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– ¿Por qué no respiras? -le susurró.

– Acabo de despertar. Tú tampoco respiras.

Ella se acurrucó muy cerca de su cuerpo desnudo pero cálido y sudoroso.

– Entonces, estaremos muertos.

– Sí -contestó él.

– Antes no estabas.

– Así es.

Lo sintió estremecerse.

– Pero ya has vuelto -constató Helena.

Parte IV. EL PURGATORIO

Capítulo 35

MUELLE DE CONTENEDORES DE BJØRVIKA

29 de Febrero de 2000

Harry aparcó a un lado de un barracón prefabricado Moelven, en el único lugar en pendiente que encontró en la zona casi totalmente plana del muelle de Bjørvika. Una repentina subida de la temperatura había derretido la nieve, el sol brillaba y, simplemente, hacía un día precioso. Fue caminando entre los contenedores apilados unos sobre otros como piezas de lego gigantes que, expuestas al sol, proyectaban grandes sombras recortadas sobre el asfalto. Las letras y los signos escritos sobre ellos indicaban que procedían de tierras remotas como Taiwan, Buenos Aires y Ciudad del Cabo. Harry cerró los ojos, de pie al borde del muelle, y se imaginó en esos lugares mientras inspiraba la mezcla de agua salada, diesel y brea calentada por el sol. Justo cuando volvió a abrirlos, el barco danés entró en su campo de visión. Parecía un gran frigorífico. Un frigorífico que transportase a las mismas personas de un lado a otro, en un tránsito de absurdo pasatiempo.

Sabía que era demasiado tarde para encontrar el rastro del encuentro entre Hochner y Urías, ni siquiera era seguro que se hubiese producido en aquel muelle de contenedores. Podían haberse visto en Filipstad. Sin embargo, él había acudido allí con la esperanza de que el lugar le dijese algo, de que le diese el empujón que su fantasía necesitaba.

Le dio una patada a un neumático que sobresalía del borde del muelle. Tal vez debería haberse comprado un barco, para poder llevar de paseo en verano a su padre y a Søs.

Su padre necesitaba salir, aquel hombre tan sociable se había convertido en un ser solitario desde la muerte de su madre hacía ya ocho años. Y Søs no se desenvolvía bien sola, aunque resultase fácil olvidar que tenía síndrome de Down.

Un pájaro se zambulló entusiasmado entre dos contenedores. El herrerillo era capaz de volar a una velocidad de 2.8 kilómetros por hora. Se lo había dicho Ellen. El pato silvestre a 72. Los dos se las arreglaban más o menos igual de bien. No, Søs no era el problema. Su padre, en cambio, le preocupaba más.

Harry intentó concentrarse. Había escrito en el informe todo lo que Hochner le había dicho, palabra por palabra, pero ahora se esforzaba por rememorar su rostro, por ver si detectaba en su expresión qué era lo que no había dicho. ¿Qué aspecto tenía Urías? No fue mucho lo que Hochner alcanzó a decir, pero cuando uno se dispone a describir a alguien, comienza generalmente por lo más llamativo de su persona, por aquello que es distinto. Y lo primero que Hochner había dicho de Urías era que tenía los ojos azules. A menos que Hochner pensase que tener los ojos azules era algo extraordinario, aquello podría indicar que Urías no sufría ninguna minusvalía evidente y que no hablaba ni caminaba de un modo especial. Hablaba tanto alemán como inglés y había estado en algún lugar de Alemania llamado Sennheim. Harry siguió con la mirada el barco danés, que se deslizaba por la superficie rumbo a Drøbak. Era un tipo muy viajado. ¿Habría sido Urías marinero, quizás? Harry había mirado un atlas, incluso uno específicamente de Alemania, pero no había encontrado Sennheim. Tal vez Hochner se lo hubiese inventado. Al parecer no tenía importancia.

Hochner le había dicho que Urías sentía odio. De modo que tal vez fuese cierto lo que ellos habían supuesto, que la persona que buscaban tenía un motivo personal. Pero ¿qué era lo que odiaba?

