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Además de Andreas Wright, teniente de los servicios de información del Ministerio de Defensa, sólo había en la sala tres personas: el mayor Bård Oyesen, de los servicios de información de Defensa, Harry Hole, el nuevo del CNI, y el propio jefe del CNI, Kurt Meirik. Fue Hole quien le envió por fax el nombre del traficante de armas de Johannesburgo. Y, desde entonces, no había dejado de reclamar información sobre él ni un solo día. De hecho, algunos miembros del CNI parecían creer que los servicios de información de Defensa no eran sino una subsección del CNI pero era evidente que no habían leído las disposiciones en las que se señalaba claramente que ambas eran instituciones colaboradoras con el mismo estatus. Wright, en cambio, sí las había leído. De modo que, finalmente, le explicó al nuevo del CNI que aquello que no tenía prioridad debía esperar. Media hora más tarde, el propio Meirik lo llamó por teléfono asegurándole que el asunto tenía prioridad. ¿Por qué no lo habrían dicho desde un principio?

La borrosa imagen en blanco y negro mostraba un hombre que salía de un restaurante y parecía tomada a través de la ventanilla de un coche. El hombre tenía el rostro ancho y tosco, los ojos oscuros y una gran nariz poco definida sobre un espeso bigote negro.

– «Andreas Hochner, nacido en Zimbabue en 1954 de padres alemanes» -leyó Wright en voz alta, en los documentos que llevaba consigo-. Antiguo mercenario en el Congo y Suráfrica, se dedica al tráfico de armas desde mediados de los ochenta, probablemente. A los diecinueve años fue acusado, junto con otras seis personas, del asesinato de un muchacho negro en Kinshasa, pero fue absuelto por falta de pruebas. Casado y divorciado dos veces. El tipo para el que trabajaba en Johannesburgo era sospechoso de vender armamento antiaéreo a Siria y de comprar armas químicas a Irak. Se dice que le vendió a Karadzic rifles especiales durante la guerra de Bosnia y que entrenó a francotiradores durante el sitio de Sarajevo. Esta última información no está confirmada.

– Ahórranos los detalles, por favor -dijo Meirik al tiempo que miraba su reloj, que, aunque iba con retraso, llevaba en el dorso una encantadora inscripción del Estado Mayor del ejército.

– Muy bien -aceptó Wright antes de pasar unas cuantas hojas-. Andreas Hochner fue una de las cuatro personas detenidas en diciembre, durante una redada realizada en Johannesburgo en el domicilio de un traficante de armas. En relación con dicha redada encontraron una lista codificada donde uno de los pedidos, un rifle de la marca Märklin, iba señalado con la palabra Oslo y la fecha 21 de diciembre. Y eso es todo.

Se hizo un silencio sólo interrumpido por el ronroneo del ventilador del proyector. Alguien, tal vez Bård Ovesen, se aclaró la garganta. Wright se hizo sombra con la mano.

– ¿Cómo sabemos que es Hochner precisamente la persona clave en este asunto? -preguntó Ovesen.

Entonces se oyó la voz de Harry Hole:

– Yo estuve hablando con Esaias Burne, un inspector de policía de Hillbrow, Johannesburgo. Me dijo que, después de la detención, registraron los apartamentos de los implicados y que, en el de Hochner, encontraron un pasaporte interesante, con su foto, pero con otro nombre.

– Un traficante de armas con pasaporte falso no tiene nada de… sensacional -observó Ovesen.

– Estaba pensando más bien en uno de los sellos del pasaporte. Oslo, Noruega, 10 de diciembre.

– Es decir, que ha estado en Oslo -concluyó Meirik-. En la lista de clientes figura un nombre noruego y hemos encontrado casquillos de bala vacíos de ese superrifle. De modo que podemos suponer que Andreas Hochner ha estado en Noruega y que participó en una compraventa. Pero ¿quién es el noruego de la lista?

– Por desgracia, esa lista no es una relación normal de pedidos, con el nombre y la dirección de los clientes -se oyó la voz de Harry-. El cliente de Oslo figura con el nombre de Urías, que, seguramente, será un nombre en clave. Y según Burne, el inspector de Johannesburgo, Hochner no tiene el menor interés en hablar.

