ésta sería una noche plagada de estrellas. Caroline tenía pocos recuerdos de su madre, pero ella podía recordar cuando se sentaba sobre su regazo en las noches de verano, mirando fijamente las estrellas.

– Mira esa – susurraba Cassandra Trent – creo que es la más brillante del cielo, y mira allí, puedes ver el oso?.

Sus paseos siempre terminaban cuando Cassandra decía

– Cada estrella es especial ¿Lo sabías? Creo que a veces todas parecen la misma, pero cada una es especial y diferente, como tú. Tu eres la muchacha más especial del mundo, nunca lo olvides.

Caroline era demasiado joven para darse cuenta de que Cassandra se estaba muriendo, pero ahora ella lo cuidaba como el último regalo de su madre. Pero no importaba lo sola y triste que se sentía (y los últimos diez años de su vida había tenido muchas razones para sentirse sola y triste), Caroline sólo miraba al cielo para tener un momento de paz. Si una estrella brillaba ella se sentía a salvo y reanimada. Es posible que no se sintiera igual que cuando era pequeñita y estaba sobre el regazo de su madre, pero al menos las estrellas le daban esperanza, si aguantaban, ella también podría aguantar.

Hizo una última inspección para cerciorarse que no se dejaba nada, echó unas pocas velas de sebo en su bolsa por si las necesitara y salió precipitadamente. La casa estaba tranquila, ya que a todos los sirvientes les habían dado la noche libre, probablemente, porque así no habría testigos cuando Percy la agrediera. Era la obligación de Oliver pensar por adelantado. A Caroline sólo la sorprendía que no hubiera intentado antes ésta táctica. Debió haber pensado en un principio que conseguiría casarla con Percy sin recurrir a la fuerza. Ahora que se aproximaba su cumpleaños, su desesperación iba en aumento.

Y así discurría la vida de Caroline, si se casaba con Percy moriría, y le daba igual lo melodramático que eso sonaba, lo único que podía ser peor que verle cada día durante el resto de su vida sería tener que escucharlo cada día durante el resto de su vida.

Ya se marchaba atravesando el vestíbulo que llevaba a la puerta principal, cuando observó el nuevo candelabro de Oliver majestuosamente colocado en la mesa que había al lado. Se había estado jactando toda la semana de esa pieza de plata auténtica, como él decía, la más fina artesanía, Caroline emitió un gruñido; Oliver nunca habría podido conseguir candelabros de plata autentica, antes de que le nombraran su tutor.

Verdaderamente, era irónico, ella hubiera sido feliz de dividir su fortuna, o regalarla incluso, si encontrara una casa con una familia que la amara y la protegiera; alguien que viera en ella algo más que un sirvienta con una cuenta en el banco.

Impulsivamente, Caroline cogió de un tirón las velas de cera de abeja del candelabro y las cambió por las de sebo de su bolsa; si necesitaba encender una vela en sus viajes, ella tendría el olor dulce que desprende la cera de abeja y que Oliver reservaba para él.

Salió corriendo, murmurando un pequeño agradecimiento por el buen clima.

– Menos mal que Percy no decidió atacarme en invierno – murmuró, mientras daba grandes zancadas en dirección a la calle. Habría preferido cabalgar un poco para salir más rápido de Hampshire, pero Oliver sólo tenía dos caballos, y en este momento se hallaban enganchados a su carruaje, y se lo había llevado consigo para ir a su reunión semanal de juegos de cartas, a la casa del patrón.

Caroline intentó mirar hacia la parte luminosa de la calzada y se recordó a sí misma que se escondería más fácilmente si iba a pie. Tendría que ir más despacio, aunque, si corría a través de los senderos…

Se estremeció; una mujer sola llamaría mucho la atención, y su pelo castaño y brillante, reflejaría demasiado la luz de la luna, incluso aunque la mayor parte lo hubiera escondido con prisas dentro de un gorro. Estuvo tentada de disfrazarse como un chico, pero no tuvo tiempo suficiente. Quizás seguiría por la costa hacía el puerto activo más cercano, no estaba muy lejos; podría viajar más rápido por mar, la llevaría lo suficientemente lejos para que Oliver no pudiera encontrarla en las seis semanas.

Si, tendría que ir por la costa, pero no podría ir por los caminos principales, ya que forzosamente alguien la vería; así que giró hacia el sur, y comenzó a abrirse camino a través del campo. Portsmouth sólo estaba a quince millas, si caminaba rápidamente durante toda la noche, podría estar allí por la mañana; entonces sacaría un pasaje en cualquier tipo de barco que la llevara a otra parte de Inglaterra. Caroline no quería abandonar el país, no cuando necesitaba reclamar su herencia en seis semanas escasas.

¿Pero que se suponía que debía hacer durante ese tiempo? Había estado aislada de la sociedad desde hacía mucho tiempo, ni siquiera sabía si estaría cualificada para algún trabajo sencillo. Pensó que podía ser una buena institutriz, pero lo más probable es que tardara seis semanas en encontrar ese puesto. Y entonces… Bueno, no sería justo conseguir un puesto de institutriz y dejar el puesto simplemente unas semanas después.

Sabía cocinar, y sus tutores se habían asegurado de que supiera limpiar; ella podía trabajar a cambio de una habitación y comida en alguna posada poco conocida y bastante fuera de su ruta. Asintió para sí misma, limpiar lo que ensuciaban desconocidos no era demasiado atractivo, pero parecía ser su única esperanza de supervivencia en las semanas siguientes. De cualquier modo, tenía que desaparecer de Hampshire y sus condados vecinos; podía trabajar en una posada, pero tenía que estar muy lejos de Prewitt Hall.

Así que aumentó su velocidad hacia Portsmouth, la hierba bajo sus pies era suave y seca, y los árboles la resguardaban de la vista del camino principal; no había demasiado tránsito a estas horas de la noche, pero una nunca era demasiado cauta. Se movía rápidamente, el único sonido eran sus pisadas al tocar el suelo. Hasta…

¿Qué fue eso?

Caroline se giró sobre sí misma, pero no vio nada; su corazón se aceleró, habría jurado que oyó algo;