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Descolgó la cadena del clavo y se la puso alrededor del cuello, por encima de la chaqueta.

– Otra alternativa habría sido «resolver» el caso rápidamente yo mismo, pegarte un tiro durante la detención y procurar que pareciese que habías ofrecido resistencia. El problema con esta solución era que habrían podido sospechar de la extraordinaria competencia de una persona capaz de resolver el caso por sí sola. Alguien podría empezar a darle vueltas, máxime cuando esa persona es la última que vio a Ellen Gjeiten con vida.

Guardó silencio y soltó una carcajada.

– ¡No pongas esa cara de miedo, Olsen! Te digo que ésas son las alternativas que deseché. Lo que hice fue quedarme al margen, mantenerme informado sobre la investigación y ver cómo estrechaban el cerco a tu alrededor. Mi plan era meterme en el juego cuando se acercasen demasiado, tomar el relevo y encargarme yo mismo de la última etapa. Por cierto que fue un borracho que ahora trabaja en el CNI quien dio con tu pista.

– ¿Eres… eres policía?

– ¿Me sienta bien? -preguntó el Príncipe señalando la Cruz de Hierro-, Olvídalo. Yo soy un soldado como tú, Olsen. Un barco ha de tener los maderos bien sellados, de lo contrario, se hundiría a la menor fuga de agua. ¿Sabes lo que habría pasado si te hubiese revelado mi identidad?

Sverre tenía seca la boca y la garganta y apenas si podía tragar saliva. Tenía miedo. Mucho miedo.

– No habría podido permitir que salieses vivo de esta habitación. ¿Lo comprendes?

– Sí -dijo Sverre con voz ronca-. M… mi dinero…

El Príncipe metió la mano en el interior de su chaqueta de piel y sacó una pistola.

– ¡No te muevas!

Se acercó a la cama, se sentó al lado de Sverre y apuntó a la puerta mientras agarraba el arma con las dos manos.

– Es una pistola Glick, el arma corta más segura del mundo. Me llegó ayer de Alemania. Le han eliminado el número de serie. Su valor en la calle es de unas ocho mil coronas. Considéralo como el primer plazo del pago.

Sverre se sobresaltó al oír la detonación. Miró atónito el pequeño agujero que se había abierto en la pared, sobre la puerta. En el rayo de sol que se filtró como un láser por el orificio atravesando la habitación, bailaban las partículas de polvo.

– ¡Tócala! -lo exhortó el Príncipe dejando caer la pistola en el regazo de Sverre. Después, se levantó y se encaminó hacia la puerta-. Sujétala con firmeza. Un equilibrio perfecto, ¿verdad?

Sverre sujetó la culata. Con apatía. Notó que el sudor le había empapado la camiseta. «Hay un agujero en la pared». No podía pensar en otra cosa. Que la bala había hecho otro agujero y que todavía no habían conseguido llamar a alguien para que lo arreglase. Entonces, pasó lo que tanto temía. Y cerró los ojos.

– ¡Sverre!

Su madre parecía estar a punto de ahogarse. Agarró la pistola con fuerza. Siempre parecía estar a punto de ahogarse. Volvió a abrir los ojos y, junto a la puerta, vio que el Príncipe se volvía como a cámara lenta; vio que alzaba los brazos y que sostenía un negro y reluciente Smith & Wesson en las manos.

– ¡Sverre!

Una llamarada amarilla salió despedida del cañón. Se la imaginaba allí, al pie de la escalera. Pero en ese momento, la bala lo alcanzó, penetró por la frente para salir por el cogote, llevándose por delante el «Heil» del tatuaje. Entró luego por la pared, atravesando el aislante, antes de detenerse en la plancha de revestimiento del muro exterior.

Pero para entonces Sverre Olsen ya estaba muerto.

