Harry fue a la mesa de la cocina con los folios en la mano, encontró el café en el armario que había sobre el fregadero y puso una cafetera, todo ello sin dejar de leer. Acerca de su reencuentro, feliz pero también difícil y casi doloroso, en un hotel de París. Se prometieron al día siguiente.
A partir de ahí, Gudbrand empezó a escribir cada vez menos sobre Daniel hasta que, al final, éste parecía haber desaparecido por completo.
En cambio, sus páginas estaban llenas de la historia de una pareja de enamorados que, a causa del asesinato de Christian Brockhard, seguía sintiendo el aliento de sus perseguidores en la nuca. Acordaban citas secretas en Copenhague, Amsterdam y Hamburgo. Helena conocía la nueva identidad de Gudbrand, pero ¿sabía toda la verdad sobre el asesinato en el frente, sobre las ejecuciones en la granja de los Fauke?
No parecía que así fuese.
Se prometieron tras la retirada de los Aliados y, en 1955, ella se va de Austria, de una Austria que, estaba segura, volvería a quedar bajo el control de «criminales de guerra, antisemitas y fanáticos que no habían aprendido de sus errores». Se fueron a vivir a Oslo, donde Gudbrand, siempre bajo el nombre de Sindre Fauke, dirigía su pequeño negocio. El mismo año se unieron en matrimonio ante un sacerdote católico, en una ceremonia privada celebrada en el jardín de la calle Holmenkollveien, donde acababan de comprarse una gran casa con el dinero que Helena había conseguido de la venta de su tienda de costura en Viena. Son felices, escribe Gudbrand.
Harry oyó el burbujeo del agua y, sorprendido, comprobó que el café llevaba ya un rato hirviendo.
Capítulo 107
RIKSHOSPITALET
1956
Helena perdió tanta sangre que, por un instante, su vida corrió peligro pero, por fortuna, intervinieron a tiempo. Perdimos el bebé. Helena estaba inconsolable, naturalmente, aunque yo no dejaba de recordarle que es joven, que tendremos muchas oportunidades. Por desgracia, el médico no se mostró tan optimista. Decía que la matriz…
Capítulo 108
RIKSHOSPITALET
12 de Marzo de 1967
Una hija. La llamaremos Rakel. Yo no podía dejar de llorar y Helena me acarició la mejilla mientras me decía que los caminos del Señor eran…
Harry había vuelto a sentarse en la sala de estar y se frotaba los ojos. ¿Por qué no había caído en la cuenta en cuanto vio la fotografía en la habitación de Beatrice? Madre e hija. Debía de estar despistado. Desde luego, era evidente que ésa era la palabra, despistado. De hecho, él veía a Rakel en todas partes: en los rostros de las mujeres que pasaban por la calle, en todos los canales de televisión, cuando se sentaba a hacer zapping, tras la barra de la cafetería… De modo que, ¿por qué iba a prestar una atención especial al ver su rostro en la fotografía de una mujer hermosa?
¿Debía llamar a Mosken para que le confirmase lo que Gudbrand Johansen, alias Sindre Fauke, había escrito? ¿Acaso era necesario? De momento, no.
Volvió a mirar el reloj. ¿Por qué lo hacía? ¿Qué era lo que lo apremiaba, salvo que había acordado verse con Rakel a las once? Seguramente, Ellen le habría dado la respuesta, pero Ellen no estaba allí y él no tenía tiempo de ponerse a averiguarla en aquel momento. Precisamente eso, no tenía tiempo.
Siguió hojeando las páginas, hasta llegar al 7 de octubre de 1995. Ya sólo quedaban unas cuantas hojas del manuscrito. Harry notó que le sudaban las palmas de las manos. Sintió algo similar a lo que el padre de Rakel describía que le había sucedido cuando recibió la carta de Helena: la aversión a, finalmente, tener que enfrentarse a lo inevitable.
