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– Harry Hole speaking -respondió Harry.

– ¿Herri? ¿Spikin? -lo imitó Ellen.

– Perdón. Creía que era otra persona.

– Es un animal -atajó ella antes de que Harry tuviese tiempo de seguir hablando-. «Faquín anbilivibol», vamos.

– Si te refieres a lo que yo creo, prefiero que lo dejes ya, Ellen.

– Lerdo. Bueno, ¿quién esperas que te llame?

– Una mujer.

– ¡Por fin!

– Olvídalo, al parecer es un familiar o la esposa de un tipo al que interrogué.

Ellen suspiró.

– ¿Cuándo piensas conocer a alguien tú también, Harry?

– Estás enamorada, ¿verdad?

– ¡Premio! ¿Tú no?

– ¿Yo?

El grito entusiasta de Ellen le estalló en el oído.

– ¡No me has contestado! ¡Te he pillado, Harry Hole! ¿Quién, quién?

– Venga ya, Ellen.

– ¡Dime que tengo razón!

– Que no, Ellen, que no he conocido a nadie.

– A mamá no se le miente.

Harry no pudo por menos de reír.

– Mejor dime algo más acerca de Hallgrim Dale. ¿Cómo va la investigación?

– No lo sé. Tendrás que hablar con KRIPOS.

– Lo haré, pero ¿qué te dijo tu intuición sobre el asesino?

– Que es un profesional, no un homicida impulsivo. Y, pese a lo que te dije de que el asesinato parecía limpio, no creo que fuese premeditado.

– ¿Cómo que no?

– El crimen se cometió de forma eficaz y no dejaron huellas, pero la elección del lugar no fue muy acertada: podían haberlo visto desde la calle o desde el patio trasero.

– Está sonando la otra línea. Luego te llamo.

Harry pulsó el botón REC del contestador y comprobó que el reproductor empezaba a girar antes de pasar la llamada de la otra línea.

– Aquí Harry.

– Hola, mi nombre es Constance Hochner -oyó decir en inglés.

– ¿Cómo está, señora Hochner? -dijo Harry en el mismo idioma.

– Soy la hermana de Andreas Hochner.

– Ya veo.

Pese a la mala conexión, Harry notó que la mujer estaba nerviosa. Aun así, fue derecha al grano:

– Usted hizo un trato con mi hermano, mister Hole. Y no ha cumplido su parte.

La mujer tenía un acento extraño, el mismo que Andreas Hochner. Sin darse cuenta, Harry intentaba imaginársela, siguiendo un hábito que, como investigador, había adquirido hacía ya tiempo.

– Verá, señora Hochner, no puedo hacer nada por su hermano hasta que no haya verificado la información que nos proporcionó. Por el momento, no hemos encontrado nada que confirme lo que nos dijo.

– Pero, señor Hole, ¿por qué iba a mentir un hombre en la situación en que él se encuentra?

– Precisamente por eso, señora Hochner. Aunque no sepa nada, podría estar lo bastante desesperado para fingir que no es así.

Se hizo una pausa en la débil línea desde… ¿desde dónde? ¿Johannesburgo?

De nuevo se oyó la voz de Constance Hochner.

– Andreas ya me advirtió de que usted diría algo así. Por eso lo llamo, para decirle que tengo más información de mi hermano que tal vez sea de su interés.

– ¿Ah, sí?

– Pero no se la daré si su gobierno no se implica antes en la causa de mi hermano.

– Haremos lo que podamos.

– Volveré a llamarlo cuando comprobemos que está ayudándonos.

– Como usted comprenderá, estas cosas no funcionan así, señora Hochner. Tenemos que ver los resultados de la información proporcionada antes de empezar a ayudarle.

– Pero mi hermano tiene que contar con alguna garantía. El juicio contra él empieza dentro de dos semanas y…

A la mujer se le quebró la voz en medio de la frase y Harry notó que estaba a punto de echarse a llorar.

– Sólo puedo darle mi palabra de que haré cuanto esté en mi mano, señora Hochner.

– Yo no lo conozco a usted. Y usted no me entiende. Van a condenar a Andreas a la pena de muerte. Usted…

– Aun así, eso es cuanto puedo ofrecerle.

