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Su corazón se congeló.

– ¿ Quién está ahí? – preguntó.

Nada.

– Estás tonta – murmuró – sólo voy a la p…

Aparentemente, como caída del cielo, una fuerza cegadora la golpeó en la espalda y la tiró al suelo.

– No digas una palabra – gruñó una voz en su oreja.

– ¿Oliver? – dijo ella ahogadamente.

– ¡Te dije que no hables! – Con su mano le tapó la boca a ella. Fuertemente.

Era Oliver. La mente de ella iba a toda velocidad “¿Qué demonios hacía él aquí?”

– Voy a hacerte algunas preguntas – dijo con una voz aterradora.

– Y tú me vas a dar algunas respuestas.

Apartando el pánico, ella afirmó con la cabeza.

– ¿Para quién trabaja tu marido?

Sus ojos se agrandaron, y ella le agradeció que se tomara su tiempo para quitarle la mano de encima de la boca, porque no tenía ni idea de qué decir. Cuando él finalmente le dejó hablar, su brazo aún la rodeaba brutalmente alrededor del cuello. Ella dijo

– No sé de qué me estás hablando.

Él tiró hacia atrás con fuerza, de modo que la parte superior del brazo le estaba oprimiendo la tráquea

– ¡Respóndeme!

– ¡No lo sé! ¡Lo juro!

Si ella le decía que Blake se encontraba lejos, toda su operación se arruinaría. Él podría perdonarla, pero ella no se lo perdonaría nunca.

Oliver cambió de posición bruscamente mientras retorcía el brazo de ella por detrás de la espalda.

– No te creo – gruñó él – tú eres un montón de cosas, la mayoría de ellas molestas como el demonio, pero no eres estúpida ¿Para quién trabaja?

Ella se mordió el labio, Oliver no iba a creer que ella no supiera absolutamente nada, así que dijo

– No lo sé. Aunque a veces él se va.

– Ah, ahora nos vamos entendiendo ¿A donde va?

– No lo sé.

Él tiró del brazo de ella tan fuerte que estaba segura de que el hombro se saldría de su sitio.

– ¡No lo sé! – dijo ella a gritos – ¡De veras, no lo sé!

Él la giró.

– ¿Sabes donde está ahora?

Ella negó con la cabeza.

– Yo sí.

– ¿Tú sí? – dijo con voz ahogada.

Hizo un gesto afirmativo entrecerrando sus ojos malévolamente.

– Imagina mi sorpresa cuando lo descubrí tan lejos esta noche.

– No sé lo que me quieres decir.

Él comenzó a arrastrarla hacia el camino principal.

– Lo sabrás.

La fue empujando hasta que llegaron a un pequeño calesín aparcado al lado de la carretera. El caballo estaba masticando apaciblemente sobre la hierba hasta que Oliver le golpeó en su pata.

– ¡Oliver! – dijo Caroline – Estoy segura de que eso no era necesario.

– Cállate – la estrujó contra el lateral del calesín y le ató las manos juntas con un trozo de cuerda gruesa.

Caroline miró sus manos y notó con exasperación que era tan bueno atando nudos como había sido Blake. Sería afortunada si la sangre conseguía llegar hasta sus manos.

– ¿Dónde me llevas? – le preguntó.

– ¡A ver a tu querido esposo!.

– Te lo dije. No sé dónde está.

– Y yo te lo dije. Yo sí.

Ella tragó saliva, encontrando cada vez más duro mantenerse en ese plan tan fanfarrón.

– Bueno, entonces… ¿Dónde está?

Él la empujó para que subiera al calesín, se sentó detrás de ella y lo espoleó al caballo para que se pusiera en marcha.

– El señor Ravenscroft está en este preciso momento en algún risco escarpado oteando el Canal de la Mancha. Tiene un catalejo en la mano y está acompañado por el marqués de Riverdale y dos hombres que no conozco.

– Quizás hayan salido para algún tipo de expedición científica. Mi esposo es un naturalista estupendo.

– No me ofendas. Tiene el catalejo fijado en mis hombres.

– ¿Tus hombres? – repitió ella.

