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Contempló la imagen que había pegado a la pared, bajo la bandera con la esvástica. Era una fotografía del SS-Reichsfübrer und Chef der Deutschen Polizei, Heinrich Himmler, en la tribuna, cuando estuvo en Oslo en 1941. Se dirigía a los voluntarios noruegos que habían prestado juramento en las Waffen-SS. Uniforme de color verde. Las iniciales de las SS en el cuello. Vidkun Quisling al fondo. Himmler. Muerto con honor el 23 de mayo de 1945. Suicidio.

– ¡Joder!

Sverre apoyó los pies en el suelo, se incorporó y se puso a caminar nervioso de un lado a otro de la habitación.

Se detuvo ante el espejo que había junto a la puerta. Se echó la mano a la cabeza. Después rebuscó en los bolsillos de la chaqueta. Mierda, ¿adónde había ido a parar su gorra de soldado? Por un instante, lo aterró la idea de que se hubiese quedado en la nieve, junto al cuerpo de la mujer, pero entonces cayó en la cuenta de que la llevaba cuando regresó al coche del Príncipe. Y respiró hondo.

Del bate se había deshecho tal y como el Príncipe le había aconsejado que hiciera. Le había limpiado las huellas y lo había arrojado al río Akerselva. Lo único que tenía que hacer ahora era mantenerse apartado, esperar y ver qué pasaba. El Príncipe le había dicho que él se encargaría de ello, igual que había hecho siempre. Sverre ignoraba dónde trabajaba el Príncipe, aunque era seguro que tenía buenos contactos en la policía.

Sverre se desnudó ante el espejo. Los tatuajes se veían grises al resplandor de la luna que entraba por entre las cortinas. Se pasó la mano por la cruz de hierro que llevaba colgada del cuello.

– ¡Puta! -masculló-. ¡Jodida puta comunista de mierda!

Cuando por fin concilio el sueño, ya había empezado a amanecer por el este.

Capítulo 51

HAMBURGO

30 de Junio de 1944

Mi querida, amada Helena:

Te amo más que a mi vida, ahora ya lo sabes. Aunque lo nuestro no duró mucho tiempo y te espera una larga vida llena de felicidad (¡lo sé!), espero que nunca me olvides del todo. Es de noche y estoy sentado en un dormitorio junto al puerto de Hamburgo, mientras las bombas caen ahí fuera. Estoy solo, los demás han ido a refugiarse en los bunkeres y subterráneos, y no hay electricidad, pero los incendios que arrasan la ciudad me proporcionan la luz suficiente para escribir.

Tuvimos que bajarnos del tren antes de llegar a Hamburgo, puesto que la vía había sido bombardeada la noche anterior. Nos trasladaron a la ciudad en camiones y, cuando llegamos, nos aguardaba un espectáculo horrendo. Una de cada dos casas parecía abandonada, los perros vagaban entre las humeantes ruinas y por todas partes se veían niños escuálidos y harapientos que miraban nuestros camiones con sus grandes ojos inexpresivos. Atravesé Hamburgo camino de Sennheim hace tan sólo dos años, pero ahora la ciudad está irreconocible. En aquella ocasión, pensé que no había visto un río más hermoso que el Elba, pero ahora lleva restos de maderos y de embarcaciones flotando sobre sus aguas turbias, y he oído decir que están envenenadas de tantos cadáveres como las surcan. También he oído hablar de nuevos bombardeos previstos para esta noche y que la única posibilidad es intentar llegar al campo. Según los planes, debería seguir hacia Copenhague esta noche, pero también las líneas ferroviarias que llevan al norte han sido bombardeadas.

