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Empezaron el día que decidí que zanjaría el asunto con Signe. Acababa de llamarla para decirle que iría a buscarla y salía del restaurante Schrøder cuando, a través del cristal que cubre toda la pared del café de enfrente, vi el rostro de Even Juul. Fingí no haberlo visto y seguí caminando, pero sabía que él comprendería cuando reflexionase un poco.

Ayer recibí la visita del policía. Creía que las pistas que le había dado eran tan claras que comprendería la relación antes de que yo hubiese cumplido mi misión. Pero resultó que dio con el rastro de Gudbrand Johansen en Viena. Comprendí entonces que tenía que ganar tiempo, cuarenta y ocho horas, como mínimo. Así que le conté una historia sobre Even Juul, que acababa de inventar, precisamente ante la eventualidad de que se produjese una situación como ésa. Le dije que Even era una pobre alma herida y que Daniel se había instalado en su interior. Para empezar, la historia haría creer que Juul era el responsable de todo, incluso del asesinato de Signe. Y para continuar, el suicidio amañado que había planeado para Juul sería más verosímil.

Cuando el policía se marchó, me puse enseguida manos a la obra. Even Juul no parecía especialmente asombrado cuando abrió la puerta hoy y me vio en la escalinata. No sé si fue porque había tenido oportunidad de pensar o si ya había perdido la capacidad de admirase. De hecho, parecía estar muerto. Le puse un cuchillo contra la garganta y le juré que lo rajaría con la misma facilidad con que había rajado a su perro si se movía. Para asegurarme de que me había entendido, abrí la bolsa de la basura que llevaba y le enseñé el animal. Subimos al dormitorio y se colocó dócilmente encima de la silla y ató la correa del perro al gancho de la lámpara.

– No quiero que la policía tenga más pistas hasta que todo haya, pasado, así que tenemos que hacer que parezca un suicidio -le dije.

Pero él no reaccionó, parecía indiferente. Quién sabe, tal vez le hice un favor.

Después, limpié las huellas dactilares, puse la bolsa con el perro en el congelador y dejé los cuchillos en el sótano. Todo estaba listo y sólo fui a echar una última ojeada al dormitorio cuando de repente oí crujir la gravilla y vi un coche de policía en la calle. Se había detenido como si estuviese esperando algo, pero yo comprendí que estaba en peligro. Gudbrand se puso nervioso, claro está, pero por suerte Daniel tomo el mando y actuó con rapidez.

Fui a coger las llaves de los otros dos dormitorios y comprobé que una de ellas valía para la cerradura del dormitorio en el que estaba colgado Even. La puse en el suelo, en el interior de la habitación, y saqué la llave original y la utilicé para cerrar la puerta por fuera. Finalmente, dejé la llave de ese dormitorio en el otro. No me llevó más de unos segundos y después, me fui tranquilamente a la planta principal y marqué el número de Harry Hole.

Y, un segundo más tarde, entró por la puerta.

Aunque sentía ganas de reír, creo que logré adoptar una expresión de sorpresa. Posiblemente, porque estaba un tanto sorprendido. En efecto, yo había visto a otro de los policías, aquella noche en Slottsparken. Pero creo que él no me reconoció. Tal vez porque hoy estaba viendo a Daniel. Y, por supuesto, caí en la cuenta de limpiar las huellas dactilares de las llaves.

– ¡Harry! ¿Qué haces aquí? ¿Pasa algo?

– Escúchame, coge el transmisor e informa de que…

– ¿Cómo?

La banda del colegio de Bolteløkka desfiló por allí tronando con los tambores.

– Te digo que… -gritó Harry.

– ¿Qué? -gritó Halvorsen.

Harry le arrebató el transmisor:

– Escuchadme todos. Mantened los ojos abiertos por si veis a un hombre de unos setenta y nueve años, uno setenta y cinco de altura, pelo cano. Es posible que esté armado, repito, puede estar armado y es sumamente peligroso. Sospechamos que tiene planes de cometer un atentado, de modo que comprobad las ventanas que estén abiertas y los tejados de la zona. Repito…

Harry repitió el mensaje, mientras Halvorsen lo miraba fijamente boquiabierto. Cuando terminó, Harry le arrojó el transmisor.

– Tu trabajo es conseguir que se suspenda la fiesta del Diecisiete de Mayo, Halvorsen.

