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– Rápida actuación. Y buena puntería, según me han dicho.

– Sí, directamente en la frente -confirmó Harry.

– Bueno, quizá no sea tan extraño. Waaler obtuvo el mejor resultado en las pruebas de tiro de este otoño.

– Te olvidas de mis resultados -puntualizó Harry secamente.

– ¿Cómo lo ves, Ronald? -gritó Møller dirigiéndose al inspector de blanco.

– Sin problemas, creo. -El inspector se levantó enderezando la espalda con un quejido-. Encontramos la bala que mató a Olsen detrás de la plancha de revestimiento. La que atravesó la puerta siguió a través del techo. Ya veremos si la encontramos también, para que los chicos de balística tengan algo con que entretenerse mañana. Por lo menos el ángulo de tiro coincide.

– Bien, gracias.

– No hay de qué, Bjarne. ¿Cómo sigue tu mujer?

Møller explicó cómo se encontraba su mujer, no se molestó en preguntar por la mujer del inspector pero, por lo que sabía Harry, cabía la posibilidad de que el inspector no tuviese esposa. El año anterior, cuatro de los chicos de la científica se separaron en el mismo mes. En la cantina hicieron algún que otro chiste diciendo que sería por el olor a cadáver…

Fuera, ante la casa, vieron a Weber. Estaba solo, con una taza de café en la mano y observaba al hombre que estaba en la escalera.

– ¿Qué tal ha ido, Weber? -se interesó Møller.

Weber los miró con ios ojos medio cerrados, como si intentase averiguar si tenía ganas de contestar.

– No planteará problemas -aseguró volviendo de nuevo la vista al hombre de la escalera-. Por supuesto que dijo que no lo entendía, que su hijo no soportaba ver sangre y todo lo demás, pero no creo que tengamos problemas para determinar lo que ocurrió aquí realmente.

– Ya. -Møller tomó a Harry por el codo-. Demos una vuelta.

Bajaron paseando por la calle. Era una zona residencial de casas pequeñas, jardines diminutos y algunos bloques de pisos al final. Unos niños con las caras enrojecidas por el esfuerzo pasaron a su lado en sus bicicletas, en dirección a los coches policiales que tenían las luces azules encendidas. Møller esperó hasta que se alejaron un poco, para que no pudiesen oírlo.

– No pareces muy satisfecho de que hayamos atrapado a quien mató a Ellen -observó.

– No, no estoy satisfecho. En primer lugar, aún no sabemos si fue Sverre Olsen. El análisis de ADN…

– El análisis de ADN nos confirmará que fue él. ¿Qué pasa, Harry?

– Nada, jefe.

Møller se detuvo.

– ¿De verdad?

– De verdad.

El jefe señaló hacia la casa con un gesto.

– ¿Es porque piensas que una bala rápida es un castigo demasiado leve para Olsen?

– ¡Te digo que no es nada! -repitió Harry con vehemencia.

– ¡Desembucha! -gritó Møller entonces.

– ¡Sólo que me parece jodidamente extraño!

Møller frunció el entrecejo.

– ¿Qué te resulta tan extraño?

– Un policía con tanta experiencia como Tom Waaler… -Harry bajó la voz y habló despacio, enfatizando cada palabra-. Es extraño que decidiera venir sólo para hablar con un sospechoso de asesinato y, quizá, detenerlo. Esa conducta contraviene todas las normas escritas y tácitas.

– ¿Entonces, qué insinúas? ¿Que Tom Waaler lo provocó? ¿Crees que hizo que Olsen sacara el arma para así poder vengar a Ellen, es eso? Y por esa razón, en la casa, decías «según Waaler esto y según Waaler aquello», dando a entender que los policías no debemos fiarnos de la palabra de un colega. Y todo eso, mientras te escuchaba la mitad del grupo de la policía científica.

Se miraron fijamente. Møller era casi tan alto como Harry.

– Sólo digo que es muy raro -insistió Harry volviéndose-. Eso es todo.