El sol se perdió tras la isla de Hovedøya y la brisa del fiordo de Oslo no tardó en resultar gélida. Harry se envolvió mejor en el abrigo y empezó a caminar en dirección al coche. Y aquel medio millón de coronas…, ¿lo habría recibido Urías de quien lo contrató o se trataría de una carrera en solitario financiada con su propio dinero?

Sacó el móvil, un Nokia diminuto que no tenía más de dos semanas. Se había resistido durante mucho tiempo, pero Ellen terminó por convencerlo de que debía comprarse uno nuevo.

Harry marcó su número.

– Hola, Ellen, soy Harry. ¿Estás sola? De acuerdo. Verás, quiero que te concentres. Vamos a jugar un poco. ¿Estás lista?

Ya habían hecho aquello muchas veces. «El juego» consistía en que él le proporcionaba claves, ninguna información básica, ninguna indicación de dónde se había atascado él, tan sólo breves fragmentos de información de una a cinco palabras en orden aleatorio. Con el tiempo, habían desarrollado el método. La regla más importante era que debía haber un mínimo de cinco fragmentos, pero nunca más de diez. La idea se le había ocurrido a Harry, después de haberse apostado con Ellen una guardia nocturna cuando ella aseguró que era capaz de recordar la posición de las cartas de un castillo formado con una baraja después de haberlas estado observando durante tan sólo dos minutos, es decir, diez segundos por carta. Perdió tres noches de guardia hasta que se dio por vencido. Después, ella le desveló cuál era el método que utilizaba para recordar. No pensaba en las cartas como tales, sino que, de antemano, las había asociado a distintas personas o sucesos y, a medida que iban apareciendo las cartas, iba confeccionando una historia con sus asociaciones. Él había intentado utilizar en el trabajo su capacidad combinatoria. Y, en algunas ocasiones, el resultado había sido espectacular.

– Hombre, setenta años -dijo Harry despacio-. Noruego. Medio millón de coronas. Amargado. Ojos azules. Rifle Märklin. Habla alemán. Sin defectos físicos. Contrabando de armas en muelle de carga. Prácticas de tiro en Skien. Eso es todo.

Se sentó en el coche.

– ¿Nada? Lo suponía. En fin. Pensé que valía la pena intentarlo. Gracias de todos modos. Hasta luego.

Harry había llegado al cruce que había antes del edificio de Correos cuando, de repente, recordó algo más y volvió a llamar.

– ¿Ellen? Soy yo otra vez. Oye, se me había olvidado una cosa. ¿Estás ahí? Lleva cincuenta años sin tocar un arma. Lo repito. Lleva cincuenta años sin…, sí, ya lo sé, son más de cuatro palabras. ¿Nada? ¡Mierda!, ya se me ha pasado la salida que tenía que coger. Bueno, luego hablamos, Ellen.

Dejó el móvil en el asiento del acompañante y se concentró en la conducción. Acababa de salir de la rotonda cuando sonó el móvil.

– Aquí Harry. ¿Cómo? ¿Cómo se te ha podido ocurrir una cosa así? Vale, no te enfades, Ellen, de vez en cuando se me olvida que no sabes lo que sucede en tu propia pelota. En tu cerebro. Tu brillante, maravilloso y gran cerebro, Ellen. Y, sí, ahora que lo dices, es obvio. Gracias.

Colgó el auricular y recordó que aún le debía aquellas tres noches de guardia que perdió en la apuesta. Ahora que ya no estaba en el grupo de delitos violentos, tenía que encontrar otro modo de compensarla. Y durante unos tres segundos, estuvo intentando hallar ese otro modo.

Capítulo 36

CALLE IRISVEIEN

1 de Marzo de 2000

Se abrió la puerta y Harry se vio mirando un par de ojos azules en un rostro arrugado.

– Harry Hole, policía -se presentó-. Yo fui quien llamó esta mañana.