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Capítulo 45

SOGN

6 de Marzo de 2000

Después del trabajo, Harry se dirigió a los apartamentos de la Seguridad Social de Sogn. Cuando llegó, Søs ya estaba esperándolo en la puerta. Había engordado algo el último año, pero ella aseguraba que a Henrik, su novio, que vivía unas puertas más allá en el mismo pasillo, le gustaba así.

– Pero si Henrik es mongo.

Eso era lo que Søs solía decir cuando quería explicar a la gente las pequeñas rarezas de Henrik. Ella, en cambio, no era mongo. Al parecer, había una distinción invisible, pero muy definida, en algún sitio. Y a Søs le gustaba explicarle a Harry quiénes de los residentes eran mongo y quiénes eran casi mongo.

Solía hablarle a Harry de las cosas más corrientes, lo que Henrik le había dicho aquella semana (y que, de vez en cuando, podía resultar bastante sorprendente), lo que habían visto en la tele, lo que habían comido y lo que habían planeado hacer en vacaciones. Henrik y Søs siempre estaban haciendo planes para las vacaciones. En esta ocasión, su objetivo era Hawai, y Harry no pudo por menos de sonreír al imaginarlos a los dos con camisas hawaianas en el aeropuerto de Honolulu.

Le preguntó si había hablado con el padre de ambos y ella le contestó que la había visitado hacía dos días.

– Muy bien -comentó Harry.

– Creo que ya ha olvidado a mamá -dijo Søs-. Y eso es bueno.

Harry se quedó un instante reflexionando sobre lo que su hermana acababa de decir cuando apareció Henrik aporreando la puerta para avisarle de que la serie Hotel Caesar empezaba en TV2 dentro de tres minutos y Harry se puso el abrigo para marcharse, no sin antes prometerle que la llamaría pronto.

El tráfico discurría lento, como de costumbre, en el cruce de Ullevål Stadion y, demasiado tarde, descubrió que tenía que girar a la derecha por la calle Ringveien, por las obras. Pensaba en lo que le había revelado Constance Hochner. Que Urías había utilizado a un intermediario, al parecer noruego. Lo que significaba que en algún lugar del país había alguien que sabía quién era Urías. Ya le había pedido a Linda que buscase en los archivos secretos a alguien apodado el Príncipe, pero estaba bastante seguro de que no encontraría nada. Tenía la firme sensación de que ese sujeto era más listo que el delincuente medio. Si lo que le había dicho Andreas Hochner era cierto y el Príncipe era un cliente fijo, significaría que éste había logrado crearse un grupo de clientes propio sin que el CNI ni nadie lo descubriese. Esas cosas llevan su tiempo y exigen cautela, sagacidad y disciplina, características por las que no destacaba ninguno de los delincuentes que conocía Harry. Desde luego que el sujeto podía haber tenido más suerte de la cuenta, puesto que no lo habían cogido. O tal vez ocupaba un puesto que lo protegía. Constance Hochner le había dicho que hablaba bien inglés. De modo que podía ser diplomático, por ejemplo. Alguien con posibilidad de entrar y salir del país sin que lo detuviesen en la aduana.

Harry tomó el desvío de Slemdalsveien en dirección a Holmenkollen.

¿Y si le pedía a Meirik que trasladase a Ellen al CNI por un breve periodo de trabajo en colaboración? Rechazó la idea enseguida. Meirik parecía más interesado en que él contase neonazis o en que participase en acontecimientos sociales que en cazar fantasmas de los días de la guerra.

Antes de darse cuenta siquiera de adonde se dirigía, ya había llegado a la casa de la mujer. Paró el coche y miró entre los árboles. Desde la carretera principal había unos cincuenta o sesenta metros hasta la casa. Había luz en las ventanas de la planta principal.

– ¡Idiota! -barbotó en voz alta, y dio un respingo al oír su propia voz.

