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Seguiré perfilando el plan esta noche. El problema sigue siendo cómo me haré con el arma que necesito.

Capítulo 111

OSLO

6 de Febrero de 2000

… parecía que el problema estaba por fin resuelto, apareció: Hallgrim Dale. Como era de esperar, estaba acabado. Hasta el último momento confié en que no me reconociese. Por lo visto, había oído rumores de que yo había sucumbido en los bombardeos de Hamburgo, porque creyó que era un fantasma. Después comprendió que había gato encerrado y me pidió que le pagara por tener la boca cerrada. Pero el Dale que yo conozco no habría podido mantener un secreto ni por todo el dinero del mundo. De modo que procuré ser la última persona con la que mantuviese una conversación. No es que me agradara, pero he de reconocer que sentí cierta satisfacción al comprobar que no he olvidado por completo mis habilidades de antaño.

Capítulo 112

OSLO

6 de Febrero de 2000

Durante más de cincuenta años y seis veces al año, Edvard Mosken y yo nos hemos estado viendo en el restaurante Schrøder. La mañana del primer martes de cada dos meses. Aún llamamos a estos encuentros «reuniones del Estado Mayor», como hacíamos cuando el restaurante estaba en la plaza Youngstorget. Me he preguntado a menudo qué es lo que nos une a Edvard y a mí, con lo distintos que somos. Quizá no es más que un destino común lo que nos une. El hecho de estar marcados por los mismos sucesos. Ambos estuvimos en el frente oriental, ambos hemos perdido a nuestras esposas y nuestros hijos son adultos. No lo sé, pero ¿por qué no? Lo más importante para mí es mi certeza de que cuento con su total lealtad. Por supuesto que no olvida que yo le ayudé al terminar la guerra, pero le he echado alguna mano después también. Como a finales de los años sesenta, cuando se descontroló con la bebida y con las apuestas de caballos y estuvo a punto de perder la compañía de transporte, si yo no hubiese pagado sus deudas de juego.

No, ya no queda gran cosa del aguerrido militar que yo recuerdo de Leningrado pero, en los últimos años, Edvard se ha reconciliado con la idea de que la vida no resultó ser como él se había imaginado, y ahora intenta sacarle el máximo partido. Se concentra en ese caballo suyo y ya no se dedica ni a la bebida ni al juego, sino que se contenta con darme información sobre las carreras de vez en cuando.

Y a propósito de información, fue él quien me informó de que Even Juul le había preguntado si no sería posible que Daniel Gudeson estuviese vivo, después de todo. Llamé a Even aquella misma noche y le pregunté si se había vuelto senil. Pero Even me contó que, hacía unos días, había cogido el auricular del supletorio del dormitorio y que oyó la voz de un hombre que aseguraba ser Daniel y que su mujer se había asustado muchísimo. El hombre que llamó por teléfono le había dicho a su mujer que volvería a llamarla otro martes. Even aseguraba que oyó ruidos como de un café, así que ahora se dedicaba a visitar los cafés de Oslo todos los martes, para dar con el acosador telefónico. Sabía que la policía no se iba a preocupar lo más mínimo por una nadería así, y no le había dicho nada a Signe por si ella intentaba disuadirlo de su empeño. Tuve que morderme la mano para no echarme a reír antes de desearle suerte a ese viejo imbécil.

Desde que me mudé al piso de Majorstuen, no he visto a Rakel, aunque hemos hablado por teléfono. Parece que ambos estamos hartos de pelearnos. Yo he desistido de explicarle lo que nos hizo a su madre y a mí cuando se casó con ese ruso procedente de una vieja familia de bolcheviques.

– Ya sé que para ti fue una traición -me dice Rakel-. Pero hace ya tanto tiempo…, ¿por qué no dejamos ya ese tema?

Pero no hace tanto tiempo. En realidad, ya no hace tanto tiempo de nada.