La mujer rompió a llorar. Harry aguardó y, tras unos minutos, la señora Hochner recuperó la calma.

– ¿Tiene usted hijos, señora Hochner?

– Sí -contestó entre sollozos.

– ¿Y sabe usted cuál es el delito del que está acusado su hermano?

– Por supuesto.

– En ese caso, comprenderá también que necesita todo el perdón que pueda encontrar. Puesto que, a través de usted, podrá ayudarnos a detener a un hombre que pretende perpetrar un atentado, habrá hecho algo bueno. Y usted también, señora Hochner.

La mujer respiró hondo en el auricular. Por un instante, Harry creyó que iba a echarse a llorar de nuevo.

– ¿Me promete que hará todo lo que pueda, señor Hole? Mi hermano no es culpable de todos los delitos de los que se lo acusa.

– Se lo prometo.

Harry oyó su propia voz. Tranquila y firme. Pero al mismo tiempo, apretó nervioso el auricular.

– De acuerdo -dijo al fin Constance Hochner en voz baja-. Andreas dice que la persona que se llevó el arma y le pagó aquella noche no es la misma persona que la encargó. Quien la encargó fue un cliente casi fijo, un hombre joven. Habla buen inglés con acento escandinavo. Y siempre insistía en que Andreas lo llamase el Príncipe. Andreas me dijo que usted debería buscar en entornos con fijación por las armas.

– ¿Eso es todo?

– Andreas no lo ha visto nunca, pero dice que, si le envía una grabación, reconocerá su voz enseguida.

– Estupendo -dijo Harry con la esperanza de que no se le notase la decepción.

Se puso derecho en la silla, como preparándose antes de servirle la siguiente mentira:

– En cuanto encuentre algo, empezaré a mover los hilos.

Sus palabras le escocían en la boca como un trago de sosa cáustica.

– Se lo agradezco, señor Hole.

– No lo haga, señora Hochner.

Después de colgar, se repitió la última frase mentalmente, dos veces.

– ¡Vaya mierda! -gritó Ellen después de oír toda la historia sobre la familia Hochner.

– A ver si ese cerebro tuyo es capaz de olvidar por un rato que está enamorado y puede hacer alguno de sus trucos -bromeó Harry-. Ya tienes los fragmentos.

– Importación ilegal de armas, cliente fijo, el Príncipe, ambiente con fijación por las armas. Son sólo cuatro.

– Pues es lo que tengo.

– ¿Por qué me presto a estas cosas?

– Porque me adoras. Ahora tengo que salir corriendo.

– Espera. Háblame de esa mujer…

– Espero que tu intuición funcione mejor con los delitos, Ellen. Que te vaya bien.

Harry marcó el número de la casa de la ciudad de Drammen que le habían dado en información.

– Mosken -respondió una voz firme.

– ¿Edvard Mosken?

– Sí. ¿Con quién hablo?

– Comisario Hole, información. Tengo algunas preguntas que hacerle.

Harry cayó en la cuenta de que era la primera vez que se presentaba como comisario. Por alguna razón, también eso se le antojaba una mentira.

– ¿Algún asunto relacionado con mi hijo?

– No. ¿Le viene bien que le haga una visita mañana a las doce, Mosken?

– Soy jubilado. Y vivo solo. No hay ninguna hora del día que no me vaya bien, oficial.

Harry llamó a Even Juul y lo informó de lo sucedido.

Pensó en lo que Ellen le había dicho sobre el asesinato de Hallgrim Dale mientras iba a la cantina a comprar un yogur. Pensó llamar a KRIPOS, para que le actualizasen la información, pero tenía la firme sensación de que Ellen ya le había contado todo lo que merecía la pena saber sobre el asunto. De todos modos, la probabilidad estadística de morir asesinado en Noruega era de en torno a un diez por mil. Cuando la persona a la que buscas aparece cadáver en una investigación de asesinato de cuatro meses de antigüedad, resulta difícil creer que se trate de una coincidencia. ¿Guardaría aquel crimen alguna relación con la compra del rifle Märklin? Apenas si eran las nueve y a Harry ya le dolía la cabeza. Esperaba que a Ellen se le ocurriese algo relacionado con el Príncipe. Cualquier cosa. Por lo menos, tendría por dónde empezar.