Выбрать главу

En la puerta del Schrøder estuvo a punto de chocar con un hombre que llevaba un jersey islandés. El alcohol había empañado casi todo el azul de su iris y tenía las manos grandes como sartenes y muy sucias. Ellen notó el olor dulzón a sudor y a borrachera añeja cuando pasó a su lado. En el interior había un ambiente de silencio matinal. Sólo cuatro de las mesas estaban ocupadas. Ellen había estado allí antes, hacía mucho tiempo, y, por lo que recordaba, nada había cambiado. Las mismas fotos antiguas de Oslo colgaban de las paredes de color ocre que, junto con el techo de cristal, otorgaban al lugar un leve toque de pub inglés. Muy leve, en su opinión. Lo cierto era que, con las mesas y los asientos de aglomerado, más parecía el salón de fumar de uno de los ferrys de la costa de Møre. Al fondo de la barra fumaba una camarera con delantal que observaba a Ellen con escaso interés. En el rincón del fondo, junto a la ventana, estaba Harry, con la cabeza inclinada. Tenía ante sí una pinta de cerveza vacía.

– Hola -saludó Ellen al tiempo que se sentaba en la silla que había frente a él.

Harry levantó la cabeza e hizo un gesto de asentimiento, como si hubiera estado esperándola, antes de volver a bajar la cabeza.

– Hemos intentado localizarte. Fuimos a tu casa.

– ¡Ajá! ¿Y estaba en casa? -preguntó sin sonreír.

– No lo sé. ¿Estás en casa, Harry? -preguntó ella a su vez, señalando el vaso.

Él se encogió de hombros.

– El agente sobrevivirá -le dijo.

– Sí, eso he oído. Møller dejó un mensaje en mi contestador. -Sorprendentemente, tenía buena dicción-. No dijo nada de la gravedad de la herida. En la espalda hay muchos nervios y esas cosas, ¿verdad?

Ladeó la cabeza, pero Ellen no contestó.

– A lo mejor sólo queda paralítico -aventuró Harry emitiendo un chasquido al ver el vaso vacío-. ¡Salud!

– Tu baja por enfermedad termina mañana -le recordó Ellen-. Queremos verte de vuelta en el trabajo.

Harry levantó la cabeza un poco.

– ¿Estoy de baja?

Ellen empujó una pequeña carpeta transparente que había puesto sobre la mesa y en cuyo interior se veía el reverso de un papel rosa.

– He hablado con Møller. Y con el doctor Aune. Llévale la copia de esta solicitud de baja. Møller dijo que era normal disfrutar de unos días libres para calmarse después que haber tiroteado a alguien durante un servicio. Pero ven mañana.

Su mirada vagó hasta detenerse en la ventana, que tenía un cristal teñido y rugoso. Probablemente para evitar que se viese desde fuera a la gente que había dentro. «Al contrario que en la cafetería nueva», pensó Ellen.

– ¿Entonces, vendrás? -le preguntó a Harry.

– Bueno, verás… -dijo observándola con la misma mirada empañada que ella le recordaba de las mañanas después de que volviese de Bangkok-. Yo en tu lugar, no apostaría por ello.

– Ven, hombre, te esperan un par de sorpresas.

– ¿Sorpresas? -Harry rió suavemente-. ¿Qué será? ¿La jubilación anticipada? ¿Una despedida honrosa? ¿Me concederá el presidente «El Corazón Púrpura»?

Levantó la cabeza lo suficiente para que Ellen pudiera ver sus ojos enrojecidos. Suspiró y se volvió de nuevo para mirar la ventana. Detrás del rugoso cristal pasaban coches informes, como en una película psicodélica.

– ¿Por qué te haces esto, Harry? Tú sabes, yo sé, y todo el mundo sabe que no fue culpa tuya. Hasta el Servicio Secreto reconoce que fue culpa suya, que no estábamos informados. Y que nosotros, que tú reaccionaste correctamente.

Harry habló en voz baja, sin mirarla.

– ¿Crees que su familia lo verá así cuando regrese a casa en una silla de ruedas?

– ¡Por Dios, Harry!

Ellen levantó la voz y vio por el rabillo del ojo que la mujer que había a su lado en la barra los miraba con creciente interés, tal vez esperase presenciar una buena bronca.

