– Por la noche… – continuó – con todos los sirvientes de permiso, ¿no se dio cuenta que estuvimos vigilando la casa, verdad?
– No, no, por supuesto, no me di cuenta. – respondió Caroline parpadeando furiosamente. ¿Alguien había estado vigilando la casa? ¿Cómo no lo había notado? – ¿Durante cuanto tiempo?
– Dos semanas.
Esto tenía explicación, había estado en Bath durante los últimos quince días, atendiendo a la solterona y enfermiza tía de Oliver, y acababa de regresar esta tarde.
– Pero estaba lo suficientemente lejos, – continuó – confirma nuestras sospechas.
– ¿Sus sospechas? – repitió. ¿Qué demonios estaba diciendo este hombre?
si estaba loco, ella tenía un grave problema, porque él todavía le apuntaba con la pistola a la mitad de su cuerpo.
– Tenemos suficiente para acusar a Prewitt, su testimonio asegurara que lo cuelguen, y usted, mi amor, aprenderá a amar Australia.
Caroline sofocó un grito, sus ojos se iluminaron con encanto. ¿Estaba Oliver envuelto en algo ilegal? ¡Oh, esto era maravilloso! ¡Perfecto! Ella estaría en lo cierto de que no era más que un pobre estafador. Su mente iba a máxima velocidad; a pesar de todo lo que había dicho el hombre de negro, ella dudaba que Oliver hubiera hecho algo tan malo como para colgarlo. Quizás lo enviaran a prisión, o lo obligarían a hacer trabajos forzados, o…
– ¿Señorita De León? – dijo el hombre de manera cortante.
La voz de Caroline era jadeante y muy emocionada cuando preguntó – ¿Qué ha estado haciendo Oliver?
– Por el amor de Dios, mujer, ya he tenido suficiente de su farsa, se viene conmigo.
Dio un paso hacia delante con un gruñido amenazador y la cogió por las muñecas.
– Ahora.
– Pero…
– Ni una palabra a menos que sea una confesión.
– Pero…
– ¡Eso es todo! – metió un trapo en su boca – tendrá tiempo de sobra para hablar más tarde señorita De León.
Caroline tosió y gruñó furiosamente cuando él ató sus muñecas con un áspero trozo de cuerda; entonces, para su asombro, puso dos dedos dentro de su boca y dejó salir un profundo silbido. Un magnífico caballo castrado negro salió haciendo cabriolas de entre los árboles, con pasos grandes y elegantes.
Mientras ella se quedaba boquiabierta observando al caballo, que debía ser el animal más tranquilo y mejor amaestrado en la historia de la creación, el hombre la levantó y colocó sobre la silla.
– Mmm. fffl… – gruñó, siéndole completamente imposible hablar con el trapo mugriento dentro de su boca.
– ¿Qué? – él la miró por encima y desvió su mirada a sus faldas que dejaban las piernas a la vista.
– Oh, sus faldas, puedo cortarlas si usted puede prescindir de ellas con decoro.
Ella lo miró ferozmente.
– Fuera con el decoro, entonces – dijo, y empujó sus faldas hacia arriba para que ella pudiera montar en el caballo con más comodidad.
– Lo siento, no pensé en traer una silla de mujer, señorita De León, pero confíe en mí cuando te digo que tiene mayores preocupaciones que el hecho de que yo esté viendo sus piernas desnudas.
Ella le dio un puntapié en el pecho.
Él cerró su mano alrededor de su tobillo haciéndole daño.
– Nunca – le espetó – le dé un puntapié a un hombre que le esta apuntando con una pistola.
Caroline irguió la nariz y apartó la mirada. Esta tontería había llegado demasiado lejos; tan pronto como se librara de esta condenada mordaza, le diría a este bruto que nunca había oído hablar de su señorita De León, ella abatiría sobre su cabeza a las fuerzas del orden tan rápido que tendría que suplicarle por la cuerda para ahorcarse.
Pero mientras tanto, haría lo posible por hacerle la vida imposible; tan pronto como se montó en el caballo y se colocó en la silla detrás de ella, le empujó con el codo en las costillas, duramente.