– Yo creía que los métodos que la policía de Johannesburgo aplica en los interrogatorios eran absolutamente eficaces -dijo Ovesen.

– Seguro que sí pero, al parecer, Hochner corre un riesgo mayor si habla que si calla. La lista de clientes es larga…

– He oído que en Suráfrica utilizan corriente eléctrica -apuntó Wright-. En la planta de los pies, en los pezones y…, bueno, muy doloroso. Por cierto, ¿no podría alguien encender la luz?

– En un asunto que incluye la compra de armas químicas a Sadam, un viaje de negocios a Oslo con un solo rifle resulta bastante insignificante. Además, creo que los surafricanos se guardan la electricidad para cuestiones más importantes, por así decirlo. Por otro lado, no es seguro que Hochner sepa quién es Urías. Y, mientras nosotros no sepamos quién es, hemos de formularnos la siguiente pregunta: ¿cuáles son sus planes? ¿Un atentado? ¿Un ataque terrorista? -señaló Harry.

– O un robo -apuntó Meirik.

– ¿Con un rifle Märklin? -preguntó Ovesen-. Eso es matar hormigas a cañonazos.

– Un atentado relacionado con el narcotráfico, tal vez -propuso Wright.

– Bueno -intervino Harry-. Una pistola bastó para asesinar a Olof Palme, el hombre más protegido de Suecia. Y jamás encontraron al asesino. De modo que, ¿por qué usar un arma de más de medio millón de coronas para matar a alguien aquí?

– ¿Qué sugieres tú, Harry?

– Tal vez el objetivo no sea un noruego, sino alguien de fuera. Alguien que constituya un objetivo constante para los terroristas, pero demasiado bien protegido para ser asesinado en un atentado en su país. Alguien que les parezca más fácil de asesinar en un país pequeño y pacífico donde cuentan con que la seguridad será la mínima.

– ¿Quién? -preguntó Ovesen-. Ahora mismo, no hay en Noruega ningún dignatario extranjero susceptible de amenaza de asesinato.

– Ni ninguno que vaya a venir -añadió Meirik.

– Tal vez sea un plan más a largo plazo -observó Harry.

– Pero el arma llegó hace un mes -objetó Ovesen-. No es lógico que unos terroristas extranjeros vengan a Noruega un mes antes de que tenga lugar la operación.

– Es posible que no sea un extranjero, sino un noruego.

– No hay nadie en Noruega capaz de realizar una misión de esa envergadura -aseguró Wright buscando a tientas el interruptor de la luz.

– Exacto -convino Harry-. Ésa es la cuestión.

– ¿La cuestión?

– Suponed que un conocido terrorista extranjero quiere asesinar a alguien de su propio país y que esa persona va a viajar a Noruega. El despliegue de vigilancia policial de su país sigue cada paso de su objetivo de modo que, en lugar de arriesgarse a cruzar la frontera, se pone en contacto con gente de un entorno noruego que pueda tener los mismos motivos que él mismo para cometer el crimen. Que dicho entorno esté compuesto de aficionados es, en realidad, una ventaja, pues eso le garantiza que la vigilancia policial no se centrará en ellos.

– Sí, los casquillos de bala vacíos pueden indicar que se trata de aficionados -observó Meirik.

– El terrorista y el aficionado acuerdan que el terrorista financia la compra de un arma muy cara y después cortarán todo contacto, no habrá nada que pueda conducirnos hasta el terrorista. Así, él habrá puesto en marcha un proceso sin tener que correr ningún riesgo, salvo el financiero.

– Pero ¿qué ocurrirá si el aficionado no es capaz de llevar a cabo la misión? -preguntó Ovesen-. ¿O si decide vender el arma y largarse con el dinero?

– Naturalmente, ese peligro existe, pero debemos dar por sentado que el terrorista considera que el aficionado está muy motivado. Incluso puede que tenga un motivo personal que lo impulse a estar dispuesto a arriesgar su vida para conseguir el objetivo.