– ¡Ya basta, Harry! No sé si seguiste a Waaler hasta aquí porque sospechabas que podía ocurrir algo así, lo que sé es que no quiero oír nada más. La verdad es que no quiero oír ni una jodida palabra tuya que insinúe nada. ¿Entendido?

Harry contempló la casa amarilla de la familia Olsen. Era más pequeña que las demás y no tenía un seto tan alto como las otras casas de aquella calle residencial tan tranquila. Los setos de los otros hacían que ésta, más fea, pareciese desprotegida, como si las casas vecinas quisieran excluirla. Olía intensamente a broza quemada y el viento traía y llevaba la voz lejana y metálica de los altavoces del hipódromo de Bjerke.

Harry se encogió de hombros.

– Lo siento. Yo…, ya sabes.

Møller le puso una mano en el hombro.

– Era la mejor. Ya lo sé, Harry.

Capítulo 65

RESTAURANTE SCHRØDER

2 de mayo de 2000

El viejo estaba leyendo el diario Aftenposten. Ya había llegado a la hípica cuando se dio cuenta de que la camarera esperaba junto a su mesa.

– Hola -saludó la mujer colocando ante él la cerveza.

Como de costumbre, él no contestó, sino que la miró mientras contaba el cambio. La camarera tenía una edad indefinible, pero él calculaba que estaría entre los treinta y cinco y los cuarenta. Por su aspecto se diría que había aprovechado esos años tanto o más que la clientela a la que servía. Tenía, no obstante, una agradable sonrisa. El viejo sospechaba que no era de las que se asustaban fácilmente, que aguantaría bien cualquier envite. La mujer se marchó y él tomó su primer sorbo mientras dejaba vagar la mirada por el local.

Echó una ojeada al reloj. Se levantó y se dirigió al teléfono público que había al fondo del local, introdujo tres monedas de una corona, marcó el número y esperó. Después de tres tonos de llamada, contestaron y el viejo oyó su voz:

– Casa de los Juul.

– ¿Signe?

– Sí.

Su voz denotaba que estaba asustada, que sabía quién llamaba. Aquélla era la sexta vez, de modo que lo más probable era que estuviese esperando su llamada.

– Soy Daniel -dijo él.

– ¿Quién eres? ¿Qué quieres? -se la oyó jadear al otro lado.

– Ya te he dicho que soy Daniel. Sólo quiero que repitas lo que dijiste aquella vez. ¿Te acuerdas?

– Tienes que dejarlo. Daniel está muerto.

– Ten fe hasta en la muerte, Signe. No hasta la muerte, sino en la muerte.

– Voy a llamar a la policía.

Entonces el anciano colgó, cogió su sombrero y su abrigo y salió despacio a la calle, donde brillaba el sol. En la colina Sankthanshaugen habían empezado a brotar los primeros capullos. Ya faltaba poco.

Capítulo 66

RESTAURANTE DINNER

5 de Mayo de 2000

La risa de Rakel penetró en el ruido de voces, cubiertos y el trajinar de los camareros en el restaurante, que estaba abarrotado de comensales.

– …y casi sentí miedo cuando vi que había un mensaje en el contestador -explicó Harry-. Ya sabes, el parpadeo luminoso de esa especie de ojo diminuto y luego, tu voz de ordeno y mando que llenó la sala de estar.

Acto seguido, la imitó con voz grave:

– «Soy Rakel. El viernes a las ocho en Dinner. Acuérdate de ir bien vestido y de traer la cartera.» Helge se asustó; tuve que dejarle comer mazorca de mijo dos veces para que se calmara.

– ¡Yo no dije tal cosa! -protestó ella entre risas.

– Bueno, algo parecido.

– ¡No! Y, además, es culpa tuya y del mensaje que tienes en el contestador.

Rakel intentó hablar con la misma voz profunda que Harry:

– «Hole. Háblame.» Es tan…, tan…

– ¿Típico de mí?

– Eso es.

Había sido una cena perfecta, una noche perfecta, y ahora había llegado el momento de estropearlo, se decía Harry.

– Meirik me ha ordenado que me vaya a Suecia en misión de observación -comenzó manoseando el vaso de agua-. Durante seis meses. Me voy después del fin de semana.