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– ¿Tu esposa ha asistido a alguno de esos, cómo los has llamado…, encuentros de camaradas?

Juul clavó en Harry una mirada inquisitiva antes de negar despacio con un gesto.

– Se me ha ocurrido de pronto -explicó Harry-. Pensé que tal vez ella tuviese algo que contarme.

– Pues no, no tiene nada que contarte -atajó Juul con acritud.

– Estupendo. ¿Existe alguna relación entre los neonazis y los que tú llamas fieles creyentes?

– ¿Por qué me lo preguntas?

– Me han dado un soplo. Parecer ser que Urías se sirvió de un intermediario para hacerse con el Märklin, alguien que se mueve en un ambiente obsesionado por las armas.

Juul volvió a negar con la cabeza.

– La mayoría de los excombatientes sentirían un gran disgusto si te oyesen llamarlos correligionarios de los neonazis. Aunque éstos abrigan un profundo respeto por los excombatientes, para ellos, representan el sueño más deseado: defender la patria y la raza empuñando las armas.

– De modo que si un excombatiente quisiera agenciarse un arma, podría contar con el apoyo de los neonazis, ¿no?

– Seguro que sería bien acogido, sí. Pero tendría que saber a quién dirigirse. Cualquiera no podría conseguirle un arma tan potente y avanzada como la que buscas. Por ejemplo, no hace mucho que la policía de Hønefoss hizo un registro en el garaje de unos neonazis y encontró un viejo Datsun oxidado, cargado de mazos de fabricación casera, jabalinas de madera y un par de hachas romas. La mayor parte de los pertenecientes a este círculo se encuentra, literalmente, en la Edad de Piedra.

– Entonces, ¿dónde debo empezar a buscar a una persona del entorno que tenga contactos con traficantes de armas internacionales?

– El círculo no es demasiado grande, ése no es el problema. Cierto que Fritt Ord, el diario nacionalista, asegura que en todo el país hay unos mil quinientos nacionalsocialistas y nacionaldemócratas; pero si llamas a Monitor, la organización no gubernamental que se encarga de mantener vigilados los entornos fascistas, te dirán que tan sólo un máximo de cincuenta están activos. No, el problema es que las personas con recursos, las que realmente mueven los hilos, no se ven. No se pasean por ahí con las botas y las esvásticas tatuadas en el antebrazo, por así decirlo. Son personas con una posición social que pueden utilizar para servir a la causa pero, para ello, tienen que mantenerse en la sombra.

A su espalda, de repente, se oyó una voz grave:

– ¡Even Juul! ¿Cómo te atreves a venir a este lugar?

Capítulo 49

CINE GIMLE, PASEO DE BYGDØY

7 de Marzo de 2000

– Bueno, ¿qué crees que hice? -le preguntó Harry a Ellen mientras lo empujaba con suavidad para que avanzase en la cola-. Justamente estaba allí sentado, preguntándome si no debería levantarme y preguntarle a alguno de los malhumorados viejos si por casualidad no conocían a alguien que estuviese planeando perpetrar un atentado y que, por esa razón, hubiese adquirido una escopeta mucho más cara que la media. Y, en ese preciso momento, uno de ellos se coloca detrás de la mesa y grita con su vozarrón: «¡Even Juul! ¿Cómo te atreves a venir a este lugar?».

– Vale, ¿y qué hiciste? -quiso saber Ellen.

– Nada. Simplemente, seguí sentado mientras que a Even Juul se le desencajaba el rostro. Como si hubiese visto un fantasma. Estaba claro que se conocían. Por cierto, que es la segunda persona que me encuentro hoy que resulta que conoce a Juul. Edvard Mosken también me dijo que lo conocía.

– No es de extrañar, ¿no? Juul suele escribir en los periódicos, sale en televisión, es un personaje público.

