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– Algo me dice que es así.

– ¿Una venganza?

– ¿Tan descabellado te parece?

– No, desde luego que no. Muchos de esos soldados se ven a sí mismos como los auténticos patriotas de los tiempos de la guerra y consideran que ellos, según estaba el mundo en 1940, actuaron movidos por el bien de la nación. El hecho de que los sentenciáramos como traidores fue, según ellos, un error judicial.

– ¿Ah, sí?

Juul se rascó detrás de la oreja.

– A estas alturas, los jueces de aquellos procesos están en su mayoría muertos. Y otro tanto puede decirse de los políticos que posibilitaron los procesos. De modo que la hipótesis de la venganza no se sostiene.

Harry lanzó un suspiro.

– Tienes razón. En fin, lo único que intento es forjarme una idea a partir de las pocas piezas que tengo del rompecabezas.

Juul echó una rápida ojeada al reloj.

– Te prometo que pensaré sobre el asunto pero, sinceramente, no estoy seguro de poder ayudaros.

– Gracias de todos modos -dijo Harry levantándose. Pero entonces recordó un detalle y sacó un montón de folios que llevaba doblados en el bolsillo-. Por cierto, he traído una copia del informe del interrogatorio que le hice al testigo en Johannesburgo. ¿Podrías echarle un vistazo, por si hay algo que te parezca importante?

Juul dijo que sí, pero negó con la cabeza, como si quisiera decir que no.

Cuando Harry, ya en la entrada, hizo ademán de ponerse los zapatos, señaló la fotografía del joven de la bata blanca:

– ¿Eres tú?

– A mediados del siglo pasado, sí -respondió Juul con una sonrisa-. Fue tomada en Alemania, antes de la guerra. Yo iba a seguir los pasos de mi padre y de mi abuelo y empecé a estudiar medicina allí. Al estallar la guerra, volví a Noruega y, cuando me escondía de los alemanes en el bosque, llegaron a mis manos los primeros libros de historia. Después, ya era demasiado tarde: me había hecho adicto.

– ¿Así que abandonaste la medicina?

– Depende de cómo se mire. Yo quería hallar la explicación de cómo un ser humano, una ideología, era capaz de seducir a tanta gente. Y tal vez, por qué no, encontrar el remedio. -Con una sonrisa, añadió-: Yo era joven, muy, muy joven.

Capítulo 37

RESTAURANTE ANNEN ETAGE, HOTEL CONTINENTAL

1 de Marzo de 2000

– Es estupendo que hayamos podido vernos así -dijo Bernt Brandhaug alzando su copa. Los dos brindaron y Aud Hilde sonrió mirando al consejero de Asuntos Exteriores-. Y no sólo en el trabajo -añadió sosteniéndole la mirada hasta que ella bajó la vista. No era guapa, exactamente, tenía los rasgos demasiado grandes y estaba un tanto rellenita. Pero tenía un modo de ser atractivo y coqueto y estaba rellenita como lo está una joven.

La mujer lo había llamado aquella mañana desde la oficina de personal con un asunto que, decía, no sabían bien cómo tratar, pero antes de que hubiese tenido tiempo de explicarle nada más, él la había invitado a subir a su despacho.

Y en cuanto ella se presentó, él decidió que no tenía tiempo y que mejor sería que lo hablasen durante una cena después del trabajo.

– Algún tipo de beneficio complementario teníamos que tener los funcionarios, ¿no? -le dijo Brandhaug.

Ella pensó que probablemente se refería a la cena.

Hasta ahí, todo había ido bien. El maître les había dado la mesa de siempre y, por lo que pudo ver, no había nadie conocido en el local.

– Pues verás, se trataba de ese asunto tan extraño que se nos presentó ayer -dijo la joven, dejando que el maître le pusiera la servilleta en el regazo-. Recibimos la visita de un hombre de edad avanzada que asegura que le debemos dinero. Bueno, que se lo debe el Ministerio de Asuntos Exteriores. Casi dos millones de coronas, dijo, aludiendo a una carta que había enviado en 1970.

La joven alzó la vista al cielo y Brandhaug pensó que debería ponerse menos maquillaje.

– ¿Y no dijo en concepto de qué le debíamos ese dinero?

