– ¿Dónde está? – preguntó echando hacia atrás la cabeza.
– Por Dios, mujer, ¿no te han estado dando de comer?
– En realidad, no; y es peor para Penélope y Blake, aunque últimamente he sentido algo de compasión por ellos.
James se metió dentro y cogió un trozo de pan de una bolsa que había en el asiento.
– ¿Qué demonios está pasando?
– Mmmble yyy mmmque.
– ¿Perdona?
Ella tragó la comida.
– Te lo contaré en un momento. ¿Tienes algo de beber?
Él sacó un pequeño frasco de su bolsillo.
– Solo un poco de brandy, pero no creo que eso sea lo que tu…
Pero ella ya lo había cogido y tomado un trago. James esperó pacientemente mientras ella tosía, balbuceaba y se callaba, entonces dijo
– Te estaba diciendo que no creía que el brandy fuera precisamente lo que tu necesitabas.
– Qué disparate – dijo ella con voz ronca – cualquier liquido me sirve.
Él volvió a coger el frasco, enroscando la tapa, y dijo
– Supongo que me contarás porqué los tres estáis delgados y famélicos. ¿Y porqué diablos está aquí Penélope? Ella arruinará toda la operación.
– ¿Entonces te dieron permiso en Londres para continuar con vuestros planes?
– No voy a responder a una sola de tus preguntas hasta que tú no contestes a las mías.
Ella se encogió de hombros.
– Fingiremos pasear entonces. Me temo que esto nos podría llevar una gran cantidad de tiempo.
– ¿Fingir pasear?
– Naturalmente va a llevarnos una hora llevarme de vuelta al cuarto de baño de Blake.
La boca de James se abrió de golpe.
– ¿Qué ?
Ella suspiró – ¿Prefieres la versión larga o la versión corta?
– Desde el momento en que debo acompañarte de alguna forma durante una hora hasta el cuarto de baño de Ravenscroft, optaré por la versión larga; de todas formas, promete ser más que interesante.
Ella saltó fuera del carruaje, sujetando con fuerza el trozo de queso que había encontrado con el pan.
– No tienes ni idea.
Dos horas más tarde, Blake estaba de muy mal genio.
Tenía un cabreo francamente formidable, de hecho. James y Caroline se habían ido durante mucho tiempo (durante más tiempo que les habría llevado llegar al cuarto de baño). Blake se maldecía a sí mismo. Incluso sus pensamientos le estaban empezando a parecer absurdos. Aun así, James solo necesitaba pasar una hora para continuar con el engaño de acompañar a Caroline a su casa. No es que nadie, incluida Caroline, tuviera idea de lo lejos que se suponía que estaba su casa, pero a Blake nunca le había llevado más de una hora ir a buscarla para el té.
Había pasado tanto tiempo andando de acá para allá en su cuarto de baño, que Penélope creyó que padecía de alguna clase de cruel dolencia estomacal.
Al final, mientras él se encaramaba en el borde del lavabo, oyó risas y pisadas que venían de las escaleras. Saltó al suelo, cerrando su boca en una linea sombría y se cruzó de brazos.
Un momento más tarde la puerta se abrió de repente, y Caroline y James casi se cayeron, ambos riendo tan fuerte, que apenas podían mantenerse de pie.
– ¿Dónde demonios habéis estado? – exigió Blake.
Ellos lo miraron como si intentaran responderle, pero él no podía comprender lo que decían entre medias de las risas.
– ¿Y de que narices os estáis riendo?
– Ravenscroft, habéis hecho cosas realmente extrañas – James jadeaba – pero esto… – él hizo un gesto con el brazo en el cuarto de baño – no tiene comparación.
Blake únicamente le miró con el ceño fruncido.
– Aunque – dijo James dirigiéndose a Caroline – tú has hecho un estupendo trabajo cambiando este lugar en la casa, la cama tiene un toque encantador.
Caroline miró hacia abajo al montón de mantas y almohadas limpias que había colocado en el suelo.
– Gracias. Lo hago lo mejor que puedo, con lo que tengo para utilizar – ella volvió a reír nerviosamente.
– ¿Dónde habéis estado? – repitió Blake.
– Podría pasar con unas pocas velas más – dijo Caroline a James.
– Sí, puedo ver que aumenta mucho la oscuridad aquí – contestó él – Esa ventana es enormemente pequeña.
– ¿Dónde habéis ESTADO? – rugió Blake. Caroline y James lo miraron con idéntica expresión en blanco.
– ¿Nos estás sermoneando? – preguntó James.
– ¿Perdón? – dijo Caroline justo en el mismo instante.
– ¿ Dónde – dijo Blake a través de los dientes apretados – habéis estado?
Se miraron el uno al otro y encogieron los hombros.
– No lo sé – dijo James.
– Oh, afuera y paseando – añadió Caroline.
– ¿Durante dos horas?
– Yo tenía que contarle todos los detalles – dijo ella.
– Después de todo, tú no querrías que él le dijera algo inapropiado a Penélope.
– Yo podía haberle contado todos los datos oportunos en menos de quince minutos – refunfuñó Blake.
– Estoy seguro de que podías haberlo hecho – contestó James – pero no habría sido tan entretenido.
– Bien, Penélope quiere saber donde has estado – dijo Blake irritado – quiere hacer una fiesta en tu honor, Riverdale.
– Pero yo creí que pensaba irse en dos días – dijo Caroline.
– Pensaba - la interrumpió bruscamente – pero ahora que nuestro querido amigo James está aquí alargará su estancia; dice que no todos los días tenemos alojado a un marqués.
– Ella está casada con un maldito conde – dijo James – ¿Qué le importa?
– A ella no le importa – contestó Blake – ella lo que quiere es casarnos a todos.
– ¿A quién?
– Preferiblemente a cada uno de nosotros.
– ¿A los tres? – Caroline pasó la mirada de un hombre a otro – ¿No es eso ilegal?
James se rió. Blake le lanzó la más desdeñosa de las miradas, y entonces dijo
– Tenemos que deshacernos de ella.
Caroline se cruzó de brazos.
– Me niego a hacer nada en contra de tu hermana, ella es una persona amable y gentil.
– ¡Ja! – chilló Blake – gentil, sandeces; es la mujer más resuelta y entrometida que conozco, excepto quizás, tú.
Caroline le sacó la lengua.
Blake la ignoró.
– Necesitamos encontrar la manera de conseguir que vuelva a Londres.
– Sería fácil falsificar un mensaje de su esposo – dijo James.
Blake negó con un gesto.
– No es tan fácil como crees, él está en el Caribe.
Caroline sintió una punzada de tristeza. Él había descrito una vez sus ojos como del color del agua en los trópicos. Era un recuerdo que llevaría consigo el resto de su vida, como si cada vez fuera más obvio que nunca poseería al hombre.
– Vale, entonces – dijo James – ¿y si la nota es de su ama de llaves o su mayordomo? Algo diciendo que la casa está en llamas.
– Eso es demasiado cruel – dijo Caroline – ella se preocuparía.
– Ése es el propósito – añadió Blake – queremos que se preocupe lo suficiente como para irse.
– ¿No podríamos referirnos a una inundación? – preguntó ella – es muchísimo menos preocupante que un fuego.
– Mientras tanto – dijo James – ¿Porqué no lanzamos una plaga de roedores?
– ¡Entonces nunca se irá! – exclamó Caroline – ¿Quién querría ir a una casa con ratas?
– Algunas mujeres que conozco lo hacen – dijo Blake secamente.
– ¡Eso es algo terrible!
– Pero cierto – acordó James.
Ninguno dijo nada durante unos minutos, y luego Caroline sugirió