– Sí, claro, tienes razón. Pero bueno, continúo: Juul se levanta y se va derecho a la calle. Lo único que yo puedo hacer es seguirlo. Cuando me reúno con él en la calle, está blanco como la cera. Sin embargo, cuando le pregunto por el hombre, asegura que no sabe quién es. Después, lo llevo a casa y apenas si se despide de mí antes de bajarse del coche. Se le veía muy afectado. ¿Te parece bien la fila diez?

Harry se agachó hacia la ventanilla y pidió dos entradas.

– Tengo mis dudas -confesó Harry.

– ¿Por qué? -quiso saber Ellen-. ¿Porque soy yo quien ha elegido la película?

– Es que, en el autobús, oí a una chica que comía chicle decirle a una amiga que Todo sobre mi madre es bonita. O sea, bonita.

– ¿Qué quieres decir?

– Que cuando las chicas dicen que una película es bonita, experimento una sensación del tipo Tomates verdes fritos. Cuando a las mujeres os sirven un pastel decorado con algo más de brillantez que los espectáculos de Oprah Winfrey, os parece que habéis visto una película cálida, inteligente. ¿Palomitas?

La fue guiando hasta la cola del quiosco.

– Eres un caso perdido, Harry. Un caso perdido. Por cierto, ¿sabes que Kim se ha puesto celoso cuando le he dicho que iba al cine con un colega?

– Enhorabuena.

– Antes de que se me olvide -añadió Ellen-. Tal y como me pediste que hiciera, encontré el nombre del abogado defensor de Edvard Mosken hijo. Y el de su abuelo, que presidió los juicios por traición.

– ¿Y?

Ellen sonrió.

– Johan Krohn y Kristian Krohn.

– Sorpresa.

– Estuve hablando con el fiscal de la causa contra Mosken hijo. Al parecer, Mosken padre perdió los nervios al oír que el tribunal juzgaba a su hijo culpable y llegó a agredir a Krohn. Además, dijo en voz alta que Krohn y su abuelo conspiraban contra la familia Mosken.

– Interesante.

– Me he ganado una grande de palomitas, ¿no crees?

Todo sobre mi madre fue mucho mejor de lo que Harry se había temido. Aun así, en medio de la escena donde entierran a Rosa, no tuvo más remedio que molestar a una llorosa Ellen para preguntarle dónde estaba Grenland. Ellen le contestó que era la zona en torno a Porsgrunn y Skien. Después, la dejó ver la película sin más interrupciones.

Capítulo 50

OSLO

8 de Marzo de 2000

Harry veía que el traje le quedaba pequeño. Lo veía, pero no comprendía por qué. No había engordado desde que tenía dieciocho años y el traje le quedaba perfecto cuando lo compró en Dressmann, para la fiesta de graduación en 1990. Como quiera que fuese, ahora comprobaba claramente en el espejo del ascensor que, entre los pantalones y los zapatos negros Dr. Martens, asomaba la franja de los calcetines. Aquél era, sin duda, uno de esos misterios irresolubles.

Las puertas del ascensor se abrieron y Harry empezó a oír la música, la charla altanera de los hombres y el parloteo de las mujeres, que escapaba por las puertas abiertas de la cantina. Miró el reloj. Eran las ocho y cuarto. Hasta las once podía pasar. A esa hora, se iría a casa.

Contuvo la respiración, entró en la cantina y echó un vistazo a su alrededor. Era como todas las cantinas noruegas, un local cuadrado con un mostrador de cristal en un extremo, para pedir la comida, muebles de color claro de madera procedente de algún fiordo de Sunnmøre, y carteles de prohibido fumar.

Los organizadores habían hecho lo posible por camuflar la cotidianidad con globos y manteles rojos. Aunque había muchos hombres, el reparto de sexos era, pese a todo, más equitativo que en las fiestas de la policía judicial. Parecía que la mayoría ya había tenido tiempo de ingerir bastante alcohol. Linda había mencionado algo acerca de unas copas previas en casa de alguien, y Harry se alegró de que no lo hubiesen invitado.