Fue entonces cuando oyó las pisadas de su secuestrador en el vestíbulo; rápidamente eliminó la sonrisa de su cara y colocó una mano sobre su cuello. Cuando él volvió a entrar en la habitación, ella estaba tosiendo.
– Tengo un regalo para usted – dijo con voz sospechosamente alegre.
Ella ladeó su cabeza en respuesta.
– Mire esto, papel, plumas, tinta. ¿No es emocionante?
Ella parpadeó, fingiendo no comprender. Oh, maldición, no había considerado esto. No había forma de convencerle de que no sabía escribir, claramente ella era una mujer culta, y sin decirlo, no le iba a ser posible retorcerse la muñeca en los siguientes tres segundos.
– Oh, por supuesto – dijo con preocupación exagerada – necesita algo sobre lo que apoyarse. Que desconsiderado por mi parte no tener en cuenta sus necesidades. Aquí, déjeme traerle este porta-firmas del escritorio; ahí tiene, justo en su regazo, ¿está cómoda?
Ella lo miró furiosamente, prefiriendo su cólera a su sarcasmo.
– ¿No? Aquí, déjeme mullir sus almohadas.
Se inclinó hacia delante, y Caroline que realmente había tenido suficiente de su actitud dulce y melosa, tosió sobre su boca y nariz. Para entonces él se había retirado lo suficientemente lejos para mirarla ferozmente; su cara era un cuadro de completo arrepentimiento.
– Voy a olvidar que hizo eso – dijo apretando los dientes – por lo que usted debería estar eternamente agradecida.
Caroline miró entonces fijamente el equipo de escritura que tenía en su regazo, desesperadamente, intentando idear un plan nuevo.
– Ahora ¿empezaremos?
Su sien derecha empezó a picarle, y levantó su mano para rascarse. Su mano derecha. Ahí fue cuando se dio cuenta. Siempre había sido más hábil con su mano izquierda; sus primeros profesores le habían regañado, gritado y empujado, intentando que aprendiera a escribir con su mano derecha; la habían llamado rara, antinatural e impía. Un profesor particularmente religioso se había referido a ella incluso como la semilla del diablo. Caroline había intentado escribir con su mano derecha “Oh, Señor, como lo había intentado”, pero aunque podía coger la pluma de manera natural, nunca le fue posible dominar nada más que un garabato ininteligible.
Pero todos escribían con su mano derecha, sus profesores habían insistido, seguramente ella no quería ser diferente.
Caroline tosió tapando su sonrisa; nunca antes había estado tan encantada de ser “diferente”. Este tipo esperaría que escribiera con su mano derecha, ya que él y el resto de sus conocidos sin duda lo harían. Bien, ella estaría feliz por darle lo que él quería. Alargó su mano derecha, cogió una pluma, la mojó en la tinta y lo miró con aburrida expectación.
– Me alegra que haya decidido cooperar – dijo – estoy seguro de que lo encontrará más beneficioso para su salud.
Ella emitió un bufido y puso sus ojos en blanco.
– Ahora – dijo, mirándola intensamente con perspicacia. – ¿Conoce a Oliver Prewitt?
No podía negar eso; la había visto abandonando la casa la noche anterior. Aun así, no había que desechar su arma secreta con una cuestión tan simple, y asintió con la cabeza.
– ¿Cuánto tiempo hace que lo conoce?
Caroline pensó sobre eso. No tenía ni idea del tiempo que Carlotta De León había estado trabajando con Oliver, eso si que era un problema, pero también sospechaba que el hombre que tenía de pie frente a ella de brazos cruzados, tampoco lo sabía.
Mejor decir la verdad, su madre siempre se lo había dicho y Caroline no vio ninguna razón para cambiar de actitud ahora. Sería más fácil mantener sus sencillas historias tan verídicas como le fuera posible. Vamos a ver, había estado viviendo con Oliver y Percy durante año y medio, pero los conoció un poco antes; Saco cuatro dedos todavía queriendo salvar su escritura para dar una respuesta que fuera placentera y complicada.
