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«That don't impress me muck!», se oía a gritos por los altavoces. «No, desde luego», pensó Harry, a quien no le gustaban ni la música chillona ni el sonido ahogado que surgía de algún lugar de sus pulmones. Podía entrenar gratis en el gimnasio de la Comisaría General, pero Ellen lo convenció de que empezase a ir al gimnasio SATS. Él se había dejado convencer, aunque cuando ella intentó que se apuntase a un curso de aeróbic, se negó. Moverse al ritmo del chinchinpum junto con un rebaño de personas que disfrutaban del chinchinpum, mientras un monitor de fingida sonrisa los animaba a esforzarse con eslóganes espirituales del tipo «no pam, tzo gavn», constituía para él una forma incomprensible de humillación voluntaria. La mayor ventaja de entrenar en SATS, según lo veía él, consistía en que allí podía hacer gimnasia y ver el programa Supervivientes al mismo tiempo, sin tener que ver además a Tom Waaler, que se pasaba la mayor parte de su tiempo libre en el gimnasio de la comisaría. Harry echó una rápida ojeada a su alrededor para constatar que, también aquella tarde, él era el usuario de más edad. La mayoría de los clientes del gimnasio eran jovencitas con auriculares en los oídos que, de vez en cuando, miraban hacia donde él se encontraba. No para verlo a él, sino porque el cómico más famoso de Noruega ocupaba la bicicleta contigua, enfundado en una sudadera gris con capucha y sin una sola gota de sudor bajo el juvenil flequillo. Un mensaje iluminó la pantalla de control de velocidad de Harry: «You are training well».

«Pero me visto mal», sentenció Harry para sí al pensar en los desgastados pantalones de chándal que tenía que subirse constantemente porque el peso del móvil se los bajaba. Y sus zapatillas Adidas no eran ni lo bastante nuevas como para ser modernas ni lo bastante viejas como para resultar fashion. Su camiseta del grupo de rock Joy-Division, que en su día podía otorgar cierta credibilidad, era hoy claro indicio de que no tenía ni idea de lo que sucedía en el frente musical desde hacía años. Pero Harry no se sintió totalmente fuera de lugar hasta que su móvil empezó a sonar y diecisiete miradas displicentes, incluida la del cómico, se clavaron en él. Sacó la pequeña máquina diabólica de la cinturilla del pantalón y contestó:

– Aquí Hole.

«Okay, so you're a rocket scientist, that don't impress…»

– Hola, soy Juul. ¿Llamo en mal momento?

– No, no. Sólo es música…

– Pues parece que respiras como una foca. Llámame cuando te venga bien.

– Ahora me viene bien. Es que estoy en el gimnasio.

– Ah, bueno. Tengo buenas noticias. He leído tu informe de Johannesburgo. ¿Por qué no me dijiste que el individuo había estado en Sennheim?

– ¿Urías? ¡Ah! ¿Eso es importante? Ni siquiera estaba seguro de haber anotado bien el nombre. Además, miré en un atlas de Alemania y no encontré Sennheim por ninguna parte.

– Mi respuesta es sí, es importante. Si dudabas de si el hombre que estáis buscando fue o no soldado en el frente alemán, ya puedes dejar de dudar. Es seguro al cien por cien. Sennheim es un pueblecito y los únicos noruegos, que yo sepa, que han estado allí son los que se encontraban en Alemania durante la guerra. En un campamento de instrucción antes de partir al frente oriental. La razón de que no encontrases Sennheim en el atlas alemán es que no está en Alemania, sino en Alsacia, Francia.

– Pero…

– A lo largo de la historia, Alsacia ha pertenecido a Francia y a Alemania, por eso allí hablan alemán. Que nuestro hombre estuviera en Sennheim reduce drásticamente el número de posibilidades, pues sólo se entrenaron allí soldados de la división Nordland y de la división Norge. Y, lo que es mejor aún, puedo darte el nombre de una persona que estuvo en Sennheim y que no tendrá inconveniente en colaborar.

– ¿Ajá?