Estaba a punto de volver a ponerse en marcha cuando vio que se abría la puerta y que la luz del vestíbulo iluminaba la escalinata de la entrada. La idea de que ella lo viese y reconociese su coche le produjoun pánico instantáneo. Metió la marcha atrás para retroceder discretamente y salir del campo de visión, pero pisó tan poco el acelerador que se le ahogó el motor. Se oían voces. Un hombre con un abrigo largo y de color oscuro salía a la escalinata. El hombre hablaba, pero la persona a la que se dirigía quedaba oculta por la puerta. Después, el hombre se acercó al umbral y Harry dejó de verlo.

«Están besándose -pensó-. He venido en coche hasta Holmenkollen para espiar cómo una mujer con la que he estado hablando durante quince minutos se besa con su pareja.»

La puerta se cerró y el hombre se sentó en un Audi, se puso en marcha en dirección a la carretera principal y pasó por delante de su coche.

De camino a casa, Harry se preguntaba cómo castigarse a sí mismo. Tenía que ser un castigo duro, algo que lo disuadiese de tentaciones futuras. Una sesión de aerobic en SATS.

Capítulo 46

DRAMMEN

7 de Marzo de 2000

Harry nunca comprendió por qué Drammen, precisamente, recibía tantas críticas. Desde luego que la ciudad no era una belleza, pero ¿qué tenía Drammen que no tuviesen la mayoría de los pueblos noruegos que habían crecido demasiado deprisa? Sopesó la idea de parar a tomar un café en Børsen, pero miró el reloj y comprendió que no le daba tiempo.

Edvard Mosken vivía en una casa de madera pintada de rojo con vistas al hipódromo. Delante del garaje había aparcada una vieja furgoneta Mercedes. Mosken lo esperaba con la puerta abierta. Estudió durante un buen rato la identificación de Harry antes de decir:

– ¿Nacido en 1965? Aparentas más edad de la que tienes, Hole.

– Malos genes.

– Pues lo siento por ti.

– Bueno, cuando tenía catorce, entraba a las películas de mayores de dieciocho.

Fue imposible ver en la expresión de Mosken si había sabido valorar o no el chiste. El hombre le indicó a Harry que entrase.

– ¿Vives solo? -preguntó Harry mientras Mosken le indicaba el camino hasta la sala de estar.

El apartamento tenía un aspecto limpio y cuidado, pero apenas si había objetos personales decorativos y reinaba en él exactamente ese orden extremo que desea disfrutar cualquier hombre capaz de decidir por sí mismo. A Harry le recordaba a su propio apartamento.

– Sí, mi esposa me dejó después de la guerra.

– ¿Cómo que te dejó?

– Se marchó. Se largó. Partió para siempre.

– Entiendo. ¿Hijos?

– Tenía uno.

– ¿Tenías?

Edvard Mosken se detuvo y se volvió.

– ¿Es que no me explico con claridad, Hole?

Había formulado la pregunta con una de sus blancas cejas levantada formando un ángulo bien definido en la ancha frente.

– No, es culpa mía -explicó Harry-. Sólo me entra la información en pequeñas dosis.

– De acuerdo. Tengo un hijo.

– Gracias. ¿A qué te dedicabas antes de jubilarte?

– Era propietario de varios camiones. Mosken Transport. Vendí la empresa hace siete años.

– ¿Te iba bien?

– Lo suficiente. Los compradores conservaron el nombre.

Se sentaron cada uno a un lado de la mesa de la sala de estar. Harry presintió que no le pondría café. Edvard estaba sentado en el sofá, inclinado hacia delante, con los brazos cruzados, como diciendo: acabemos con esto cuanto antes.

– ¿Dónde estabas la noche del 22 de diciembre?

Harry había decidido por el camino que empezaría con esa pregunta. Entre jugarse la única carta que tenía antes de que Mosken tuviese ocasión de estudiar el terreno y comprender que no tenía nada más, Harry eligió lo primero con la esperanza de provocar una reacción elocuente. Si es que Mosken tenía algo que ocultar.