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La luz de la pantalla le dio en la cara:

HALLGRIM DALE, 15-11-99. ASESINATO.

Harry contuvo la respiración. Estaba sorprendido, pero ¿por qué no lo estaba tanto? Hizo doble clic en DETALLES. El aparato volvió a emitir un sonido sordo. Pero, por una vez, su mente fue más rápida que el ordenador y, cuando apareció la imagen en la pantalla, él ya le había puesto el nombre.

Capítulo 43

SATS

3 de Marzo de 2000

– Hola.

– Hola, Ellen, soy yo.

– ¿Quién?

– Yo, Harry. Y no me hagas creer que hay otros hombres que te llaman y te dicen «hola, Ellen, soy yo».

– Vete a la mierda. ¿Dónde estás? ¿Qué porquería de música es ésa?

– Estoy en SATS.

– ¿Cómo?

– Estoy haciendo bicicleta. Pronto habré recorrido ocho kilómetros.

– A ver si te he entendido bien, Harry: estás en SATS, sentado en una bicicleta, mientras hablas por el móvil, ¿es eso? -preguntó incrédula, haciendo hincapié en las palabras SATS y móvil.

– ¿Qué hay de malo en eso?

– Harry, ¡por Dios!

– Llevo toda la tarde intentando hablar contigo. ¿Recuerdas el asesinato que Tom Waaler y tú tuvisteis en noviembre? El nombre era Hallgrim Dale.

– Claro que sí. KRIPOS se lo adjudicó casi de inmediato. ¿Qué pasa?

– No estoy seguro. Puede tener algo que ver con el excombatiente al que busco. ¿Qué puedes decirme de aquello?

– Eso es trabajo, Harry. Llámame mañana a la oficina.

– Venga, Ellen, sólo un poco.

– Uno de los cocineros de Herbert's Pizza encontró a Dale en la puerta de entrada. Estaba tirado entre los contenedores de basura, degollado. El grupo de la policía científica no encontró nada. Aunque el médico que le hizo la autopsia aseguró que el corte era maravillosamente limpio. Una intervención quirúrgica, fueron sus palabras.

– ¿Tú quién crees que lo hizo?

– Ni idea. Claro que pudo ser algún neonazi, pero yo no lo creo.

– ¿Por qué no?

– Si matas a un tipo justo a la puerta de tu bar habitual, o eres un temerario o simplemente, eres estúpido. Sin embargo, todo en aquel asesinato parecía muy limpio, muy pensado. No había indicios de forcejeo, ninguna huella, ningún testigo. Todo indica que el asesino sabía lo que hacía.

– ¿El móvil?

– Difícil de determinar. Seguro que Dale tenía deudas, pero no tanto como para presionarlo hasta ese punto. Por lo que yo sé, no estaba metido en asuntos de drogas. Registramos su apartamento, pero no encontramos nada, salvo botellas vacías. Estuvimos hablando con algunos de sus compañeros de juerga. Por alguna extraña razón, tenía éxito con esas colegas de borrachos.

– ¿Colegas de borrachos?

– Sí, esas que siempre van colgadas de los borrachos. Las has visto, sabes a qué me refiero.

– Sí, pero… ¿por qué no las llamas damas de borrachines?

– Siempre reparas en los detalles más tontos, Harry; llega a ser muy irritante, ¿lo sabías? Tal vez deberías…

– Lo siento, Ellen. Tienes toda la razón y prometo enmendarme radicalmente. ¿Por dónde ibas?

– Pues eso, que en los ambientes de alcohólicos hay mucho cambio de pareja, así que no podemos obviar la posibilidad de que se tratase de un crimen pasional. Por cierto, ¿sabes a quién estuvimos interrogando entonces? A tu viejo amigo Sverre Olsen. El cocinero lo había visto en el local de Herbert's Pizza en torno a la hora del asesinato.

– ¿Y bien?

– Tenía coartada. Se había pasado el día entero allí sentado y sólo salió un par de minutos para comprar algo. El dependiente de la tienda nos lo confirmó.

– Pudo haberle dado tiempo…

– Sí, ya sé. A ti te gustaría que hubiese sido él. Pero oye, Harry…

– Puede que Dale no tuviese dinero, pero sí otra cosa.