Capítulo 6 4

CALLE KROKELIVEIEN

2 de Mayo de 2000

Harry había mendigado una taza de café en un vaso de cartón de uno de los termos del grupo de la policía científica. Estaba en la calle, delante de la pequeña casa, bastante fea, por cierto, de la calle Krokeliveien, en Bjerke, y observaba a un joven oficial que, subido a una escalera que había apoyada contra la pared, se disponía a marcar el agujero por el que había pasado la bala. Ya habían empezado a congregarse algunos curiosos y, para evitar que se acercasen demasiado, habían acordonado la casa. El sol de la tarde caía directamente sobre el hombre que había subido a la escalera, pero la casa estaba en una hondonada del terreno y en el lugar donde se encontraba Harry empezaba a hacer frío.

– ¿Así que llegaste justo después de que hubiese ocurrido? -oyó que preguntaba alguien a su espalda.

Cuando se volvió, vio que era Bjarne Møller. Cada día frecuentaba menos los escenarios de delitos, pero Harry había oído decir que Møller era un buen investigador. Había incluso quien insinuaba que debían haberlo dejado seguir con ello. Harry le ofreció el vaso de café, pero Møller negó con un gesto.

– Sí, parece ser que llegué sólo cuatro o cinco minutos después -confirmó Harry-. ¿Quién te lo ha dicho?

– La central de alarmas. Me dijeron que habías llamado pidiendo refuerzos justo después de que Waaler llamase para informar del tiroteo.

Harry señaló con la cabeza hacia el coche deportivo rojo que estaba estacionado delante de la verja.

– Cuando llegué vi el coche pijo de Waaler. Sabía que su intención era venir aquí, así que no me sorprendió. Pero cuando salí del coche oí un aullido terrible. Al principio pensé que se trataba de un perro del vecindario pero, cuando eché a andar camino arriba, comprendí que el sonido venía del interior de la casa y que no era un perro, sino una persona. No quería correr ningún riesgo, así que llamé pidiendo un coche a la comisaría de Økern.

– ¿Era la madre?

Harry asintió.

– Estaba histérica. Tardaron casi media hora en tranquilizarla lo suficiente para que dijera algo inteligible. Weber está ahora en el salón hablando con ella.

– ¿El viejo y sensible Weber?

– Weber es bueno. Es un cascarrabias en el trabajo, pero es realmente bueno con la gente en estas situaciones.

– Lo sé, estaba de broma. ¿Qué dice Waaler?

Harry se encogió de hombros.

– Comprendo -dijo Møller-. Es un tío muy frío. Eso es bueno. ¿Entramos a echar un vistazo?

– Yo ya lo he hecho.

– Entonces hazme una visita guiada.

Se abrieron camino hasta el segundo piso sin dejar de saludar entre murmullos a colegas a los que no había visto en mucho tiempo.

El dormitorio estaba abarrotado de especialistas de la policía científica vestidos de blanco, y los flashes de los fotógrafos relampagueaban sin cesar. Sobre la cama había un gran plástico negro donde habían dibujado en blanco una silueta.

Møller recorrió las paredes con la mirada.

– ¡Dios mío! -murmuró.

– Sverre Olsen no era votante del Partido Laborista -comentó Harry.

– ¡No toques nada, Bjarne! -gritó un inspector de la científica al que Harry reconoció-. ¿Recuerdas lo que pasó la última vez?

Møller lo recordaba, obviamente, pues se echó a reír.

– Sverre Olsen estaba sentado en la cama cuando Waaler entró -comenzó Harry-. Según Waaler, él estaba junto a la puerta preguntándole a Olsen dónde estuvo la noche en que mataron a Ellen. Olsen fingió no recordar la fecha, así que Waaler siguió preguntando hasta que quedó claro que Olsen no tenía coartada. Según Waaler, él le dijo a Olsen que tendría que acompañarlo a la comisaría para prestar declaración y fue entonces cuando, de repente, Olsen sacó el revólver que, al parecer, tenía escondido debajo de la almohada. Disparó y la bala pasó por encima del hombro de Waaler, atravesando la puerta, aquí tienes el agujero, y luego continuó su trayectoria atravesando también el techo del pasillo. Según Waaler, él sacó su arma reglamentaria antes de que Olsen pudiese disparar otra vez.