– Muy bien.
El anciano llevaba el cabello gris plateado peinado hacia atrás, tenía la frente amplia y despejada y una corbata bajo el batín. Even y Signe Juul, se leía en el buzón que había a la puerta de la casa adosada de color rojo, situada en una tranquila zona residencial del norte de la ciudad.
– Pase, señor Hole.
Tenía la voz firme y sosegada y había algo en su porte que hacía que el profesor Even Juul pareciese más joven de lo que era en realidad. Harry había hecho sus indagaciones y, entre otros datos, había averiguado que el catedrático de historia había participado en la Resistencia. Y, aunque Even Juul estaba jubilado, se le consideraba el máximo experto de Noruega en historia de la Ocupación y del partido Unión Nacional.
Harry se agachó para quitarse los zapatos. En la pared que tenía ante sí se veían viejas fotografías en blanco y negro que colgaban en pequeños marcos. Una de ellas mostraba a una joven vestida de enfermera y otra a un hombre también joven con una bata blanca.
Entraron en la casa, donde un canoso terrier airdale dejó de ladrar y, cumplidor, empezó a olisquear la entrepierna de Harry, antes de ir a tumbarse de nuevo junto a la butaca de Juul.
– He leído alguno de tus artículos sobre el fascismo y el nacionalsocialismo en el diario Dagsavisen.
– ¡Dios santo! ¿De modo que los publican? -preguntó Juul sonriendo.
– Pareces empeñado en ponernos sobre aviso del neonazismo de hoy.
– No pretendo poner sobre aviso a nadie, simplemente, intento señalar algunos paralelismos históricos. El historiador tiene la responsabilidad de desvelar, no de juzgar.
Juul encendió su pipa.
– Muchos creen que lo correcto y lo incorrecto son absolutos. Pero eso no es cierto, sino que van cambiando con el tiempo. El cometido de un historiador consiste, en primer lugar, en encontrar la verdad histórica, lo que dicen las fuentes, y exponerla de forma objetiva y sin pasión. Si los historiadores se aplicasen a juzgar la locura humana, nuestro trabajo terminaría siendo como encontrar fósiles: la huella de la gente bienpensante de cada época.
Una nube de humo azulado ascendió hacia el techo.
– Pero me figuro que no has venido hasta aquí para preguntarme sobre estas cosas, ¿verdad?
– Nos preguntábamos si podrías ayudarnos a encontrar a un hombre.
– Sí, algo me dijiste por teléfono. ¿Quién es ese hombre?
– No lo sabemos. Pero suponemos que tiene los ojos azules, es noruego y tiene más de setenta años. Y habla alemán.
– ¿Y?
– Eso es todo.
Juul se echó a reír.
– Pues sí, imagino que hay bastantes entre los que escoger.
– Sí. Hay ciento cincuenta y ocho mil hombres de más de setenta años en el país y calculo que unos cien mil tienen los ojos azules y hablan alemán.
Juul alzó una ceja. Harry respondió con una sonrisa bobalicona:
– Anuario de estadística. Suelo ojearlo, por entretenimiento.
– Pero ¿por qué creéis que podría ayudaros?
– Parece que este sujeto le ha dicho a otra persona que lleva más de cincuenta años sin tocar un arma. Y yo pensé, es decir, mi colega pensó, que más de cincuenta es más de cincuenta pero menos de sesenta.
– Lógico.
– Sí, es muy…, eh…, muy lógico. Así que supongamos que hace cincuenta y cinco años. Nos retrotraemos entonces a la Segunda Guerra Mundial. Nuestro hombre tiene veinte años y lleva un arma. Todos los noruegos que tenían licencia privada de armas tuvieron que entregárselas a los alemanes, de modo que ¿dónde estaba él entonces?
Harry mostró tres dedos:
– Pues, o bien está en la Resistencia, o ha huido a Inglaterra o se encuentra en el frente luchando con los alemanes. Y habla alemán mejor que inglés, de modo que…
– Que esa colega suya llegó a la conclusión de que debió de servir en el frente -remató Juul.
– Exacto.
Juul chupó su pipa.