– ¿Qué pasa ahora? – dijo él secamente.
Ella encogió los hombros inocentemente.
– Otro movimiento como ese y le meto otro trapo en la boca, y éste estará considerablemente menos limpio que el primero.
“Como si eso fuera posible”, pensó Caroline furiosamente, no quiso pensar donde habría estado el trapo antes de estar en su boca; Todo lo que ella podía hacer era mirarlo ferozmente, y por la forma en que el le hablaba soltando bufidos, ella temió que no pareciera lo suficientemente furiosa.
Pero entonces él puso el caballo a medio galope y Caroline se dio cuenta de que mientras ellos fueran cabalgando hacia Portsmouth, se estarían alejando de Prewitt Hall.
Si ella no hubiera tenido las manos atadas habría dado palmas de alegría; no podría haber escapado tan rápido si hubiera planeado el viaje ella misma. Este hombre podía pensar que ella era alguna otra, “una criminal española, para ser precisos”, pero ella podía aclarar todo esto una vez que él la hubiera llevado lejos, muy lejos. Mientras tanto, estaría callada y tranquila, y le dejaría que llevara al caballo a galope tendido.
Treinta minutos más tarde un Blake Ravenscroft muy receloso desmontó delante de Seacrest Manor, cerca de Bournemouth, Dorset. Carlotta De León, que había elaborado toda clase de improperios, hasta para las uñas de los dedos de sus pies cuando la arrinconó en el prado, no había ofrecido la más mínima resistencia en todo el viaje a caballo por la costa, no había luchado ni había tratado de escapar; de hecho, había estado tan callada, que debido su lado cortés, “él dejaba ver su lado más cortés demasiado a menudo”, estuvo tentado de quitarle la mordaza, solo por cariño.
Pero reprimió el impulso de ser agradable; el marqués de Riverdale, su mejor amigo y frecuente compañero en la prevención del crimen, había tenido relaciones con la señorita De León y le había dicho a Blake que ella era engañosa y letal. No le quitaría la mordaza y las ataduras hasta que estuviera bien encerrada bajo llave.
La hizo bajar del caballo, sujetando su codo con firmeza para que entrara en su casa. Blake solo tenía tres sirvientes en su casa, todos ellos de una discreción incomparable, y estaban acostumbrados a visitantes extraños a medianoche.
– Suba las escaleras – gruñó empujándola para atravesar el vestíbulo.
Ella asintió con la cabeza alegremente, (¿¡¿Alegremente?!?), y subió con cuidado. Blake la dirigió hacia el piso de arriba y la metió a empujones a un dormitorio pequeño pero amueblado confortablemente;
– Así no le dará la idea de escaparse – dijo ásperamente mostrando dos llaves – la puerta tiene dos cerraduras.
Ella echó un vistazo al pomo de la puerta, pero fue otra artimaña que tampoco causó reacción,
– Y – añadió, – hay cincuenta pies hasta llegar al suelo, así que le recomendaría que no lo intentara por la ventana.
Encogió los hombros, como si no hubiera considerado en ningún momento la ventana, como una opción viable de escape; Blake la miró con el ceño fruncido, irritado por su indiferencia, ató sus muñecas a la pata de la cama.
– No quiero que intente nada mientras estoy ocupado.
Ella le sonrió, lo que era una verdadera proeza con el trapo sucio en su boca.
– Demonios! – murmuró él; lo tenía totalmente confundido, y no le gustaba nada esa sensación. Se detuvo para cerciorarse de que las ataduras eran seguras y comenzó a inspeccionar la habitación, asegurándose de no dejar falsos objetos que ella pudiera utilizar como armas, había oído que Carlotta De León era ingeniosa, y no tenía planeado ser recordado como el tonto que la había subestimado.
Se guardó en el bolsillo una pluma y un pisapapeles antes de sacar una silla hasta el vestíbulo; no creía que ella fuera tan fuerte como para romper una silla, pero si de algún modo la manejaba y le rompía una pata, la madera astillada si fuese un arma peligrosa.