Lamento mi mal alemán. Como ves, tampoco mi pulso es del todo firme, pero eso es culpa de las bombas, que hacen temblar todo el edificio, y no porque tenga miedo. ¿De qué había de tenerlo? Desde el lugar en el que estoy sentado, puedo presenciar un fenómeno del que había oído hablar, pero del que nunca había sido testigo: un tornado de fuego. Las llamas que se alzan al otro lado del puerto parecen engullirlo todo. Veo trozos de maderos y tejados de hojalata despegar y volar enteros hacia el corazón de las llamas. Y el mar, ¡el mar está hirviendo! El vapor sube desde debajo de los muelles que hay enfrente: si un desgraciado pretendiera salvarse saltando al agua, se cocería vivo. Abrí la ventana y me dio la sensación de que el aire no tenía oxígeno. Y entonces oí el bramido, como si alguien estuviese dentro de las llamas gritando ¡más, más, más! Es escalofriante y horrendo, sí, pero, curiosamente, también resulta tentador.

Mi corazón está tan colmado de amor que me siento invulnerable, gracias a ti, Helena. Si un día tienes hijos (cosa que espero y deseo), me gustaría que les contases mi historia. Háblales de ella como si fuera una aventura, pues eso es, ¡una aventura real! He decidido salir esta noche para ver qué encuentro, a quién me encuentro. Dejaré la carta en la cantimplora de metal, en la mesa. He grabado en ella tu nombre y tu dirección con la bayoneta para que, quienes la encuentren, sepan qué hacer.

Con amor

Urías

Parte V. SIETE DÍAS

Capítulo 52

CALLE JENS BJELKE

9 de Marzo de 2000

– «Hola, éste es el contestador de Ellen y Helge. Deja tu mensaje.»

– Hola, Ellen, soy Harry. Como puedes comprobar, he bebido, y lo siento. De verdad. Pero si hubiese estado sobrio, probablemente no te habría llamado. Estoy seguro de que lo entiendes. Hoy estuve en la escena del crimen. Estabas tumbada boca arriba, en un camino junto al río Aker. Te encontró una pareja de jóvenes que se dirigían al bar Blå, justo después de medianoche. Causa de la muerte: graves lesiones en la parte frontal del cerebro causadas por varios golpes en la cabeza con un objeto contundente. También te habían golpeado en la nuca y tenías tres roturas de cráneo, además de fractura de la rótula izquierda, y marcas de golpes en el hombro derecho. Suponemos que todas las lesiones son fruto del mismo objeto. El doctor Blix estima la hora de la muerte entre las once y las doce de la noche. Parecías…, yo…, espera un poco.

»Perdón. Continúo. La policía científica encontró una veintena de huellas de botas en la nieve del camino y algunas más en la nieve que había a tu lado, pero estas últimas estaban pateadas, probablemente para borrarlas. De momento no se ha presentado ningún testigo, pero estamos haciendo la ronda habitual entre el vecindario. Varios de los vecinos tienen vistas al camino, así que la policía judicial piensa que existe la posibilidad de que alguien haya visto algo. Yo opino que las posibilidades son mínimas, ya que entre las once menos cuarto y las doce menos cuarto estaban retransmitiendo una repetición de la serie Supervivientes en la televisión sueca. Es broma. Estoy intentando ser chistoso. Por cierto, encontramos una gorra azul a unos metros de donde tú estabas. Tenía manchas de sangre, y aunque tú también estabas sangrando, el doctor Blix cree que tu sangre no pudo haber salpicado hasta esa distancia. Si resulta que es tu sangre, puede que la gorra pertenezca al asesino. Hemos mandado analizar la sangre y la gorra está en el laboratorio de la científica, donde comprobarán si contiene algún cabello o restos de piel. Si al tipo no se le cae el pelo, esperemos que por lo menos tenga caspa. Ja, ja. Espero que no te hayas olvidado de Ekman y Friesen. De momento no tengo más información, pero avísame si se te ocurre algo. ¿Algo más? Bueno, sí, Helge vive ahora conmigo. Sé que el cambio es a peor, pero así es para todo el mundo, Ellen. Salvo para ti, tal vez. Ahora voy a tomarme otra copa y a meditar sobre todo esto.