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– Si no lo he malinterpretado, tú ya no estabas allí en 1944, ¿no es cierto?

– Exacto. Deserté. La noche de Fin de Año de 1943. Cometí traición dos veces -declaró Fauke con una sonrisa-. Y, en ambas ocasiones, fui a parar al bando equivocado.

– Creo que luchaste con los rusos, ¿no?

– Bueno, en cierto modo. Fui prisionero de guerra. Nos moríamos de hambre. Una mañana, vinieron a preguntarnos, en alemán, si alguno de nosotros sabía algo de comunicaciones. Yo tenía alguna noción, así que levanté la mano. Resultó que todos sus técnicos de comunicaciones habían caído. ¡Todos y cada uno! Al día siguiente, ya estaba a cargo de las telecomunicaciones del campamento mientras que, a marchas forzadas, perseguíamos a mis antiguos compañeros en dirección a Estonia. Fue en Narva… -Fauke alzó su taza, que sostenía con ambas manos-. Yo estaba en una colina y desde allí vi a los rusos atacar un puesto de ametralladoras alemanas. Los alemanes simplemente los arrasaron. Ciento veinte hombres y cuatro caballos yacían amontonados ante ellos cuando, al final, la ametralladora se recalentó. Los rusos los mataban con bayonetas para ahorrar munición. Desde que comenzó el ataque hasta que terminó, transcurrió media hora, como máximo. Ciento veinte muertos. Y así hasta el siguiente puesto, donde se seguía el mismo procedimiento.

Harry vio cómo movía la taza levemente.

– Pensé que iba a morir. Y por una causa en la que no creía. Yo no creía ni en Stalin ni en Hitler.

– ¿Y por qué te marchaste al frente oriental si no creías en aquella causa?

– Tenía dieciocho años. Había crecido en una granja al norte del valle de Gudbrandsdalen, donde prácticamente no veíamos a nadie, salvo a los vecinos más próximos. No leíamos los periódicos ni teníamos libros: yo no sabía nada. Lo único que sabía de política era lo que me decía mi padre. Eramos los únicos que quedábamos en Noruega de nuestra familia; los demás habían emigrado a Estados Unidos en los años veinte. Mis padres y los vecinos de los alrededores eran fieles partidarios de Quisling y miembros del partido Unión Nacional. Yo tenía dos hermanos mayores a los que admiraba en todo. Ellos pertenecían a Hirden, el brazo militar del partido, y su misión era reclutar jóvenes para el partido aquí en Noruega, si no se habían presentado ellos mismos como voluntarios para el frente. Por lo menos, eso es lo que me contaron. Y yo no supe, hasta mucho después, que los jóvenes a los que reclutaban eran delatores. Pero entonces ya era demasiado tarde y yo ya iba camino del frente.

– ¿De modo que cambiaste de opinión en el campo de batalla?

– Yo no diría que cambié. La mayoría de nosotros, los voluntarios, pensábamos más en Noruega que en la política. El momento crucial para mí fue cuando sentí que estaba combatiendo en la guerra de otro país. En realidad, fue así de sencillo. Y, visto así, no era mucho mejor estar en el bando ruso. En junio de 1944, estaba en un servicio de descarga en el puerto de Tallin, y allí me las arreglé para subir a bordo de un barco de la Cruz Roja sueca. Me oculté en el depósito del carbón, donde permanecí tres días. Me intoxiqué con monóxido de carbono, pero llegué a Estocolmo. De allí seguí hasta la frontera con Noruega, que atravesé sin ayuda. Para entonces, estábamos ya en agosto.

– ¿Por qué sin ayuda?

– Las pocas personas con las que tenía contacto en Suecia no confiaban en mí, mi historia era demasiado fabulosa. Pero estuvo bien, yo tampoco confiaba en nadie.

El hombre volvió a reír.

– Así que procuraba pasar desapercibido y me las arreglaba solo. El paso de la frontera en sí fue pan comido. Créeme, era mucho más peligroso ir a recoger las raciones de comida en Leningrado que pasar de Suecia a Noruega durante la guerra. ¿Más café?