– Harry…

– Puede que tuviese información. Acerca de alguien, por ejemplo.

– Sí, ahí en la sexta planta, os gusta barajar hipótesis de conspiraciones, ¿verdad? Pero, Harry, ¿no podríamos hablar de esto mañana?

– ¿Desde cuándo eres tan estricta con el horario laboral?

– Es que ya me había acostado.

– ¿A las diez y media?

– Es que no me he acostado sola.

Harry dejó de pedalear. No se le había ocurrido pensar que la gente que había en la sala podía escuchar la conversación. Miró a su alrededor. Por suerte, no eran muchos los que entrenaban tan tarde.

– ¿Es el artista ese de Tørst? -preguntó en un susurro.

– Ajá.

– ¿Y desde cuándo compartís la cama?

– Desde hace un tiempo.

– ¿Y por qué no me dijiste nada?

– Porque no me preguntaste.

– ¿Lo tienes ahora tumbado a tu lado?

– Ajá.

– ¿Es bueno?

– Ajá.

– ¿Te ha dicho ya que te quiere?

– Ajá.

Pausa.

– ¿Piensas en Freddie Mercury cuando…?

– Harry, buenas noches.

Capítulo 44

DESPACHO DE HARRY

6 de Febrero de 2000

El reloj de la recepción indicaba las 8:30 horas cuando Harry llegó al trabajo. No era una auténtica recepción, sino más bien una entrada que funcionaba como una esclusa. Y el jefe de aquella esclusa era Linda, que apartó la vista de la pantalla para desearle alegre los buenos días. Linda llevaba más tiempo en el CNI que ninguno de ellos, y era prácticamente la única persona con la que Harry necesitaba tener contacto para realizar su trabajo diario. De hecho, aparte de ser «jefe de la esclusa», aquella mujer de cincuenta años, respondona y diminuta, funcionaba además como una especie de secretaria común, recepcionista y chica para todo. Harry había pensado en ello un par de veces; se decía que si él fuese espía al servicio de un Estado extranjero y tuviese que sacarle información a alguien del CNI, elegiría a Linda. Además, era la única persona del CNI, a excepción de Meirik, que sabía con qué estaba trabajando Harry en el CNI. No tenía idea de qué creían los demás. En las escasísimas visitas que había hecho a la cantina para comprarse un yogur o un paquete de tabaco, que, por cierto, no vendían, había observado las miradas que le dedicaban desde las mesas. Pero nunca se había molestado en interpretarlas, sino que se apresuraba a volver a su despacho.

– Te han llamado por teléfono -anunció Linda-. Alguien que hablaba en inglés. A ver…

Despegó una nota de color amarillo que tenía en el marco de la pantalla del ordenador.

– Se apellida Hochner.

– ¡¿Hochner?! -exclamó Harry.

Linda miró la nota, algo insegura.

– Sí, eso me dijo la mujer.

– ¿La mujer? Querrás decir el hombre.

– No, era una mujer. Me dijo que volvería a llamar… -Linda se volvió para mirar el reloj que tenía a su espalda, colgado de la pared-… ahora. Me dio la impresión de que le urgía ponerse en contacto contigo. Por cierto, ya que te tengo aquí, Harry, ¿te has dado ya una vuelta por los despachos para presentarte?

– No he tenido tiempo, Linda. La semana que viene.

– Ya llevas aquí un mes. Ayer mismo, Steffensen me preguntó quién era «ese tipo alto y rubio» con el que se había cruzado en los servicios.

– ¿Ah, sí? ¿Y qué le dijiste?

– Le dije que no necesitaba saberlo -respondió Linda con una sonrisa-. Y tienes que venir a la fiesta de la sección este sábado.

– Sí, ya me he dado cuenta -masculló Harry al tiempo que recogía dos folios del buzón.

Uno contenía un recordatorio de la fiesta, el otro, una circular sobre la nueva normativa de enlaces sindicales. Ambos fueron a parar a la papelera tan pronto como hubo cerrado tras de sí la puerta de su despacho. Después, se sentó y pulsó los botones REC y PAUSA del contestador y esperó. Tras unos treinta segundos aproximadamente, sonó el teléfono.