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– ¡Ese juicio fue una farsa! -masculló Mosken-. El abogado defensor de mi hijo es nieto del juez que me juzgó a mí después de la guerra. Se empeñan en castigar a mis hijos para ocultar su propia vergüenza por lo que hicieron durante la guerra. Yo…

Mosken se interrumpió de improviso. Harry aguardó una continuación que, no obstante, no se produjo. De repente y sin previo aviso, sintió que el perro que tenía en el estómago empezaba a ladrar… No había emitido el menor ruido desde hacía un buen rato. Ahora necesitaba un trago.

– ¿Uno de los «santos de los últimos días»? -preguntó Harry.

Mosken se encogió de hombros otra vez. Harry intuyó que no podría sacarle más sobre el tema en esta ocasión.

Mosken miró el reloj.

– ¿Tienes alguna cita? -quiso saber Harry.

– Pensaba darme una vuelta por la casa de campo.

– ¿Ah, sí? ¿Está lejos?

– En Grenland. Necesito aprovechar las horas de luz antes del anochecer.

Harry se levantó. Ambos se detuvieron en el pasillo, como buscando alguna frase adecuada con la que despedirse, cuando a Harry se le ocurrió algo de pronto:

– Has dicho que te hirieron en Leningrado, el invierno de 1944, y que te llevaron a la enfermería del colegio de Sinsen a finales del verano. ¿Dónde estuviste entre tanto?

– ¿A qué te refieres?

– Acabo de terminar de leer uno de los libros de Even Juul. Es historiador especializado en la guerra.

– Sé perfectamente quién es Even Juul -atajó Mosken con una sonrisa indescifrable.

– Según él, el regimiento Norge quedó disuelto en Krasnoje Selo en marzo de 1944. ¿Dónde estuviste desde el mes de marzo hasta que llegaste a Sinsen?

Mosken se quedó mirando a Harry un buen rato. Después, abrió la puerta y miró afuera.

– Casi cero grados -declaró al fin-. Conduce con cuidado.

Harry asintió. Mosken se estiró un poco, se hizo sombra con la mano y oteó el hipódromo vacío, cuyas pistas cubiertas de grava describían un óvalo gris sobre la nieve sucia.

– Me encontraba en lugares que una vez tuvieron nombre -respondió Mosken-. Pero que habían cambiado tanto que ya nadie los reconocía. En nuestros mapas no habían señalado más que las carreteras, los ríos, los lagos y los campos de minas, pero ningún nombre. Si te digo que estuve en Estonia, en un lugar llamado Parnu, puede que sea verdad, pero ni yo ni nadie lo sabe con certeza. Pasé la primavera y el verano de 1944 postrado en una camilla escuchando las ametralladoras y pensando en la muerte. No en dónde me encontraba.

Harry conducía despacio junto al río y se detuvo al ver el semáforo en rojo antes del puente. El segundo puente, el E18, parecía una prótesis dental de proporciones gigantescas a través del paisaje e impedía ver el fiordo de Drammen. De acuerdo, no todo estaba bien hecho en Drammen. Harry había decidido parar a tomar café en Børsen en el camino de vuelta, pero cambió de idea al recordar que sólo servían cerveza.

El semáforo se puso en verde y Harry aceleró.

Edvard Mosken había reaccionado con vehemencia a su pregunta acerca de su hijo. Harry resolvió que investigaría a fondo quién había sido el juez en el proceso contra Mosken. Mientras conducía, echó un último vistazo a Drammen en el retrovisor. Desde luego que había ciudades peores.

Capítulo 47

DESPACHO DE ELLEN

7 de Marzo de 2000

A Ellen no se le había ocurrido nada.

Harry se había pasado por su despacho y estaba ahora sentado en su vieja silla, que no dejaba de crujir. Habían contratado a un nuevo agente, un joven oficial de Steinkjer, que se incorporaría dentro de un mes.

– ¿Qué te creías, que soy adivina? -preguntó al ver la decepción en el rostro de Harry-. Además, les he preguntado a los demás en la reunión de esta mañana, pero nadie había oído hablar de ningún Príncipe.

– ¿Y qué tal con el Registro de Armas? Ellos deberían tener datos completos sobre los traficantes.

– ¡Harry!

– ¿Sí?

– Yo ya no trabajo para ti.

– ¿Para mí?