– ¿Cuatro meses?
Movió su cabeza negativamente.
– ¿Cuatro años?
– Dios mío – Blake respiró. No tenían ni idea de que Prewitt hubiera hecho contrabando de información diplomática durante tanto tiempo. Dos años, habían pensado, posiblemente dos y medio. Cuando pensó en todo lo que esta misión había puesto en peligro… sin mencionar las vidas que se habían perdido, como resultado de la traición de Prewitt. Muchos colegas muertos, su propio amor…
Blake estalló en cólera y sintiéndose culpable.
– Dígame exactamente que tipo de relación tenían – le ordenó con voz grave.
“ ¿Que le diga? ” gesticuló con la boca.
– Escríbalo! – bramó.
Ella respiró profundamente, como preparándose para alguna terrible tarea y comenzó a escribir con dificultad.
Blake parpadeó. Parpadeó otra vez.
Ella lo miró y sonrió.
– ¿Qué lenguaje del demonio esta escribiendo? – preguntó.
Retrocedió, muy ofendida.
– Que conste que yo no leo español, así que, amablemente escriba las respuestas en ingles, o si lo prefiere, francés o latín.
Ella agitó sus dedos e hizo unos movimientos que a él le fueron difíciles interpretar.
– Repito – dijo apretando los dientes – ¡ escriba exactamente que tipo de relación tenía con Oliver Prewitt! Ella anotó un montón de garabatos (él no aceptaba que eso fueran palabras) despacio y cuidadosamente, como si estuviera mostrando algo nuevo a un niño.
– Señorita De León!
Ella suspiró, y en ese momento lamentó el haber hecho esos garabatos.
– No leo los labios, mujer.
Se encogió de hombros.
– Escríbalo otra vez.
Sus ojos resplandecieron de irritación, pero hizo lo que le pedía.
Los resultados fueron incluso peores que los anteriores.
Blake cerró sus puños para evitar envolver sus manos alrededor del cuello de ella. – me niego a creer que no sabe escribir.
Su boca se abrió por el ultraje y golpeó furiosamente las marcas de tinta en el papel.
– Llamar a esto escritura, señora, es un insulto a las plumas y la tinta de todo el mundo.
Puso su mano sobre la boca y tosió. ¿O se estaba riendo? Blake entrecerró sus ojos; entonces se levantó y cruzó la habitación hacia la mesa de aseo. Cogió su librito que estaba lleno de palabras muy intelectuales y lo agitó en el aire.
– Si tiene una caligrafía tan espantosa, ¡ entonces explique esto! – le amenazó.
Lo miró fijamente sin comprender, lo que hizo que se enfureciera más aún; volvió a su lado y se inclinó hasta quedar muy juntos.
– Estoy esperando – gruñó.
Ella retrocedió y movió la boca diciendo algo que él no pudo descifrar.
– Me temo que no la comprendo – ahora su voz había dejado el campo del enfado para aventurarse en el peligroso.
Ella empezó a hacer todo tipo de ademanes sueltos, señalándose a si misma y sacudiendo la cabeza violentamente.
– ¿Intenta decirme que usted no escribió estas palabras?
Ella asintió enérgicamente.
– ¿Quién entonces?
Ella movió la boca diciendo algo que él no entendió. Tenía la sensación de que no estaba destinado a comprender.
Respiró fatigadamente, y volvió a caminar hasta la ventana para tomar un poco de aire fresco. No tenía sentido que ella no pudiera escribir de manera legible, pero si realmente no podía, ¿Quién había escrito en el cuaderno y que significaría? Le había dicho (cuando todavía hablaba) que no eran más que una colección de un vocabulario de palabras, que era claramente una mentira, aun así…
Se detuvo, tenía una idea.
– Escriba todo el alfabeto – le ordenó.