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Harry se retrepó en la silla.

– Entiendo. Pero el registro central de la policía tiene claves para los tipos de armas que se han utilizado. Haz una búsqueda según el tipo de arma empleada en la agresión y a ver cuántos quedan.

– A decir verdad, había pensado sugerirle lo mismo a Møller cuando vi la cantidad de nombres que había. La mayoría de los que aparecen en la lista han utilizado navajas, armas de fuego o simplemente las manos. Podría tener confeccionada una nueva lista dentro de unas horas.

Harry se levantó.

– Bien -dijo-. No recuerdo mi número interno, pero lo encontrarás en el listín de teléfonos. Y la próxima vez que tengas una buena sugerencia, no dudes en decirlo. Aquí en la capital no somos tan listos.

Halvorsen soltó una risita insegura.

Capítulo 62

CNI

2 de Mayo de 2000

La lluvia había estado azotando las calles toda la mañana hasta que, de improviso, el sol rompió con violencia la capa de nubes y, en un momento, el cielo quedó limpio. Harry estaba sentado con los pies encima de la mesa y las manos apoyadas en la nuca, fingiendo que pensaba en el rifle Märklin. Pero sus pensamientos habían huido por la ventana, hacia las calles recién lavadas por la lluvia que ahora olían a asfalto caliente y mojado, a las vías del tren, hasta lo más alto de Holmenkollen, donde todavía se veían manchas grises de nieve en las sombras del bosque de abetos y donde Rakel, Oleg y él habían saltado por los primaverales senderos embarrados, intentando evitar los charcos más profundos. Harry recordaba vagamente que él también había hecho ese tipo de excursiones domingueras cuando tenía la edad de Oleg. Cuando las excursiones eran muy largas y él y Søs se quedaban atrás, su padre iba dejando trozos de chocolate en las ramas más bajas. Søs aún creía que el chocolate Kvikklusj crecía en los árboles.

Oleg no habló mucho con Harry durante sus dos primeras visitas. Pero no importaba. Harry tampoco sabía de qué hablar con Oleg. En cualquier caso, la timidez de ambos empezó a disiparse cuando Harry descubrió que Oleg tenía el Tetris en su Gameboy. Sin piedad ni vergüenza, Harry jugó lo mejor posible y le ganó a aquel niño de seis años por más de cuarenta mil puntos. Después de aquello, Oleg empezó a preguntarle cosas, como por qué la nieve era blanca y otras cosas que ponen a cavilar a los adultos obligándolos a concentrarse tanto que olvidan su timidez. El domingo anterior, Oleg había descubierto una liebre con pelaje de invierno y echó a correr delante de ellos; entonces, Harry cogió la mano de Rakel. Estaba fría por fuera y caliente por dentro. Ella ladeó la cabeza y le sonrió mientras balanceaba el brazo hacia delante y hacía atrás, como diciendo: «estamos jugando a ir de la mano, esto no va en serio». Se dio cuenta de que, cuando alguien se acercaba, se ponía un poco tensa, de modo que la soltó. Después, merendaron chocolate en el restaurante de Frognerseteren, y Oleg preguntó por qué había primavera.

Harry invitó a Rakel a cenar. Era la segunda vez. La primera vez que lo hizo, Rakel le dijo que se lo pensaría y, poco después, llamó para rechazar la invitación. También en esta ocasión dijo que se lo pensaría, pero no le había dicho que no, de momento.

Sonó el teléfono. Era Halvorsen. Parecía adormilado y le explicó que acababa de levantarse de la cama.

– He comprobado setenta de las ciento dos personas de la lista sospechosas de haber utilizado un arma contundente en relación con una agresión grave -le explicó-. Hasta ahora he encontrado a ocho rapados.

– ¿Cómo los encontraste?

– Los llamé por teléfono. Es increíble la cantidad de gente que está en su casa a las cuatro de la madrugada.

Halvorsen soltó una risita insegura, al ver que Harry no hacía el menor comentario.

– ¿Los has llamado uno por uno? -preguntó Harry.