– Bueno, pues contigo. Aunque yo tenía la sensación de que trabajaba para ti. Eres un bruto.

Harry se dio impulso con el pie e hizo girar la silla. Cuatro vueltas. Jamás había conseguido hacerla girar más de cuatro veces. Ellen alzó la vista al cielo, con resignación.

– De acuerdo. También llamé al Registro de Armas -admitió al fin-. Pero ellos tampoco habían oído hablar del Príncipe. ¿Por qué no te asignan un ayudante en el CNI?

– No es un caso prioritario. Meirik me permite dedicarme a ello, pero lo que quiere en realidad es que me dedique a averiguar qué están tramando los neonazis antes del Eid musulmán.

– Una de las frases que me diste era «entorno con fijación por las armas». La verdad es que no se me ocurre un ambiente más obsesionado por las armas que los ambientes neonazis. ¿Por qué no empezar por ahí? Matarías dos pájaros de un tiro.

– Sí, ya lo había pensado.

Capítulo 48

CAFÉ RYKTET, GRENSEN

7 de Marzo de 2000

Even Juul estaba en la escalinata cuando Harry aparcó el coche ante su casa.

Burre estaba a su lado, tironeando de la cadena.

– ¡Qué rapidez! -comentó Juul.

– Me puse en marcha en cuanto colgué el auricular -explicó Harry-. ¿Burre viene con nosotros?

– No, sólo lo he sacado un poco, mientras esperaba. Entra, Burre.

El perro miró a Juul con expresión suplicante.

– ¡Venga! ¡Adentro!

Burre dio un paso atrás y entró como una flecha en la casa. También Harry se sobresaltó ante el inesperado grito de Juul.

– Bien, podemos irnos -declaró Juul.

Harry atisbo un rostro tras la cortina de la cocina cuando se marchaban.

– Hay más claridad -dijo Harry.

– ¿Ah, sí?

– Me refiero a los días. Son más largos.

Juul asintió sin responder.

– He estado pensando en una cosa -confesó Harry-. La familia de Sindre Fauke, ¿cómo murieron?

– Ya te lo dije. Él los mató.

– Sí, pero ¿cómo?

– De un tiro. En la cabeza.

– ¿Los cuatro?

– Sí.

Por fin encontraron un aparcamiento en Grensen, desde el que se encaminaron al lugar que Juul había insistido en mostrarle a Harry cuando hablaron por teléfono.

– Así que esto es Ryktet -dijo Harry cuando entraron en el café apenas iluminado y casi desierto.

Tan sólo dos de las viejas mesas de fórmica estaban ocupadas. Harry y Juul pidieron café y se sentaron a una de las que había junto a la ventana. Dos hombres de edad avanzada que ocupaban una mesa en el interior del local interrumpieron su conversación para observarlos.

– Me recuerda a un café al que voy de vez en cuando -dijo Harry señalando hacia los dos ancianos.

– Son fieles creyentes -explicó Juul-. Viejos nazis y excombatientes que siguen pensando que ellos tenían razón. Aquí se desahogan de su amargura por la gran traición y critican al gobierno de Nygaards vold y el estado general de la situación. Eso hacen, claro, los que aún viven. Porque ya veo que van quedando menos.

– ¿Siguen estando políticamente comprometidos?

– Desde luego que sí, siguen furiosos. Por la ayuda a los países en vías de desarrollo, por las reducciones del presupuesto de Defensa, por las mujeres sacerdotes, por las parejas de hecho de homosexuales, por nuestros nuevos compatriotas, de origen extranjero; todas esas cosas que seguro que te imaginas encienden a estos tipos. En el fondo, siguen siendo fascistas.

– ¿Y tú crees que es posible que Urías sea asiduo de este local?

– Si lo que Urías pretende poner en práctica es algún tipo de acto de venganza contra la sociedad, aquí encontrará gente que piensa como él. Claro que hay otros lugares donde también se reúnen los excombatientes. Por ejemplo, todos los años celebran encuentros de camaradas aquí en Oslo, adonde acuden correligionarios de todo el país, soldados y otros que estuvieron en el frente oriental. Pero esos encuentros tienen un carácter muy distinto al ambiente de este agujero; son auténticos actos sociales en los que recuerdan a los caídos y está prohibido hablar de política. No, si yo estuviese buscando a un excombatiente con planes de venganza, empezaría por este lugar.