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Capítulo 97

LENINGRADO

3 de Enero de 1943

Un invierno suave. Todo ha ido según el plan estableado. Muy temprano, la mañana del día 1, día de Año Nuevo, llegaron los enterradores y se llevaron el cadáver que había encima de las cajas de munición, tal y como se les había ordenado a través de las líneas de comunicación y, naturalmente, creyeron que era a Daniel Gudeson a quien se llevaban hacia el norte en el trineo. Ni que decir tiene que me entran ganas de reír cuando lo pienso. Si le quitasen el saco que le cubre la cabeza antes de dejarlo caer en el hoyo, no sé lo que pasaría, pero de todos modos, no me preocupaba, porque ellos no conocían ni a Daniel ni a Sindre Fauke.

Lo único que me preocupa es que parece que Edvard Mosken abriga sospechas de que Fauke no ha desertado, sino de que yo lo he matado. Claro que no hay mucho que él pueda hacer, el cuerpo de Sindre Fauke está carbonizado (ojalá su alma se queme eternamente) e irreconocible junto con otros cien.

Pero esta noche, mientras hacía la guardia, tuve que emprender la operación más arriesgada hasta ahora. Me había dado cuenta de que no podía dejar a Daniel enterrado en la nieve. Puesto que el invierno se presentaba suave, me arriesgaba a que el cadáver surgiese de la nieve en cualquier momento, delatando así el cambio. Y cuando, por la noche, empecé a soñar con lo que los zorros y las comadrejas podían hacer con el cuerpo de Daniel cuando la primavera derritiese la nieve, decidí que debía desenterrar el cadáver y volver a enterrarlo en la fosa común, que, después de todo, es tierra bendecida por el sacerdote de campaña.

Por supuesto que temía más a nuestros puestos de guardia que a los rusos pero, por suerte, el que estaba de guardia en el puesto de ametralladoras era el torpe de Hallgrim Dale, el amigo de Fauke. Además, el cielo estaba encapotado aquella noche y, lo más importante de todo: yo sentía que Daniel estaba conmigo, sí, que estaba dentro de mí. Y cuando por fin logré sacar el cadáver y dejarlo sobre las cajas de munición, antes de ponerle el saco sobre la cabeza, me sonrió. Ya sé que la falta de sueño y el hambre pueden gastarle a uno malas pasadas, pero yo vi verdaderamente su rígida máscara de muerto cambiar de postura ante mis propios ojos. Y por extraño que pueda parecer, en lugar de asustarme, me hizo sentirme seguro y feliz. Después, entré a hurtadillas en el bunker y me dormí como un niño.

Cuando, apenas una hora más tarde, Edvard Mosken vino a despertarme, sentí como si todo hubiese sido un sueño, y creo que conseguí que mi asombro pareciese auténtico cuando vi que el cadáver de Daniel había vuelto a aparecer. Pero aquello no fue suficiente para convencer a Mosken. Él estaba seguro de que era Fauke quien yacía con el saco en la cabeza, que yo lo había asesinado y lo había dejado allí con la esperanza de que los enterradores creyesen que habían olvidado llevarse su cadáver la primera vez y que se lo llevasen sin hacer preguntas. Cuando Dale retiró el saco y Mosken vio que, de hecho, era Daniel, ambos quedaron atónitos y yo tuve que reprimir la nueva risotada que bullía en mi interior para que no nos delatase a Daniel y a mí.

Capítulo 98

HOSPITAL DEL SECTOR NORTE, LENINGRADO

17 de Enero de 1944

La granada de mano que lanzaron desde el avión ruso chocó contra el casco de Dale, cayó al suelo y quedó sobre el hielo dando vueltas y chisporroteando mientras nosotros intentábamos escapar a su alcance. Yo era el que más cerca me encontraba y estaba convencido de que íbamos a morir los tres: Mosken, Dale y yo. Es extraño, pero mi último pensamiento fue que el que yo acabase de salvar a Edvard Mosken de morir por un disparo del desgraciado de Hallgrim Dale era una ironía del destino, y que lo único que había conseguido era prolongar en dos minutos exactamente la vida de nuestro jefe de pelotón. Pero, por suerte, las granadas de mano que fabrican los rusos son de pésima calidad y los tres salimos de aquélla con vida. Aunque a mí me hirió en el pie y los restos de la granada atravesaron el casco y se me incrustaron en la frente.