– Sí, eso es -dijo Halvorsen-. A casa o al móvil. Es increíble cuánta gente tiene…

Harry lo interrumpió:

– ¿Les pediste a esos delincuentes violentos que fuesen tan amables de proporcionarle a la policía una descripción actualizada de sí mismos?

– No exactamente. Les dije que estábamos buscando a un sospechoso de cabello rojo y largo y les pregunté si se habían teñido el pelo últimamente -aclaró Halvorsen.

– No te sigo.

– A ver, si tú estuvieses rapado, ¿qué contestarías a esa pregunta?

– ¡Ah! -exclamó Harry-. Ya veo que en Steinkjer sois muy listos.

Una vez más, la misma risita insegura.

– Mándame la lista por fax -le pidió Harry.

– Te la mandaré en cuanto me la devuelvan.

– ¿Cuando te la devuelvan?

– Sí, uno de los oficiales de este grupo. Estaba esperándome cuando llegué y parecía que la necesitaba con urgencia.

– Yo creía que ahora sólo trabajaban en el caso Gjelten los de KRIPOS -dijo Harry.

– Parece que no.

– ¿Quién era?

– Creo que se llama Vågen, o algo así -vaciló Halvorsen.

– No hay ningún Vågen en el grupo de delitos violentos. ¿No sería Waaler?

– ¡Eso es! -afirmó Halvorsen antes de añadir, algo avergonzado-: ¡Son tantos nombres nuevos…!

Harry tenía ganas de echarle un rapapolvo al joven oficial por entregar material de investigación a alguien cuyo nombre ni siquiera conocía, pero pensó que no era el momento más indicado para dejarse caer con una crítica. Después de tres noches seguidas trabajando en el caso, lo más probable era que el chico estuviese a punto de desmayarse.

– Buen trabajo -dijo Harry.

Y ya iba a colgar cuando el joven exclamó:

– ¡Espera! ¡Tu número de fax!

Harry miró por la ventana. Las nubes habían empezado a arracimarse de nuevo sobre la colina de Ekeberg.

– Lo encontrarás en el listín de teléfonos -le dijo.

Apenas había colgado el auricular, cuando volvió a sonar el teléfono. Era Meirik, que le pidió que acudiese a su despacho enseguida.

– ¿Cómo va el informe de los neonazis? -preguntó en cuanto Harry apareció en el umbral de la puerta.

– Mal -contestó Harry sentándose en la silla. La pareja real noruega lo miraba desde la foto que había colgada por encima de la cabeza de Meirik-. La E del teclado se ha atascado -añadió Harry.

Meirik sonrió tan forzadamente como el hombre de la foto y le pidió a Harry que, de momento, se olvidase del informe.

– Te necesito para otra cosa. El jefe de información de la Organización Sindical Nacional acaba de llamarme. La mitad de la directiva ha recibido hoy amenazas de muerte por fax. Todas ellas con la firma «88», una representación críptica del saludo «Heil Hitler». No es la primera vez, pero ha llegado a oídos de la prensa. Y ya han empezado a llamarnos. Hemos podido seguir el rastro del remitente hasta un fax público de Klippan. De ahí que debamos tomar las amenazas en serio.

– ¿Klippan?

– Un lugar a treinta kilómetros al este de Helsingborg. Dieciséis mil habitantes y el peor foco neonazi de Suecia. Allí hay familias que han sido nazis desde los años treinta. Muchos de los neonazis noruegos peregrinan hasta allí para ver y aprender. Quiero que hagas la maleta, Harry.

Harry tuvo un desagradable presentimiento.

– Te enviamos allí para observar, Harry. Debes ponerte en contacto con ellos. Te procuraremos otra ocupación, otra identidad y los demás detalles más adelante. Prepárate para permanecer allí una temporada. Nuestros colegas suecos ya te han buscado un lugar para vivir.

– ¿Me enviáis allí para observar? -repitió Harry. No daba crédito a lo que oía-. No sé nada de observación y seguimiento, Meirik. Soy investigador. ¿O es que lo has olvidado?

La sonrisa de Meirik parecía ya cansina.

– Aprendes rápido, Harry, no es muy difícil. Tómalo como una experiencia interesante y útil.