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Fauke lanzó un suspiro.

– Bien, pero ya he dicho todo lo que tenía que decir sobre ese asunto. Lo que, seguramente, es demasiado. ¿Más café?

– No, gracias -declinó Harry.

Fauke volvió a sentarse apoyando la barbilla sobre los puños cerrados.

– Bien. Sennheim. El duro núcleo noruego. Incluyéndome a mí, se trata tan sólo de cinco personas. Y una de ellas, Daniel Gudeson, murió la misma noche que yo me marché. Es decir, cuatro. Edvard Mosken, Hallgrim Dale, Gudbrand Johansen y yo. El único al que he visto desde la guerra es a Edvard Mosken, nuestro jefe de pelotón. Fue el verano de 1945. Le cayeron tres años por traición a la patria. De los otros dos, ni siquiera sé si sobrevivieron. Pero deja que te cuente lo que sé de ellos.

Harry abrió su bloc por una página en blanco.

Capítulo 42

CNI

3 de Marzo de 2000

G-u-d-b-r-a-n-d J-o-h-a-n-s-e-n. Harry pulsó las teclas con índices. Un chico del campo. Según Fauke, un tipo amable, algo pusilánime, que tenía al tal Daniel Gudeson, aquel al que mataron cuando estaba de guardia, como modelo y sustituto del hermano mayor. Harry pulsó la tecla Intro y el programa empezó a trabajar.

Se quedó mirando la pared. Concentrado en una pequeña fotografía de Søs que tenía allí colgada. Hacía un mohín. Como siempre que le tomaban una foto. Era de unas vacaciones de verano de hacía un montón de años. La sombra del fotógrafo se reflejaba en su camiseta blanca. Su madre.

Una leve señal de su ordenador le avisó de que la búsqueda había finalizado, así que volvió a dirigir la vista a la pantalla.

En el censo había inscritos dos Gudbrand Johansen, pero según sus fechas de nacimiento, ambos eran menores de sesenta años. Sindre Fauke le había deletreado los nombres, así que no podía tratarse de un error de ortografía. Lo que significaba que se habría cambiado el nombre. O que vivía en el extranjero. O que estaba muerto.

Harry probó con el siguiente. El jefe de pelotón de Mjøndalen. El padre de familia. E-d-v-a-r-d M-o-s-k-e-n. Rechazado por su familia por haberse ofrecido a prestar servicio en el frente. Doble clic en la palabra «buscar».

De repente, se encendió la luz del techo. Harry se volvió.

– Tienes que encender la luz cuando te quedes trabajando hasta tan tarde.

Kurt Meirik estaba en el umbral con el dedo en el interruptor. Entró y se sentó en el borde de la mesa.

– ¿Qué has encontrado?

– Que debemos buscar a un hombre de más de setenta años, probablemente excombatiente del frente oriental.

– No, me refería a los neonazis y lo del Diecisiete de Mayo.

– ¡Ah! -se oyó la señal del ordenador-. No he tenido tiempo de mirarlo siquiera, Meirik.

Había dos Edvard Mosken en la pantalla. Uno nacido en 1941, el otro en 1921.

– Vamos a celebrar una fiesta en nuestra sección el sábado -anunció Meirik.

– Sí, ya vi la invitación en mi buzón.

Harry hizo doble clic sobre la fecha de 1921 y enseguida apareció la dirección del mayor de los dos Mosken, que vivía en Drammen.

– El jefe de personal me dijo que aún no te habías apuntado. Sólo quería asegurarme de que vendrás.

– ¿Por qué?

Harry tecleó la fecha de nacimiento de Edvard Mosken en el registro de antecedentes penales.

– Queremos que la gente se conozca más allá de los límites de cada sección. Hasta ahora, ni siquiera te he visto en la cantina.

– Me encuentro bien en el despacho.

Ningún resultado. Pasó al registro central de antecedentes penales de la policía, que incluía a todos aquellos que, de uno modo u otro, habían tenido que ver con las fuerzas del orden público no necesariamente como acusados, sino por ejemplo como detenidos y denunciados o como víctimas de un acto delictivo.

– Es estupendo que te entregues tanto al trabajo, pero no puedes encerrarte por completo entre estas cuatro paredes. Dime que estarás allí el sábado, Harry.