– ¿Qué dices?

– Tú estás trabajando; yo, en cambio, parezco…, parece que he estado de juerga, así que a mí no me escucharán.

Halvorsen observó la cara sin afeitar de Harry, la camisa arrugada y mal abrochada y los zapatos sin calcetines.

– ¿Quiénes no te escucharán?

– ¿De verdad que no me has entendido? -le gritó apuntándole con el dedo.

Capítulo 114

OSLO

17 de Mayo de 2000

Mañana. Cuatrocientos metros de distancia. Lo he hecho antes. La fronda del parque se llenará de nuevos brotes verdes, tan llena de vida, tan vacía de muerte. Pero yo he preparado el camino para la bala. Un árbol muerto, sin hojas. La bala vendrá del cielo, como el dedo de Dios, señalará a los hijos de los traidores, y todos verán lo que Él les hace a los de corazón impuro. El traidor dijo que amaba a su patria, pero la abandonó, nos pidió que lo salváramos de los invasores del Este, pero después nos tachó de traidores.

Halvorsen corrió hacia la entrada del palacio mientras Harry se quedaba en la plaza dando vueltas como un borracho. Tardarían unos minutos en desalojar el balcón del palacio. Antes, los hombres importantes tendrían que tomar decisiones de las que habrían de responder, pues no se suspendía el Diecisiete de Mayo así como así, simplemente porque un oficial de policía hubiese hablado con un colega. Paseó la mirada por la muchedumbre sin saber qué buscaba en realidad.

Vendrá del cielo.

Alzó la mirada. Los verdes árboles. Tan vacíos de muerte. Eran tan altos y de tan espeso follaje que ni con una buena mira sería posible disparar desde las casas aledañas.

Harry cerró los ojos. Sus labios se movían. «Ayúdame ahora, Ellen.»

He preparado el camino.

¿Por qué se mostraron tan sorprendidos, los dos operarios de la Dirección Municipal de Parques Públicos, cuando él pasó ayer por allí? El árbol. No tenía hojas. Volvió a abrir los ojos, su mirada recorrió las copas de los árboles, y lo vio: un roble muerto. Harry notó que se le desbocaba el corazón. Se dio la vuelta y a punto estuvo de pisar al primer tambor en su carrera hacia el palacio. Cuando llegó al centro de la línea imaginaria que unía el árbol y el balcón del palacio, se detuvo, miró el árbol. Detrás de las ramas desnudas se alzaba un gigante de helado cristal. El hotel SAS. Por supuesto. Así de fácil. Una bala. Nadie reaccionaría ante el ruido de un estallido en la fiesta del Diecisiete de Mayo. Después, bajará tranquilamente al ajetreo de la recepción y a las calles llenas de gente, donde desparecerá. Y entonces, ¿qué pasará después?

No podía pensar en eso ahora; ahora tenía que actuar. Tenía que actuar. Pero estaba agotado. En lugar de la excitación propia de la situación, Harry sentía ganas de marcharse a casa a dormir para luego despertar a un nuevo día en el que nada de aquello hubiese ocurrido, que todo hubiese sido un sueño. El ruido de las sirenas de una ambulancia que pasaba por la calle Drammensveien lo sacó de su ensimismamiento. El sonido cortó el fluir de la música de la banda.

– ¡Joder, joder!

Y echó a correr.

Capítulo 115

HOTEL RADISSON SAS

17 de Mayo de 2000

El anciano se inclinó hacia la ventana con las piernas flexionadas, sosteniendo el rifle con ambas manos mientras escuchaba las sirenas de la ambulancia, que se alejaba despacio. «Llega tarde -se dijo-. Todo el mundo muere.»

Había vuelto a vomitar. Sobre todo sangre. Los dolores casi lo hicieron perder el sentido y, después, se quedó acurrucado en el suelo del baño, esperando el efecto de las pastillas. Cuatro pastillas. El dolor empezó a remitir, tan sólo sintió una última punzada, como para recordarle que no tardaría en volver, y el baño recuperó sus formas. Uno de los dos baños, con jacuzzi. ¿O se trataba de una bañera con chorros de vapor? En cualquier caso, había un televisor, que él había encendido, y en ese momento cantaban himnos patrióticos y los periodistas elegantemente vestidos comentaban el desfile infantil en todos los canales.