– Siento que hayas tenido que esperar, Hole. No te levantes.
Era Meirik. Harry no había hecho amago de levantarse.
– Bien -comenzó Meirik tomando asiento ante su escritorio-. ¿Qué tal ha sido tu primera semana con nosotros?
Meirik mantenía la espalda recta y mostró una serie de grandes dientes amarillentos de un modo que hacía sospechar que sonreír no era un deporte que hubiese practicado mucho en su vida.
– Bastante aburrida -confesó Harry.
– Venga, hombre. -Meirik parecía sorprendido-. No te habrá ido tan mal, ¿verdad?
– Bueno, vuestra máquina de café es mejor que la nuestra.
– ¿Te refieres a la del grupo de delitos violentos?
– Lo siento -se excusó Harry-. Me cuesta acostumbrarme a que ahora el CNI somos «nosotros».
– Claro, claro, hay que tener paciencia, como pasa con todo, ¿verdad, Hole?
Harry asintió. No había motivo para ponerse a combatir contra molinos de viento. Al menos cuando sólo llevaba un mes. Tal y como esperaba, le habían asignado un despacho al fondo de un largo pasillo, lo que le permitía no ver a ninguno de sus compañeros más de lo estrictamente necesario. Su cometido consistía en leer los informes de las oficinas regionales del CNI y, simplemente, valorar si los asuntos que abordaban deberían remitirse a un nivel superior en el sistema. Y las instrucciones de Meirik habían sido bastante claras al respecto: a menos que fuesen auténticos absurdos, todo debía pasar a las instancias superiores. En otras palabras, el trabajo de Harry consistía en actuar de filtro de la basura. Aquella semana habían entrado tres informes. Habían intentado leerlos despacio, pero no le resultó fácil demorarse en ellos el tiempo necesario. Uno de los informes venía de Trondheim y trataba del nuevo equipo de escuchas, cuyo funcionamiento nadie entendía después de que el experto en escuchas se hubiese despedido. Harry lo pasó a la instancia superior. El segundo trataba de un hombre de negocios alemán, al que habían declarado como no sospechoso puesto que ya había entregado la partida de barras de cortina por la que se justificaba su presencia en el país. Harry lo pasó igualmente a la instancia superior. El tercer informe era de la región de Østlandet, de la jefatura de policía de Skien. Habían recibido quejas del propietario de una cabaña de Siljan, que había oído disparos el fin de semana anterior. Puesto que no era época de caza, un agente había ido a inspeccionar el terreno y, durante su reconocimiento, encontró en el bosque varios casquillos de bala de marca desconocida. Enviaron los casquillos al departamento de la policía judicial KRIPOS, [16] que los devolvió con la explicación de que probablemente se tratase de la munición utilizada para un rifle Märklin, un arma bastante rara.
Harry pasó el informe a la instancia superior, pero se quedó con una copia.
– Verás, quería hablar contigo de un panfleto que hemos interceptado. Los neonazis están planeando alborotar en las mezquitas de Oslo el Diecisiete de Mayo. Uno de esos días festivos móviles de los musulmanes coincide este año con esa fecha y algunos padres extranjeros se niegan a que sus hijos salgan en el desfile infantil del Día Nacional de Noruega porque tienen que ir a la mezquita.
– Eid.
– ¿Cómo?
– Eid, así se llama esa fiesta. Es la Nochebuena de los musulmanes.
– ¡Vaya! ¿Así que estás metido en esas cosas?
– No. Pero mi vecino me invitó a cenar el año pasado. Son paquistaníes. Les parecía muy triste que tuviese que cenar solo la noche de Eid.
– ¡Ajá! Mmm.
Meirik se encajó las gafas, unas Horst Tappert.
– Bueno, aquí tengo el panfleto. En él dicen que es un desprecio hacia su país de acogida celebrar otra festividad que la del Día Nacional justo el Diecisiete de Mayo. Y que los inmigrantes gozan aquí de seguridad, pero se libran de las obligaciones de cualquier ciudadano noruego.