– Siempre hay alguien que tiene mala suerte, que no lo consigue, Harry. Estas cosas son así, no es culpa de nadie. ¿Sabías que cada año muere el sesenta por ciento de la población del acentor común? ¡El sesenta por ciento! Si nos detuviésemos a pensar cuál es el sentido de tanta mortalidad, acabaríamos formando parte de ese sesenta por ciento antes de darnos cuenta, Harry.

Harry no contestó, sólo movió la cabeza afirmativamente hacia el mantel de cuadros con cercos negros de quemaduras de cigarrillos.

– Me odiaré a mí misma por decirte esto, Harry, pero si vienes mañana, lo consideraré un favor personal. Preséntate, no te hablaré y no tendrás que echarme el aliento. ¿De acuerdo?

Harry metió el dedo meñique en uno de los agujeros negros del mantel. Movió el vaso vacío y lo puso encima de los otros agujeros, para taparlos. Ellen esperaba.

– ¿Es Waaler el que está en el coche? -preguntó Harry.

Ellen asintió. Sabía perfectamente lo mal que se caían. Entonces, tuvo una idea. Vaciló un instante, pero se animó:

– Por cierto, ha apostado dos talegos a que no vendrás.

Harry rió otra vez con esa risa suave. Levantó la cabeza, la apoyó entre las manos y la miró.

– Eres realmente mala mintiendo, Ellen. Pero gracias por intentarlo.

– ¡Vete a la mierda! -Ellen respiró hondo, estuvo a punto de decir algo, pero cambió de idea. Miró largamente a Harry. Respiró otra vez-. Está bien. En realidad, era Møller quien iba a comunicártelo, pero ahora te lo cuento yo: te quieren dar un puesto de comisario en el CNI.

La risa de Harry volvió a sonar suave, como el motor de un Cadillac Fleetwood.

– Bueno, con un poco de entrenamiento, a lo mejor aprendes a mentir bien, después de todo.

– ¡Pero si es verdad!

– Es imposible.

Su mirada se perdió otra vez por la ventana.

– ¿Por qué? Eres uno de nuestros mejores investigadores, acabas de demostrar que eres un oficial jodidamente resuelto, has estudiado derecho, has…

– Te digo que es imposible. A pesar de que a alguien se le haya ocurrido esa descabellada idea.

– Pero ¿por qué?

– Por una razón muy sencilla. ¿Qué porcentaje de esos pájaros dijiste que moría anualmente? ¿El sesenta por ciento?

Tiró del mantel con el vaso encima.

– Se llama acentor común -dijo Ellen.

– Eso. ¿Y por qué se mueren?

– ¿Adonde quieres ir a parar?

– Supongo que no es simplemente que se tumben y se mueran, ¿no?

– De hambre. En las garras de los predadores. De frío. De agotamiento. Al chocar contra una ventana. Hay muchas razones.

– Muy bien. Porque supongo que a ninguno de ellos le ha pegado un tiro en la espalda un oficial de policía noruego que no tenía permiso de armas al no haber pasado las pruebas de tiro. Un oficial que en cuanto eso se sepa, será acusado y probablemente condenado, a entre uno y tres años de prisión. Un candidato bastante malo para comisario, ¿no te parece?

Alzó el vaso y lo puso en la mesa junto al mantel arrugado dando un fuerte golpe.

– ¿Qué pruebas de tiro? -preguntó Ellen.

Él le dedicó una mirada penetrante que ella acogió con tranquilidad.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Harry.

– No sé de qué hablas, Harry.

– Sabes muy bien que…

– Por lo que yo sé, aprobaste la prueba de tiro este año. Y lo mismo opina Møller. Hasta se dio una vuelta por la oficina esta mañana para comprobarlo con el instructor. Entraron en la base de datos y, según lo que pudieron averiguar, tus resultados fueron más que suficientes. Comprenderás que no ascienden a comisario del CNI a alguien que le pega un tiro a un agente del SS sin tener permiso de armas.

Le sonrió ampliamente a Harry, que parecía ahora más confundido que bebido.

– ¡Pero si yo no tengo permiso de armas!

– Que sí, hombre, lo único que pasa es que lo has perdido. Ya lo encontrarás, Harry, ya lo encontrarás.

– Escucha, yo…