Выбрать главу

Diez minutos más tarde ya había inyectado dos de las botellas y estaba a punto de terminar la tercera, cuando oyó unas voces que se aproximaban. Dos personas aparecieron de entre los arbustos y dedujo que debían de ser las mismas que había visto pasar antes.

– ¡Hola! -dijo una voz masculina.

El viejo tuvo una reacción instintiva, se puso de pie y se colocó delante del árbol, de modo que su largo abrigo ocultase la jeringa que seguía incrustada en el tronco. Entonces, quedó cegado por la luz. Alzó las manos y se cubrió los ojos.

– ¡Retira ese foco, Tom! -oyó decir a una mujer.

El haz de luz cambió de dirección y el viejo lo vio bailotear entre los árboles del parque.

El hombre y la mujer estaban ya a su lado cuando ella, una joven que rondaba la treintena, con rasgos bonitos aunque nada extraordinarios, le mostró una tarjeta que sostuvo tan cerca de su rostro que, incluso a la escasa luz de la luna, pudo ver su fotografía, en la que aparecía mucho más joven y con expresión grave. Y su nombre: Ellen no sé cuántos.

– Policía -declaró la mujer-. Sentimos haberlo asustado.

– ¿Qué haces aquí a estas horas de la noche? -preguntó el hombre.

Los dos iban vestidos de civiles y, bajo el negro flequillo de un joven muy bien parecido, pudo ver un par de ojos de un azul frío que lo miraban curiosos.

– Salí a dar un paseo, simplemente -dijo el viejo confiando en que no notasen que le temblaba la voz.

– ¡Ah, vaya! -dijo el hombre llamado Tom-. Apostado tras un árbol del parque y con un abrigo tan largo. ¿Qué te parece que podemos pensar?

– ¡Venga ya, Tom! -exclamó la mujer-. Lo siento -dijo volviéndose hacia el anciano-. Se ha producido una pelea en el parque hace tan sólo unas horas. Han apaleado a un joven. ¿Ha visto u oído algo?

– No, yo acabo de llegar -dijo el viejo concentrándose en la mujer, para así evitar la penetrante mirada del hombre-. No he visto nada. Tan sólo la Osa Menor y la Osa Mayor -dijo señalando al cielo-. Lo siento por el chico. ¿Está malherido?

– Bastante. Disculpe la interrupción -le sonrió la joven-. Que tenga una buena noche.

Los dos policías desaparecieron y el viejo cerró los ojos apoyado contra el árbol. De repente, alguien lo agarró de la solapa del abrigo y notó el cálido aliento de la voz del joven policía, que le susurraba al oído:

– Si alguna vez te pillo con las manos en la masa, te rajo, ¿me has oído? Odio a los tipos como tú.

Después, sus manos soltaron el abrigo y el policía desapareció.

El viejo se sentó en el suelo y enseguida sintió la humedad de la tierra en sus ropas. Una voz resonaba en su cabeza, canturreando los mismos versos, una y otra vez:

Olmo y álamo, roble y abedul,

abrigo negro, muerto y pálido.

Capítulo 19

PIZZERÍA HERBERT, PLAZA YOUNGSTORGET

12 de Noviembre de 1999

Sverre Olsen entró y saludó con un gesto a los chicos de la mesa de la esquina, pidió una cerveza en la barra y la llevó a la mesa. No a la mesa de la esquina, sino a la suya. A la que había sido su mesa durante más de un año, desde que le dio una paliza al tío amarillo del Dennis Kebab. Era pronto y todavía no había nadie más sentado allí, pero la pequeña pizzería de la esquina de la calle Torggata con la plaza Youngstorget no tardaría en llenarse. Hoy era el día del pago del subsidio. Miró a los chicos de la esquina. Tres de ellos pertenecían al núcleo, pero ya no se hablaba con ellos. Pertenecían al nuevo partido, Alianza Nacional, y podría decirse que se había producido un desacuerdo ideológico. Los conocía desde su participación en las Juventudes del Partido Patriótico, y eran muy patriotas, pero ahora estaban a punto de deslizarse hacia las filas de los disidentes. Roy Kvinset, con la cabeza impecable recién afeitada, llevaba como siempre los vaqueros desgastados y ajustados, botas y una camiseta blanca con el emblema de Alianza Nacional, en rojo, blanco y azul. Pero Halle era nuevo. Se había teñido el pelo de negro y utilizaba aceite para alisar el flequillo y peinarlo pegado a la cabeza. Lo que más provocaba la reacción de la gente era el bigote, tipo cepillo, del mismo color negro y cuidadosamente recortado, una copia exacta del bigote del Führer. Había prescindido de los anchos pantalones y las botas de montar y se había puesto unos de camuflaje de color verde. Gregersen era el único que tenía pinta de ser un joven normal y corriente: chaqueta corta, perilla y gafas de sol en la cabeza. Era sin duda el más inteligente de los tres.

Sverre paseó la mirada por el resto del local. Una chica y un tipo estaban comiéndose una pizza con las manos. No los había visto antes, pero no parecían policías. Y tampoco periodistas. ¿Serían de la ONG Monitor? Había descubierto a un tío de Monitor ese invierno, un tipo de mirada temerosa que había entrado un par de veces de más fingiendo estar bebido para entablar conversación con algunos de ellos. Sverre se había olido la traición. Se lo llevaron fuera y le quitaron el jersey. Tenía un micrófono y una grabadora pegados al estómago con cinta adhesiva. Confesó que era de Monitor antes de que le hubiesen puesto una mano encima. Un cagado. Los de Monitor eran unos imbéciles. Creían que esos juegos de niños, esa vigilancia voluntaria de los ambientes fascistas era algo importante y peligroso, que eran agentes secretos en constante peligro de muerte. Aunque, en fin, tenía que admitir que tal vez no fuesen tan distintos de algunos de los miembros de sus propias filas. De todas formas, el tío estaba convencido de que iban a matarlo y tenía tanto miedo que se meó encima. Literalmente. Sverre se percató enseguida de la raya oscura que serpenteaba por el asfalto, desde la pernera. Eso era lo que mejor recordaba de aquella noche. El pequeño río de orina que discurría hacia el punto más bajo del terreno brillaba en la penumbra del patio interior.

Sverre Olsen decidió que la pareja, efectivamente, eran dos jóvenes hambrientos que habían pasado por allí y se habían detenido a comer al descubrir la pizzería. La velocidad con que comían indicaba que, a aquellas alturas, ya se habían percatado del tipo de clientela, y querían salir de allí lo antes posible. Había un señor mayor con abrigo y sombrero sentado junto a la ventana. Un borracho, quizás, aunque su vestimenta indicaba otra cosa. Claro que ése era el aspecto que tenían los primeros días, después de que Elevator, la tienda de ropa de segunda mano del Ejército de Salvación, les hubiese proporcionado ropa, en general, abrigos de calidad y trajes usados pero cuidados. El hombre mayor alzó la vista y sus miradas se cruzaron. No era ningún borracho. El hombre tenía unos chispeantes ojos azules y Sverre apartó la vista enseguida. ¡Mierda, vaya forma de mirar la de ese viejo!