– Muchos de los miembros de la Resistencia se vieron obligados a aprender alemán -observó-. Para poder infiltrarse, para las escuchas y demás. Y olvidas que los noruegos se incorporaron a las fuerzas policiales suecas.
– ¿De modo que la conclusión no se sostiene?
– Permíteme que piense un poco en voz alta -propuso Juul-. En torno a unos quince mil noruegos se presentaron como voluntarios para servir en el frente, pero sólo unos siete mil fueron admitidos y pudieron, pues, usar armas. Son muchos más de los que lograron llegar a Inglaterra para ofrecer sus servicios allí. Y, aunque hubo más noruegos en la Resistencia hacia el final de la guerra, tan sólo unos pocos tuvieron oportunidad de empuñar un arma. -Juul sonrió-. Supongamos de forma provisional que tenéis razón. Pero, como es natural, esos voluntarios no aparecen en la guía telefónica como antiguos soldados de las Waffen-SS. Sin embargo, sospecho que vosotros ya tenéis una idea de dónde buscar, ¿cierto?
Harry asintió.
– El archivo de traidores a la patria. Archivados por nombre con la información de los procesos judiciales. Los estuve revisando ayer; tenía la esperanza de que alguno de ellos hubiese muerto, de modo que tuviésemos que trabajar con una cantidad más o menos manejable. Pero me equivoqué.
– Sí, esos cabrones son bastante duros -rió Juul.
– Y por eso te llamamos a ti. Tú conoces el pasado de los soldados del frente alemán mejor que nadie. Quiero que me ayudes a averiguar cómo piensan esos hombres, qué es lo que los mueve.
– Gracias por confiar tanto en mí, Hole, pero yo soy historiador y no sé más que los demás sobre lo que mueve a los individuos. Como sabrás, estuve en la organización militar Milorg, lo que no me capacita precisamente para ponerme en el lugar de un voluntario del frente alemán.
– Pues yo creo que tú sabes bastante de todos modos, Juul.
– ¿Sí?
– Y creo que sabes a qué me refiero. He realizado una meticulosa expedición arqueológica antes de acudir a ti.
Juul volvió a chupar su pipa sin dejar de observar a Harry. En el silencio que se produjo, Harry se percató de que había alguien en la puerta de la sala de estar. Se volvió y vio a una mujer mayor. Observaba a Harry con mirada afable y serena.
– Estamos hablando, Signe -dijo Even Juul.
Ella asintió risueña, sin dejar de mirar a Harry, abrió la boca como para decir algo pero se detuvo cuando se cruzó con la mirada de Juul. Volvió a asentir, cerró la puerta sin hacer ruido y se marchó.
– ¿Así que lo sabes? -preguntó Juul.
– Sí. Ella era enfermera en el frente oriental, ¿verdad?
– En Leningrado. Desde 1942 hasta la retirada de las tropas en 1943 -confirmó dejando a un lado la pipa-. ¿Por qué persiguen a ese hombre?
– Si he de ser sincero, tampoco nosotros lo sabemos. Pero puede tratarse de un atentado.
– Ajá.
– Pero, dime: ¿qué debemos buscar? ¿A un hombre solitario? ¿A un hombre que sigue siendo un nazi convencido? ¿A un delincuente?
Juul negó con un gesto:
– La mayoría de los soldados que lucharon con los alemanes cumplieron sus sentencias y se reinsertaron después en la sociedad. Muchos de ellos se las arreglaron sorprendentemente bien, pese al sambenito de traidores a la patria. Lo que tal vez no sea tan extraño; suele suceder que son las personas con buenos recursos las que se posicionan en situaciones críticas, como la guerra.
– Es decir, que el hombre al que buscamos puede ser una de esas personas que ha triunfado en la vida.
– Por supuesto.
– Un miembro destacado de la sociedad.
– Bueno, creo que se les cerró la puerta a los puestos importantes de la economía y la política.
– Pero puede ser un empresario independiente, fundador de su propia empresa. En cualquier caso, alguien que haya ganado suficiente dinero como para comprar un arma por medio millón de coronas. ¿Quién podría ser su objetivo?
– ¿Tiene que estar necesariamente relacionado con su pasado como soldado del frente alemán?