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La mañana siguiente, Brandhaug llamó al embajador ruso para comunicarle que el Ministerio de Asuntos Exteriores había mantenido una discusión interna acerca del asunto de la custodia de Oleg Fauke Gosev. Le pidió que le enviase una carta en la que se explicase el estado actual del asunto y en la que se indicase la postura de las autoridades rusas al respecto. El embajador no estaba informado del caso, pero prometió que por supuesto atendería la petición del responsable de Asuntos Exteriores y que haría que se redactase la carta tal y como solicitaba. La notificación en la que las autoridades rusas pedían que Rakel y Oleg se personasen ante el juez ruso llegó una semana más tarde. Brandhaug envió enseguida una copia al encargado de la Sección Jurídica y otra a Rakel Fauke. En esta ocasión, ella lo llamó al día siguiente. Después de escucharla, Brandhaug dijo que no sería compatible con su posición diplomática intentar ejercer su influencia sobre aquel asunto y que, en cualquier caso, no era conveniente que hablasen de ello por teléfono.

– Como sabes, yo no tengo hijos -le dijo-. Pero según me describes a Oleg parece un chico maravilloso.

– Si lo conocieras, te… -comenzó ella.

– Eso no tiene por qué ser imposible. Casualmente, leí en la correspondencia que vives en la calle Holmenkollen, que está muy cerca de Nordberg.

Se percató de una vacilación en el silencio que se hizo al otro lado del hilo telefónico, pero sabía que las circunstancias estaban a su favor:

– ¿Te parece bien a las nueve mañana por la noche?

Hubo una larga pausa antes de que ella contestase:

– Ningún niño de seis años está despierto a las nueve de la noche.

Acordaron que iría a las seis de la tarde. Oleg tenía los ojos castaños de su madre y era un niño muy bien educado. Sin embargo, a Brandhaug le molestó que la madre no quisiera dejar el tema de la citación, ni tampoco mandar a Oleg a la cama. Llegó incluso a sospechar que mantenía al chico como rehén en el sofá. A Brandhaug tampoco le gustaba que el chico lo mirase tan fijamente. Al final, Brandhaug comprendió que Roma no se construiría en un día, pero de todos modos, lo intentó cuando se encontraba en la puerta, ya a punto de irse. La miró fijamente a los ojos y dijo:

– No sólo eres una mujer bella, Rakel. También eres una persona muy valiente. Quiero que sepas que te aprecio muchísimo.

No estaba muy seguro de cómo interpretar su mirada pero, aun así, se atrevió a inclinarse y darle un beso en la mejilla. La reacción de ella fue algo ambigua. Su boca sonreía y le agradeció el cumplido, pero sus ojos parecían fríos cuando añadió:

– Siento haberte entretenido tanto rato, Brandhaug. Supongo que tu mujer te espera.

Su insinuación no había sido nada ambigua, así que decidió darle un par de días para pensar, pero no recibió ninguna llamada de Rakel Fauke. Sí, en cambio, una carta algo inesperada de la embajada rusa, en la que le reclamaban una respuesta. Brandhaug comprendió que, al dirigirse a ellos, había reavivado el caso de Oleg Fauke Gosev. Lamentable pero, ya que había sucedido, no vio razón alguna para no aprovecharse de ello. Llamó enseguida a Rakel a su oficina del CNI y la puso al corriente de las últimas novedades del caso.