– Creías que sólo era otro estúpido gandul guardando bajo llave tu dinero ¿verdad?

– Bueno, sí – Caroline lo reconoció antes de tener oportunidad de frenar su lengua.

– Tenía planes para tu fortuna, sí, y no creas que te he perdonado por tu traición, pero yo he estado trabajando por mi cuenta, también.

– ¿Qué quieres decir?

– ¡Ja! No te gustaría saberlo.

Ella aguantó la respiración mientras giraban en una curva a una velocidad peligrosa.

– Oliver, si insistes en secuestrarme de esta manera, parece que lo voy a saber muy pronto.

La miró calculadoramente.

– ¡ Mira la carretera! – chilló ella casi a punto de vaciar su estómago al tiempo que se bamboleaban para evitar un árbol.

Oliver tiró con demasiada fuerza de las riendas, y el caballo, un poco furioso ya por haber sido pateado resopló y se detuvo en seco.

Caroline se sacudió hacia delante al parar bruscamente.

– Creo que me voy a poner enferma – murmuró.

– No creas que voy a limpiar la mierda si empiezas a vomitar todo – le regañó Oliver, azotando al caballo con su látigo.

– ¡Para de golpear a ese pobre caballo!

Él agitó su cabeza frente al rostro de ella mientras sus ojos brillaban peligrosamente.

– ¿Puedo recordarte que tú estás atada y yo no?

– ¿Qué quieres decir?

– Yo doy las ordenes.

– Bueno, no te sorprendas si la pobre criatura te patea la cabeza cuando no estés mirando.

– No me digas cómo tratar a mi caballo – rugió, y luego descargó el látigo otra vez sobre la espalda del animal. Continuaron con su movimiento carretera abajo, una vez que Caroline estaba segura de que Oliver conducía a un ritmo más lento, le dijo:

– Estabas hablándome de tu trabajo.

– No – dijo él – No lo hacía. Y cierra el pico.

Ella mantuvo su boca cerrada. Oliver no iba a decirle nada, y ella también podía utilizar el tiempo en urdir un plan. Se movían paralelamente a la costa, bordeando la parte más cercana de Prewitt Hall, y la cala que sobre la que Oliver había escrito en sus informes clandestinos. La misma cala donde Blake y James estaban esperando. Dios Santo, les iban a tender una emboscada.

Algo iba mal. Blake lo sentía en sus huesos.

– ¿Dónde está él? – siseó.

James meneó negativamente la cabeza y sacó su reloj de bolsillo.

– No lo sé. El bote llegó hace una hora. Prewitt debería haber estado aquí para encontrarse con ellos.

Blake maldijo entre dientes.

– Caroline me dijo que Oliver siempre es puntual.

– ¿Podría saber que el Ministerio de Defensa le está siguiendo?

– Imposible – Blake levantó su catalejo hacia el ojo y enfocó hacia la playa. Un pequeño bote había dejado caer el ancla unas veinte yardas dentro del mar. No había mucha tripulación, hasta el momento habían visto sólo a dos hombres sobre la cubierta. Uno de ellos sujetaba un reloj de bolsillo y lo comprobaba de vez en cuando.

James le dio un codazo y Blake le pasó el catalejo.

– Debe haber sucedido algo hoy – dijo Blake – no hay forma de que él hubiera sabido que había sido detectado.

James sólo afirmó con la cabeza mientras examinaba el horizonte.

– A menos que esté muerto, él vendrá, se juega demasiado dinero.

– ¿Y donde narices está su otro hombre? Se supone que son cuatro.

James se encogió de hombros, con el catalejo todavía en su ojo.

– Tal vez estén esperando alguna señal de Prewitt, el podría haber… ¡Espera!

– ¿Qué?

– Alguien se acerca por la carretera.

– ¿Quién? – Blake intentó coger el catalejo, pero James se negó a entregárselo.

– Es Prewitt – dijo – viene en un calesín, y trae a una mujer con él.

– Carlotta De León – predijo Blake.

James bajó el catalejo lentamente. Su cara se había vuelto completamente blanca.