Capítulo 109
OSLO
7 de Octubre de 1999
Voy a morir. Después de todo lo que he tenido que pasar en la vida, me ha resultado extraño saber que, como a la mayoría de la gente, será una enfermedad la que me dé el golpe de gracia. ¿Cómo se lo voy a decir a Rakel y a Oleg? Mientras subía por la calle Karl Johan, pensé que esta vida que, desde que murió Helena, se me antojaba sin valor, se convertía de repente en algo muy valioso para mí. No porque no desee reencontrarme contigo, Helena, sino porque he descuidado mi misión aquí en la tierra durante muchos años y ya apenas si me queda tiempo. Subí por la misma pendiente de gravilla que el 13 de mayo de 1945. El príncipe heredero sigue sin salir al balcón para decirnos que él nos comprende. Él sólo comprende las situaciones difíciles de los demás. No creo que venga, creo que nos ha fallado.
Después, me dormí apoyado contra un árbol y tuve un sueño largo y extraño, como una revelación. Y cuando desperté, vi que también mi compañero estaba despierto. Daniel ha vuelto. Y sé lo que quiere.
El Ford Escort lanzó un rugido cuando Harry cambió con brutalidad de marcha atrás, a primera y a segunda, sucesivamente. Y chilló como un animal herido cuando Harry presionó y mantuvo el acelerador pisado a fondo. Un tipo ataviado con el traje típico de Østerdal cruzó apresurado el paso de cebra en el cruce de la calle Vibe con la de Bogstadveien, librándose así de que su pie quedase aplastado bajo una rueda con el dibujo casi por completo desgastado. En la calle Hegdehaugsveien se había formado una cola para llegar al centro, y Harry se pasó al centro de los dos carriles sin dejar de tocar el claxon con la esperanza de que los conductores de los coches que venían en dirección contraria tuviesen suficiente sentido común como para apartarse. Acababa de hacer la maniobra de colocarse en la parte izquierda del seto que había ante el Lorry Kafé cuando, de repente, una pared de color azul claro cubrió todo su campo de visión. ¡El tranvía!
Era demasiado tarde para detenerse, de modo que giró por completo el volante, pisó ligeramente el pedal del freno para mover la parte trasera del coche y se deslizó sobre el puente hasta tocar el tranvía por el lateral izquierdo. El espejo lateral desapareció con un breve chasquido; la manilla de la puerta al deslizarse contra el lateral del tranvía resonó con un chirrido.
– ¡Joder, joder!
Pasó el tranvía, quedó solo y las ruedas se liberaron de las vías, se aferraron al asfalto y lo llevaron hasta el siguiente semáforo.
Verde, verde, ámbar.
Pisó a fondo el acelerador, siguió tocando el claxon con la vana esperanza de que su débil pitido llamase la atención en medio de los festejos del Diecisiete de Mayo, a las diez y cuarto de la mañana y en el centro de Oslo. Así iba, gritando, pisando el freno, y mientras el Escort se deshacía en desesperados esfuerzos por mantenerse aferrado a la madre tierra, las fundas vacías de las casetes, los paquetes de cigarrillos y el propio Harry Hole se precipitaban hacia delante en el interior del coche. Cuando el vehículo volvió a detenerse, se dio un cabezazo contra la luna delantera. Un grupo de jóvenes apareció de pronto gritando y agitando banderas en medio del paso de peatones y justo delante de su coche. Harry se frotó la frente. Estaba enfrente de Slottsparken y la calle peatonal que conducía al palacio aparecía plagada de gente. Desde el cabriolé abierto que había en el carril contiguo oyó la radio y la célebre emisión en directo que era la misma de todos los años:
«La familia real saluda desde el balcón el desfile infantil y al pueblo congregado en la plaza del Palacio. Los gritos de júbilo del pueblo se dirigen especialmente al príncipe heredero, recién llegado de Estados Unidos, puesto que él es…»
Harry pisó el embrague y aceleró en dirección al bordillo de la acera de la calle peatonal.
Capítulo 110
OSLO
16 de Octubre de 2000
He empezado a sonreír otra vez. En realidad, es Daniel quien sonríe, claro está. No le he dicho a nadie que, una de las primeras cosas que hizo cuando volvió a despertar, fue llamar a Signe. Lo hicimos desde el teléfono público del Schrøder. Y fue tan terriblemente divertido, que lloramos de risa.