Algunas semanas más tarde, se encontraba otra vez en la calle Holmenkollen, en el chalé de vigas de madera, más grandes y más oscuras aún que las del suyo. Pero en esta ocasión, después de que el niño se hubiese ido a la cama. Rakel parecía ahora mucho más relajada en su compañía. Hasta consiguió llevar la conversación a un plano más personal, por lo que no resultó demasiado llamativo el hecho de que comentase lo platónica que se había vuelto la relación entre él y su mujer y lo importante que era de vez en cuando olvidarse del cerebro y escuchar al cuerpo y al corazón, cuando se vio interrumpido por el sonido del timbre, tan repentino como inconveniente. Rakel fue a abrir la puerta y volvió con aquel tipo alto que llevaba la cabeza casi rapada y tenía los ojos enrojecidos. Rakel lo presentó como un colega del CNI y Brandhaug estaba seguro de haber oído su nombre con anterioridad, aunque no fue capaz de recordar cuándo o dónde. Inmediatamente, sintió que todo lo relacionado con aquel hombre le disgustaba. Le disgustó la interrupción en sí, el hecho de que el individuo estuviese ebrio, que se sentase en el sofá y, al igual que Oleg, lo mirase fijamente sin pronunciar una sola palabra. Pero lo que más lo irritó fue el cambio que advirtió en Rakel; en efecto, se le iluminó la cara, se apresuró a preparar café y se reía de buena gana ante las respuestas crípticas y monosilábicas de aquel sujeto, como si contuviesen sentencias geniales. Y, cuando le prohibió que volviese a su casa en su propio coche, advirtió una preocupación sincera en su voz. El único rasgo positivo que Brandhaug observó en aquel tipo fue su abrupta retirada y el hecho de que, a continuación, oyeran que arrancaba su coche, lo cual podría significar, en consecuencia, que cabía la posibilidad de que fuese lo bastante decente como para matarse en la carretera. El daño causado en la atmósfera que reinaba entre ellos antes de su llegada era irreparable y, al cabo de un rato, Brandhaug también se despidió, se metió en su coche y se marchó a casa. Entonces se acordó de su vieja creencia. Existen cuatro razones por las que los hombres deciden que tienen que conseguir a una mujer. Y la más importante es haber comprendido que ella prefiere a otro.

Al principio se quedó muy sorprendido, cuando al día siguiente llamó a Knut Meirik para preguntarle quién era aquel tipo alto y rubio, pero luego casi se echó a reír, porque resultó que era la misma persona que él había ascendido y colocado en el CNI. Ironías del destino, por supuesto, pero hasta el destino depende, en ciertos casos, del consejero del Real Ministerio de Asuntos Exteriores de Noruega. Cuando Brandhaug colgó el teléfono, ya estaba de mejor humor, se fue silbando por los pasillos para acudir a su próxima reunión y, en menos de setenta segundos, ya estaba en la sala.

Capítulo 61

COMISARÍA GENERAL DE POLICÍA

27 de Abril de 2000

Harry estaba en la puerta de su viejo despacho observando a un hombre joven y rubio que ocupaba la silla de Ellen. El joven estaba tan concentrado en su ordenador que no se dio cuenta de la presencia de Harry hasta que no lo oyó carraspear.

– ¿Así que tú eres Halvorsen? -preguntó Harry.

– Sí -contestó el joven con mirada inquisitiva.

– ¿De la comisaría de Steinkjer?

– Correcto.

– Harry Hole. Yo solía sentarme donde tú estás ahora, pero en la silla de al lado.

– Está rota.

Harry sonrió.

– Siempre ha estado rota. Bjarne Møller te pidió que comprobases un par de detalles en relación con el caso de Ellen Gjelten.

– ¿Un par de detalles? -dijo Halvorsen incrédulo-. Llevo tres días trabajando en ello.

Harry se sentó en su vieja silla, que había sido trasladada a la mesa de Ellen. Era la primera vez que veía el despacho desde su sitio.

– ¿Y qué has encontrado, Halvorsen?

Halvorsen frunció el entrecejo.

– No te preocupes -lo tranquilizó Harry-. Fui yo quien pidió esa información, puedes preguntarle a Møller si quieres.

De pronto, Halvorsen cayó en la cuenta.

– ¡Claro, tú eres Hole del CNI! Siento ser tan lento. -En su rostro se dibujó una gran sonrisa de niño grande-. Recuerdo aquel caso de Australia. ¿Cuánto hace de eso?

– Bastante. Como te decía…

– ¡Sí, la lista!

Dio con los nudillos en un montón de documentos obtenidos del ordenador.

– Aquí están todos los que han sido detenidos, acusados o condenados por agresiones graves durante los últimos diez años. Hay más de mil nombres. Esa parte era sencilla, el problema consiste en averiguar quién está rapado, esa información no figuraba en ningún sitio. Se pueden tardar semanas…