Oleg pregunta por mí. Es un buen chico. Aunque espero que no se vuelva tan terco e independiente como su madre, que heredó esos rasgos de Helena. Se parecen tanto que, al hablar de ello, se me llenan los ojos de lágrimas.

Edvard me ha prestado su cabaña para la semana que viene. Allí probaré el rifle. Daniel se alegra de ello.

El semáforo se puso verde y Harry pisó el acelerador. El coche se bamboleó cuando las ruedas se toparon con el bordillo de la acera y luego dio un salto nada elegante para, de repente, verse en medio del césped. La calle peatonal estaba llena de gente, de modo que Harry siguió transitando por la hierba. Fue deslizándose en zigzag entre los estanques y cuatro jóvenes que habían tenido la idea de ponerse a desayunar en medio del parque, sobre una manta. En el espejo retrovisor vio el juego de las luces azules de los coches de policía. Junto a la garita de la Guardia Real, la multitud se agolpaba ya hasta el punto de que Harry se detuvo, salió del coche de un salto y echó a correr hacia las barreras que rodeaban la plaza del palacio.

– ¡Policía! -gritó Harry mientras se abría camino entre la muchedumbre.

Los que estaban en primera fila se habían levantado muy temprano para asegurarse un buen sitio y se desplazaron de mala gana. Cuando saltó las barreras, un guardia real intentó detenerlo, pero Harry le apartó el brazo blandiendo su placa y llegó a la plaza dando traspiés. La gravilla crujía bajo sus pies. Se puso de espaldas al desfile infantil. En ese preciso momento, la escuela infantil de Slemdal y la banda de música juvenil de Vålerenga desfilaban bajo el balcón del palacio, desde el que la familia real saludaba al ritmo de los tonos desafinados de I’m just a Gigolo. Harry fijó la mirada en una larga serie de rostros de reluciente sonrisa y de banderolas de colores rojo, blanco y azul. Sus ojos escrutaron de arriba abajo las filas de asistentes: jubilados, señores que hacían fotos, padres de familia con sus pequeños a hombros, pero ni rastro de Sindre Fauke. Gudbrand Johansen. Daniel Gudeson.

– ¡Joder, joder!

Gritaba, más que nada, de desesperación.

Pero allí, ante las barreras, vio, pese a todo, una cara conocida. Alguien que trabajaba vestido de civil y con el transmisor y las gafas de sol oscuras. De modo que, después de todo, había seguido el consejo de Harry de apoyar a los padres de familia en lugar de ir al Scotsman.

– ¡Halvorsen!

Capítulo 113

OSLO

17 de Mayo de 2000

Signe está muerta. Fue ejecutada por traidora hace tres días, con una bala que le atravesó su pérfido corazón. Después de haberme mantenido firme tanto tiempo, vacilé cuando Daniel me dejó después del disparo. Me abandonó a un solitario desconcierto. Permití que la duda aflorase y pasé una noche terrible. La enfermedad no mejora las cosas. Tomé tres pastillas, cuando el doctor Buer me dijo que tomase sólo una; aun así, el dolor era insoportable. Pero al final me dormí y al día siguiente me desperté y Daniel había vuelto a mi lado con renovadas fuerzas. Era la penúltima etapa, así que ahora seguimos navegando a toda vela.

Ven al círculo de la hoguera en el campamento, mira la llama roja y dorada, aquel que nos alienta a avanzar hacia la victoria exige fidelidad a vida o muerte.

Ya se acerca el día en que la Gran Traición quedará vengada. No tengo miedo.

Lo más importante es, por supuesto, que la Traición se dé a conocer. Si quienes encuentren estas memorias no son las personas adecuadas, me expongo a que se destruyan o se mantengan en secreto, por las posibles reacciones de las masas. Ante tal eventualidad, le he dado las pistas necesarias a un joven oficial del CNI. Ahora sólo queda comprobar lo inteligente que es. Pero mi intuición me dice que es una persona íntegra.

Los últimos días han sido dramáticos.