Intro.

– Ya veré. Tengo otro compromiso desde hace ya tiempo -mintió Harry.

Ningún resultado, como en el intento anterior. Puesto que ya estaba en el registro central de la policía, tecleó el nombre del tercer combatiente del frente que le había proporcionado Fauke. H-a-l-l-g-r-i-m D-a-l-e. Un oportunista, según Fauke. Confiaba en que Hitler ganaría la guerra y premiaría a quienes habían elegido el bando adecuado. Para cuando llegaron a Sennheim, ya se había arrepentido, pero entonces era demasiado tarde para volverse atrás. Harry tuvo la sensación de que el nombre le sonaba familiar la primera vez que se lo oyó a Fauke; y ahora, esa sensación volvió a repetirse.

– Permíteme entonces que me exprese con más firmeza: te ordeno que vengas.

Harry alzó la vista. Meirik sonreía.

– Era broma -dijo enseguida-. Pero sería un placer verte por aquí. Buenas tardes.

– Buenas tardes -murmuró Harry volviendo la vista a la pantalla.

Un Hallgrim Dale, nacido en 1922. Intro.

La imagen de la pantalla se llenó con un largo texto. Otra página, y una más.

«Así que no a todos les fue tan bien a su regreso», se dijo Harry.

Hallgrim Dale, con domicilio en la calle Schweigaard, en Oslo, era lo que los diarios solían llamar un viejo conocido de la policía. Los ojos de Harry recorrieron la lista: vagabundo, borracho, discusiones con los vecinos, hurtos, una pelea. Muchos delitos, pero ninguno realmente grave. «Lo más asombroso es que siga vivo», pensó Harry, observando que había estado internado para recibir un tratamiento de desintoxicación por consumo de alcohol en agosto del año anterior. Echó mano de la guía telefónica de Oslo, buscó el número de Dale y lo marcó. Mientras esperaba respuesta, buscó de nuevo en el registro central en su ordenador y encontró al otro Edvard Mosken, nacido en 1942. También él vivía en Drammen. Anotó la fecha de nacimiento y pasó al registro de antecedentes penales.

– «El número de teléfono que ha marcado está fuera de servicio. Éste es un mensaje de la compañía telefónica Telenor… El número de teléfono…»

Harry no se sorprendió y colgó el auricular.

Edvard Mosken hijo cumplía una condena. Y una condena larga que aún lo tenía en la cárcel. ¿Por qué motivo? Drogas, aventuró Harry antes de pulsar la tecla Intro. Un tercio de todos los que están en la cárcel en cualquier momento tienen condenas relacionadas con drogas. Ahí lo tenemos. Sí señor. Tráfico de hachís. Cuatro kilos. Cuatro años, incondicional.

Harry se estiró bostezando. ¿Estaba haciendo algún progreso o simplemente estaba allí trajinando porque el único lugar al que le apetecía ir era al restaurante Schrøder y no tenía fuerzas para tomarse un café en aquel momento? Vaya mierda de día. Sintetizó lo que tenía: Gudbrand Johansen no existe, al menos, no en Noruega. Edvard Mosken vive en Drammen y tiene un hijo condenado por tráfico de drogas. Y Hallgrim Dale es un borrachín y desde luego, no alguien que dispone de medio millón de coronas para gastar.

Harry se frotó los ojos.

Dudaba si buscar en la guía el apellido de Fauke por ver si había un número de teléfono a su nombre en la calle Holmenkollveien. Se le escapó un lamento.

«Es una mujer que tiene pareja. Y tiene dinero. Y clase. En pocas palabras: todo lo que a ti te falta.»

Tecleó la fecha de nacimiento de Hallgrim Dale en el registro central. Intro. El aparato emitía su sordo runrún.

Una larga lista. Más de lo mismo. Pobre borrachín.

«Los dos habéis estudiado derecho. Y a ella también le gusta Raga Rockers.»

Un momento. En la última entrada de Dale, figuraba el código «víctima». ¿Le habrían dado una paliza? Intro.

«Olvídate de esa tía. Bien, ya estaba olvidada. ¿Debía llamar a Ellen y preguntarle si tenía ganas de ir al cine y dejar que ella eligiese la película? No, mejor se daba una sesión de gimnasio en SATS. A sudar un poco.»