– Un soldado de la división Nordland. Se presentó voluntario en el movimiento de la Resistencia en 1944.

– ¡Increíble!

– Creció en una granja bastante aislada, con sus padres y hermanos mayores, todos ellos miembros fanáticos de Unión Nacional, y lo presionaron para que se presentase voluntario para servir en el frente. Nunca fue un nazi convencido y, en 1943, desertó en Leningrado. Fue prisionero de los rusos un tiempo y también luchó en su bando, antes de lograr huir y volver a Noruega a través de Suecia.

– ¿Y se fían de un antiguo soldado del frente alemán?

Juul se rió.

– Desde luego.

– ¿De qué te ríes?

– Es una larga historia.

– Tengo tiempo.

– Le ordenamos que liquidara a un miembro de su propia familia. -Harry dejó de pedalear. Juul carraspeó-: Cuando lo encontramos en Nordmarka, al norte de Ullevålseter, al principio no creímos su historia; pensamos que era un infiltrado y estábamos decididos a fusilarlo. Pero teníamos contactos en el archivo de la policía de Oslo, que nos permitieron comprobar la veracidad de su historia y resultó que, en efecto, constaba allí como desaparecido del frente y sospechoso de deserción. Los datos familiares eran correctos y, además, tenía documentación que acreditaba que era quien decía ser. Sin embargo, y pese a todo, aquello podía ser un montaje de los alemanes, de modo que decidimos ponerlo a prueba.

Juul hizo una pausa.

– ¿Y bien? -preguntó Harry.

– Lo escondimos en una cabaña donde estaría aislado tanto de nosotros como de los alemanes. Alguien propuso que le diésemos órdenes de liquidar a uno de sus hermanos, activista de Unión Nacional. Principalmente, para ver cómo reaccionaba. Cuando recibió la orden, no dijo una palabra; al día siguiente, cuando fuimos a la cabaña, había desaparecido. Estábamos convencidos de que se había echado atrás pero, dos días después, volvió a aparecer. Dijo que se había dado una vuelta por la granja familiar de Gudbrandsdalen. Y, pocos días más tarde, recibimos el informe de los nuestros. A uno de los hermanos, lo encontraron en el establo. Al otro, en el granero. A los padres, en la casa.

– ¡Por Dios! -exclamó Harry-. Debía de estar perturbado.

– Cierto. Todos lo estábamos. Era la guerra. Por lo demás, jamás hablamos de ello, ni entonces ni después. Y creo que tú tampoco deberías…

– Por supuesto que no. ¿Dónde vive?

– Aquí, en Oslo. En Holmenkollen, creo.

– ¿Y se llama?

– Fauke. Sindre Fauke.

– Estupendo. Me pondré en contacto con él. Gracias, Juul.

En la pantalla del televisor, Poppe protagonizaba un lacrimógeno saludo a su familia, en un primer plano exagerado. Harry se colgó el móvil de la cintura del pantalón, volvió a subírselo y se encaminó a la sala de pesas.

«… whatever, that don't impress me much…»

Capítulo 39

HOUSE OF SINGLES, CALLE HEGDEHAUGSVEIEN

2 de Marzo de 2000

– Lana de calidad superior -dijo la dependienta mientras sostenía la chaqueta para que la viese el anciano-. La mejor. Ligera y resistente.

– Es para un solo uso -dijo el anciano con una sonrisa.

– ¡Ah! -respondió la joven algo desconcertada-. En ese caso, tenemos algunas más baratas…

– Ésta está bien -la interrumpió él mirándose en el espejo.

– Corte clásico -le aseguró la dependienta-. El más clásico que tenemos.

La chica miró asustada al anciano al verlo retorcerse de dolor.

– ¿Se encuentra mal? ¿Quiere que vaya…?

– No, no. No ha sido más que una punzada de dolor. Ya se me pasa -dijo el hombre recobrando la compostura-. ¿Cuánto tardarán en subirle el bajo a los pantalones?

– El miércoles de la semana que viene. A menos que sea urgente. Quizá los necesite para una ocasión especial…