Por una curiosa coincidencia, fui a parar a la sala de la enfermera Signe Alsaker, la prometida de Daniel. Al principio no me reconoció, pero por la tarde se me acercó y se puso a hablar conmigo en noruego. Es muy hermosa y soy consciente de que me gustaría que fuese mi prometida.

Olaf Lindvig también está ingresado aquí y en la misma sala. Tenía el abrigo blanco colgado de un gancho junto a su cama.

No sé por qué. Tal vez para que pueda volver directamente a sus obligaciones en cuanto se haya recuperado de su herida. Necesitamos hombres como él, ya oigo acercarse el fuego de la artillería rusa. Creo que una noche tuvo una pesadilla, porque gritaba en sueños y entonces vino Signe. Le puso una inyección, tal vez de morfina. Cuando Olaf volvió a dormirse, vi que le acariciaba el cabello. Estaba tan hermosa que sentí deseos de gritarle que se acercase a mi cama y de explicarle quién era yo, pero no quise asustarla.

Hoy me han comunicado que tendrán que enviarme al oeste, porque no llegan las medicinas. Nadie me lo advirtió, pero me duele el pie, los rusos se acercan y sé que es la única salvación posible.

Capítulo 99

WIENERWALD

29 de Mayo de 1944

En mi vida he conocido a una mujer más hermosa e inteligente. ¿Puede uno amar a dos mujeres a la vez? ¡Sí, claro que es posible!

Gudbrand ha cambiado. Por eso he adoptado el apodo de Danieclass="underline" Urías. A Helena le gusta más, dice que Gudbrand es un nombre raro.

Cuando los demás se han dormido, me dedico a escribir poemas, aunque no soy muy bueno. El corazón se me desboca tan pronto como ella asoma por la puerta, pero Daniel dice que, para conquistar el corazón de una mujer, hay que conservar una calma casi fría, porque es como cazar moscas. Hay que mantenerse completamente inmóvil y, preferentemente, mirar hacia otro lado. Y cuando la mosca empieza a confiar en ti, cuando se atreve a aterrizar sobre la mesa, delante de ti, se acerca y, por fin, casi te incita a intentar atraparla, entonces es el momento de dar el golpe, como un relámpago. Con decisión y seguridad en la propia convicción. Lo último es lo más importante. Pues no es la velocidad, sino la convicción lo que atrapa a la mosca. Tienes un único intento; y es importante tener el terreno preparado. Eso es lo que dice Daniel.

Capítulo 100

VIENA

29 de Junio de 1944

Dormía como un niño cuando me vi arrancado del regazo de mi amada Helena. Fuera, los bombardeos habían finalizado hacía ya rato, pero era medianoche y las calles estaban completamente desiertas. Encontré el coche donde lo habíamos aparcado, junto al restaurante Drei Husaren. La ventana trasera estaba rota y una de las piedras del muro había abierto una gran abolladura en el techo, pero, salvo este percance, el coche estaba, por suerte, intacto. Volví al hospital conduciendo tan rápido como pude.

Sabía que era demasiado tarde para hacer algo por Helena y por mí, sólo éramos dos personas atrapadas en un torbellino de sucesos que no podíamos controlar. Su apego a la familia la sentenciaba a casarse con aquel médico, Christopher Brockhard, ese ser corrupto que, en su infinito egocentrismo (¡que él llamaba amor!), mancillaba la auténtica naturaleza del amor. ¿No veía que el amor que lo movía era exactamente lo contrario del amor que la movía a ella? Así que yo tenía que sacrificar mi sueño de compartir la vida con Helena, para así darle una existencia, si no feliz, al menos decente, libre de la humillación a la que quería obligarla Brockhard.