– Sí, gracias. ¿Por qué no te quedaste en Suecia?

– Buena pregunta. Que yo mismo me he planteado muchas veces.

Se pasó la mano por el escaso cabello blanco.

– Pero estaba obsesionado con la idea de venganza, ¿comprendes? Era joven y, cuando eres joven, tiendes a vivir con una idea equivocada de la justicia, creemos que es algo a lo que los hombres debemos aspirar. Yo era un joven con grandes conflictos personales cuando estuve en el frente oriental, y me comporté como un hijo de puta con mis compañeros. Pese a todo, o quizá por eso precisamente, juré vengar a todos aquellos que habían sacrificado sus vidas por las mentiras que nos habían contado en nuestro país. Y vengar mi propia vida destrozada que no creía poder recuperar jamás. Lo único que deseaba era cancelar la cuenta con los que de verdad habían traicionado a la patria. Hoy en día, los psicólogos lo llamarían psicosis de guerra y me habrían ingresado en el psiquiátrico enseguida. Pero entonces, vine a Oslo sin tener un lugar en el que vivir ni nadie que estuviese esperándome, y los únicos documentos que tenía me habrían supuesto la ejecución inmediata por desertor. El mismo día que llegué a Oslo en un camión, fui a Nordmarka. Estuve durmiendo bajo unos abetos y sólo comí bayas durante tres días, hasta que me encontraron.

– ¿Los de la Resistencia?

– Según me dijo Even Juul, él te contó el resto.

– Sí -respondió Harry jugueteando con la taza.

La ejecución de su familia. Era algo que no hacía más comprensible el hecho de haber conocido al autor. Lo había tenido presente todo el tiempo, desde que vio a Fauke sonriendo junto a la puerta y le estrechó la mano. «Este hombre ejecutó a sus dos hermanos y a sus padres.»

– Sé lo que estás pensando -lo interrumpió Fauke-. Yo era un soldado que había recibido órdenes de liquidar a unas personas. Si no me hubiesen dado la orden, no lo habría hecho. Lo que sí sé es que se encontraban entre los que nos habían traicionado.

Fauke miró a Harry a los ojos. Su taza había dejado de moverse.

– Te preguntarás por qué los maté a todos, cuando la orden sólo se refería a uno -continuó-. El problema era que no dijeron quién. Me dejaron a mí la tarea de juzgar y elegir. Y no fui capaz de hacerlo. Así que los maté a todos. En el frente había un tipo al que llamábamos Petirrojo. Igual que el pájaro. Y él me enseñó que la manera más humana de matar era usando la bayoneta. La vena carótida va directamente del corazón al cerebro y, en el momento en que cortas la conexión, el cerebro se vacía de oxígeno y la muerte cerebral es inmediata. El corazón late tres, a lo sumo cuatro veces, antes de dejar de moverse por completo. El único problema es que es muy difícil. Gudbrand, al que llamábamos Petirrojo, era un maestro, pero yo estuve luchando con mi madre durante veinte minutos sin conseguir causarle más que algunas heridas. Al final, tuve que pegarle un tiro.

Harry tenía la boca seca.

– Lo comprendo -dijo.

Su absurda intervención quedó resonando en el aire. Harry dejó la taza en la mesa y sacó un bloc de notas de su cazadora de piel.

– Bien, tal vez podamos hablar de los compañeros de Sennheim.

Sindre Fauke se levantó de pronto.

– Lo siento, Hole. No era mi intención exponerlo de un modo tan frío y crudo. Permíteme que te explique algo más, antes de proseguir: yo no soy un hombre cruel, pero ése es, simplemente, mi modo de enfrentarme a este tipo de cosas. No tenía por qué hablarte de ello, pero lo hago de todos modos. Porque no puedo permitirme eludirlas. Ésa es, también, la razón por la que estoy escribiendo el libro. Tengo que revivir lo sucedido cada vez que el tema sale a relucir, de forma explícita o implícita. Para estar totalmente seguro de que no voy a rehuirlo. El día que lo haga, la angustia habrá ganado su primera batalla contra mí. No sé por qué es así. Es probable que un psicólogo pueda explicarlo.