– Dijo que durante la guerra había sido marino. Tenía algo que ver con Nortraship, la marina mercante noruega, que le había retenido el sueldo.

– ¡Ah, sí! Creo que ya sé de qué se trata. ¿Dijo algo más?

– Que ya no podía seguir esperando. Que lo habíamos traicionado a él y a todos los que fueron marinos durante la guerra. Y que Dios nos juzgaría por nuestros pecados. No sé si es que había bebido o si estaba enfermo pero, en cualquier caso, tenía mal aspecto. Traía una carta firmada por el cónsul general noruego en Bombay, fechada en 1944, y donde, en nombre del Estado noruego, le garantizaba el pago retroactivo de una compensación por riesgo de guerra durante los cuatro años que trabajó en la marina mercante noruega. De no ser por esa carta, lo habríamos echado a la calle y no te habríamos molestado a ti con semejante nimiedad.

– Puedes acudir a mí cuando quieras, Aud Hilde -dijo al tiempo que, un tanto horrorizado, se preguntaba si sería ése el nombre de la joven-. Pobre hombre -dijo Brandhaug mientras le indicaba al camarero que les sirviese más vino-. Lo triste de este asunto es que, naturalmente, tiene razón. Nortraship se fundó para administrar la sección de la marina mercante noruega que no había sido requisada por los alemanes. Fue una organización con intereses tanto políticos como comerciales. Los británicos, por ejemplo, pagaron a Nortraship grandes sumas en concepto de compensación por riesgo de guerra por utilizar buques noruegos. Pero, en lugar de abonárselo a la tripulación, el dinero fue a parar directamente a las arcas del Estado y de las navieras. Estamos hablando de varios cientos de millones de coronas. Los marinos de guerra intentaron ir a juicio para recuperar su dinero, pero perdieron en el Supremo en 1954. Hasta 1972, el Parlamento no reconoció su derecho a esa compensación.

– Pues este hombre no ha recibido nada. Porque, según dijo, estaba en el mar de China cuando fue torpedeado por los japoneses, y no por los alemanes.

– ¿Te dijo su nombre?

– Konrad Asnes. Espera, te enseñaré la carta. Ha elaborado un cuadro de cuentas con los intereses y los intereses de los intereses…

La joven se inclinó para buscar en el bolso. La carne de los brazos le tembló un poco. «Esta chica debería hacer más ejercicio -se dijo Brandhaug-. Cuatro kilos menos y Aud Hilde sería exuberante en lugar de… gorda.»

– Déjalo -dijo Brandhaug-. No necesito verla. Nortraship depende del Ministerio de Comercio.

Ella le dirigió una mirada inquisitiva.

– El sujeto insistió en que nosotros le debemos ese dinero. Nos dio un plazo de catorce días.

Brandhaug rió de buena gana.

– ¿Conque sí, eh? ¿Y por qué tiene ahora tanta prisa, después de sesenta años de espera?

– Eso no lo dijo. Sólo que, si no pagábamos, nos atuviésemos a las consecuencias.

– ¡Por Dios bendito! -Brandhaug esperó hasta que el camarero los hubo servido, antes de inclinarse hacia ella-. Detesto atenerme a las consecuencias, ¿tú no?

Ella rió algo insegura.

Brandhaug alzó su copa.

– Ya, bueno, pero yo me pregunto qué vamos a hacer con este asunto -dijo la joven.

– Olvídalo -le aconsejó él-. Pero yo también tengo una duda, Aud Hilde.

– ¿Cuál?

– Me pregunto si has visto la habitación que tenemos a nuestra disposición en este hotel.

Aud Hilde volvió a reír y contestó que no, que no había estado allí nunca.

Capítulo 38

GIMNASIO SATS, ILA

2 de Marzo de 2000

Harry pedaleaba y no paraba de sudar. El local disponía de dieciocho bicicletas ergonómicas hipermodernas, todas ellas ocupadas por urbanitas, por lo general guapas, con la vista clavada en los aparatos de televisión que, con el volumen al mínimo, colgaban del techo. Harry miró a Elisa, del programa Supervivientes, que, haciendo mímica, le dijo que no soportaba a Poppe, otro de los participantes. Harry lo sabía. Daban una reposición del programa.