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– ¿Apresurarme?

Él afirmó con un gesto.

– Rápido.

– ¿Por qué?

– Estás a punto de descubrirlo.

Ella se deslizó hacia la puerta.

– ¿Y qué si quiero ser pescada?

– Oh, definitivamente, tú quieres ser pescada – contestó él avanzando hacia ella con la ágil elegancia de un auténtico depredador.

– Entonces ¿Por qué debería apresurarme? – preguntó ella sin aliento.

– En realidad es más divertido de ese modo.

– ¿Lo es?

Él afirmó.

– Confía en mi.

– Hmmm… Notables últimas palabras – pero incluso mientras ella decía eso, estaba ya en el vestíbulo caminando de espaldas hacia la escalera con una velocidad admirable.

Él se lamió los labios.

– Oh, entonces sería mejor que yo… Debería…

Él comenzó a moverse más deprisa.

– Oh, Dios – ella salió a la carrera riendo mientras subía por las escaleras.

Blake la alcanzó cuando llegaron al piso superior, levantándola sobre sus hombros y llevándola con protestas poco convincentes y demás, a su dormitorio.

Después de darle una patada a la puerta para abrirla, procedió a mostrarle el por qué ser pescada era a menudo incluso más divertido que la persecución.

CAPITULO 22

con-tu-ma-cious (adjetivo). Obstinadamente opuesto a la autoridad. Tercamente perverso.

Hay veces que uno debe actuar de una forma contumaz (contumacious), incluso aunque su esposo esté enormemente descontento.

Del diccionario personal de Caroline Ravenscroft.

En unos cuantos días, la luna de miel se terminó. Era hora de capturar a Oliver, Blake nunca se había resentido de su trabajo en el Ministerio de Defensa. Él no quería perseguir a criminales hasta dar con ellos, quería pasear a lo largo de la playa con su esposa; no quería evitar proyectiles, quería reír mientras fingía evitar los besos de Caroline.

Pero sobre todo, quería cambiar el espinoso miedo al descubrir la apasionante sensación de enamorarse.

Finalmente, terminó admitiendo que se sentía bien. Se estaba enamorando de su esposa.

Se sentía como si estuviera sobre un acantilado, sonriendo al tiempo que miraba como se precipitaba hacia el suelo.

Sonreía en las ocasiones más extrañas, se reía inadecuadamente, y se encontraba curiosamente desolado cuando no sabía dónde estaba ella. Era como ser coronado rey del mundo, inventar un remedio para el cáncer y descubrir que podía volar, todo en el mismo día.

Él nunca soñó que podría estar fascinado por otro ser humano. Amaba observar el conjunto de emociones en el rostro de ella, la dulce curva de sus labios cuando estaba contenta, el fruncimiento de su ceja cuando estaba perpleja.

Hasta le gustaba observarla cuando dormía. Su suave pelo castaño esparcido como un abanico sobre su almohada.

Como se elevaba y bajaba su pecho al ritmo de su respiración, y ella parecía tan noble y en paz. Le había preguntado una vez si sus demonios desaparecían cuando estaba dormida.

La respuesta de ella le derritió el corazón.

– Yo no tengo demonios – le había contestado.

Y Blake se había dado cuenta que sus demonios estaban desapareciendo también. Decidió que era la risa lo que los expulsaba. Caroline tenía una habilidad asombrosa para encontrar el humor en el más mundano de los temas. También había descubierto que ella se enorgullecía de hacer un poco de mímica. Lo que le faltaba de talento, ella lo suplía con su entusiasmo, y a menudo, Blake se encontraba desternillándose de la risa.

Ella estaba lista para ir a la cama justo en ese momento, tarareando en el cuarto de baño, el cuarto de baño de ella. Lo había aislado desde que vivía ahí hacía una semana. Su material de aseo femenino ya no era el que ella había tenido antes de que Penélope la hubiera llevado de tiendas; apretujaban las pertenencias de él, empujando su máquina de afeitar hacia una esquina.

Y Blake adoraba eso. Amaba cada intrusión que ella hacía en su vida; desde la nueva disposición de su mobiliario al perfume indefinido de ella que flotaba en el aire por toda la casa, cogiéndole a él fuera de guardia y haciendo que le doliera quererla.

Él ya estaba en la cama esa noche, apoyado contra las almohadas mientras escuchaba como ella se aseaba. Era el treinta de Julio. Mañana James y él capturarían a Oliver Prewitt y a sus secuaces traidores. Habían planificado la misión hasta el último detalle, pero Blake aún estaba incómodo. Y nervioso. Muy, muy nervioso. Se sentía preparado para el trabajo del día siguiente, pero todavía había demasiadas variables, demasiadas cosas que podrían salir mal.

Y nunca antes, Blake había sentido que tenía tanto que perder.

Cuando Marabelle estaba viva, eran jóvenes y se creían inmortales.

Las misiones para el Ministerio de Defensa habían sido grandes aventuras. Nunca se les había ocurrido que sus vidas pudieran dirigirse a cualquier otro sitio que a la felicidad después de eso.

Pero entonces Marabelle fue asesinada y no importaba si Blake creía que era inmortal o no, pero dejó de importarle su propia vida. Él no había estado nervioso en anteriores misiones porque en realidad, ya no le importaban las consecuencias. Oh, él quería ver a los traidores de Inglaterra llevados ante la justicia, pero si por alguna razón, no vivía para verlos colgados… Bueno, no sería una gran pérdida para él.

Pero ahora era diferente. A él le importaba. Quería más que nada hacerlo por medio de esta misión y construir su matrimonio con Caroline, quería verla vagar por el jardín de rosas, y quería ver su rostro cada mañana sobre la almohada cerca del suyo. Quería hacerle el amor con salvaje desenvoltura y quería tocarle el vientre mientras se hacía grande y redondo con sus niños.

Él quería cada vida que tenía para ofrecer. Hasta el último trocito de maravilla y alegría. Y estaba aterrado, porque sabía lo fácil que todo podría serle arrebatado.

Sólo se necesitaría una bala certera.

Blake se dio cuenta que Caroline había terminado de lavarse y miró hacia la puerta del cuarto de baño, que estaba un poquito abierta. Oyó un pequeño chapoteo, y luego un silencio sospechoso.

– ¿Caroline? – la llamó.

Ella sacó la cabeza con una tela de seda negra envuelta sobre su cabeza.

– Ella no ezsstá aquí.

Blake alzó una ceja.

– ¿Quién tienes la intención de ser? ¿Y qué hacías con mi esposa?

Ella sonrió de forma muy seductora.

– Por supuesto, yo soy Carlotta De León. Y zssi tú no me bezssas ahora, señor Ravenscroft, tendré que recurrir a mis tácticas más desagradables.

– Me estremezco de pensarlo.

Ella se escabulló dentro de la cama y le pestañeó.

– No pienses. Sólo bézssame.

– Oh, pero no podría. Soy un hombre de principios, honesto, nunca me saldría del juramento del matrimonio.

Ella frunció el ceño.

– Estoy segura de que tu esposa te perdonarrá sólo por está vez.

– ¿Caroline? – Él agitó su cabeza negativamente – Nunca. Tiene el carácter del mismo demonio. Me aterroriza por completo.

– No deberías hablar de ella de esa manera.

– Eres demasiado comprensiva para ser una espía.

– Yo soy única – dijo con un encogimiento de hombros.

Él se chupó los labios para no reírse.

– ¿Tú no eres española?

Ella levantó un brazo a modo de saludo.

– ¡Viva la Reina Isabel!.