– Como lo es gritar sumisos «¡Viva Noruega!» en el desfile -apuntó Harry al tiempo que echaba mano del paquete de tabaco.
Había visto el cenicero en el último estante de la librería, y Meirik asintió con un gesto cuando él le preguntó con la mirada. Harry encendió un cigarrillo, inspiró el humo e intentó imaginarse cómo los capilares sanguíneos de las paredes pulmonares absorbían la nicotina con avidez. Cada vez le quedaban menos años de vida y la idea de que jamás dejaría de fumar lo llenaba de una extraña satisfacción. Obviar las advertencias impresas en el paquete de cigarrillos tal vez no fuese la rebelión más radical a la que un ser humano podía recurrir, pero al menos era un tipo de rebelión que él se podía permitir.
– En fin, a ver qué puedes averiguar -dijo Meirik.
– De acuerdo. Pero te advierto que me cuesta controlar mis impulsos cuando se trata de los cabezas rapadas.
– Vamos, vamos.
Meirik volvió a mostrar sus grandes dientes amarillos y Harry cayó en la cuenta de a qué le recordaba: el hocico de un caballo bien adiestrado.
– Vamos, vamos.
– Hay algo más -observó Harry-. Se trata del informe sobre la munición hallada en Siljan. La del rifle Märklin.
– Sí, tengo la impresión de que he oído hablar de ello.
– He estado haciendo comprobaciones por mi cuenta.
– ¿Y?
A Harry no le pasó inadvertido el tono indiferente de Meirik.
– He comprobado el registro de armas del último año. No hay ningún Märklin registrado en Noruega.
– Bueno, no me sorprende. Lo más probable es que algún otro oficial del CNI haya comprobado ya ese registro, después de recibir tu informe, Hole. Ése no es tu trabajo, ¿sabes?
– Puede que no. Pero quería estar seguro de que el responsable lo haya contrastado con los informes de contrabando de armas de la Interpol.
– ¿La Interpol? ¿Por qué habíamos de hacer tal cosa?
– Nadie importa ese tipo de rifles a Noruega. De modo que tiene que haber entrado de contrabando.
Harry sacó del bolsillo una copia de la impresora.
– Ésta es la lista de envíos que la Interpol encontró en una redada en casa de un comprador de armas ilegal de Johannesburgo este mes de noviembre. Fíjate. Rifles Märklin. Y también figura el destino: Oslo.
– Hmm, ¿de dónde has sacado esto?
– Del archivo digital de la Interpol publicado en Internet. Accesible para todos los miembros del CNI. Para todos los que se molesten en buscarlo.
– ¿Ah, sí?
Meirik mantuvo la mirada fija en Harry un instante, antes de ponerse a estudiar el documento con atención.
– Ya, bueno, esto está muy bien, pero el contrabando de armas no es de nuestra competencia, Hole. Si supieras cuántas armas ilegales decomisa la Sección de Armas en el curso de un año…
– Seiscientas once -declaró Harry.
– ¿Seiscientas once?
– En lo que va de año. Y eso sólo en el distrito policial de Oslo. Dos de cada tres procedentes de delincuentes, principalmente armas cortas, escopetas de repetición y de cañón recortado. Se incauta una media de un arma al día. La cantidad casi se duplica en los noventa.
– Estupendo, en ese caso, sabrás que aquí, en el CNI, no podemos dar prioridad a un rifle ilegal de Buskerud.
Meirik hablaba con una calma forzada. Harry dejó escapar el humo por la boca y se puso a estudiar su ascenso hacia el techo.
– Siljan está en Telemark -señaló.
Meirik hacía trabajar los músculos de sus mandíbulas.
– ¿Has llamado a Aduanas, Hole?
– No.
Meirik echó una ojeada a su reloj, una pieza de acero tosca y poco elegante que Harry adivinó habría recibido como premio a sus muchos años de fiel servicio.