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– ¿Ah, sí?

A Harry le sorprendió que su rostro no dejase traslucir reacción alguna.

– Ya he llamado a Søs y a mi padre para contárselo -continuó-. Mi padre me contestó e incluso me deseó suerte.

– Eso está bien -aprobó Rakel con una sonrisa pero atenta al menú de postres.

– Oleg te echará de menos -añadió en voz baja.

Harry la miró, pero no logró captar su mirada.

– ¿Y tú? -preguntó.

Una leve sonrisa se dibujó en el semblante de Rakel.

– Tienen Banana Split a la Szechuan -dijo.

– Pide dos.

– Yo también te voy a echar de menos -contestó al fin, sin dejar de mirar el menú.

– ¿Cuánto?

Se encogió de hombros.

Él repitió la pregunta. Rakel tomó aire como para decir algo, lo soltó…, y empezó de nuevo. Finalmente, le dijo:

– Lo siento, Harry, pero en estos momentos sólo hay sitio para un hombre en mi vida. Un hombre pequeño de seis años.

Harry tuvo la sensación de que le echaban un jarro de agua helada en la cabeza.

– Venga -dijo Harry-. No puedo estar tan equivocado.

Ella dejó de estudiar el menú y lo miró inquisitivamente.

– Tú y yo… -comenzó Harry inclinándose hacia delante-. Estamos flirteando esta noche. Lo estamos pasando bien juntos. Pero yo creo que queremos algo más. Tú quieres algo más.

– Puede ser.

– Puede ser, no. Seguro. Tú lo quieres todo.

– ¿Y qué?

– ¿Y qué? Eres tú quien ha de contestar a esa pregunta, Rakel. Dentro de unos días me iré a un pueblucho del sur de Suecia. No soy un hombre mimado por la suerte, sólo quiero saber si, cuando vuelva este otoño, tendré algo a lo que volver.

Sus miradas se encontraron y, en esta ocasión, él logró que ella le sonriese.

– Lo siento. No es mi intención comportarme así. Sé que esto te sonará raro, pero…, la alternativa no es viable.

– ¿Qué alternativa?

– Hacer lo que tengo ganas de hacer. Llevarte a mi casa, quitarte toda la ropa y hacer el amor contigo toda la noche.

Susurró lo último bajito y rápido. Como si se hubiese adelantado a decir algo que tenía pensado dejar para más adelante; pero ya estaba dicho. Y había que decirlo justo así, sin rodeos.

– ¿Y por qué no alguna otra noche más? -preguntó Harry-. ¿O varias noches? ¿Qué me dices de mañana noche y la siguiente noche y la semana que viene y…?

– Ya basta, Harry. No puede ser.

– Está bien, pues no.

Harry sacó otro cigarrillo y lo encendió. Rakel le acarició la mejilla, la boca. Aquel suave roce sacudió su interior como un calambre dejando un dolor mudo al desaparecer.

– No es por ti, Harry. Por un instante, creí que podría hacerlo una sola vez. He repasado todos los argumentos. Dos personas adultas. Ningún tercero implicado. Una relación sin compromiso y todo muy sencillo. Y un hombre al que deseo más que a nadie desde…, desde el padre de Oleg. Por eso sé que no será suficiente con una vez. Y eso, simplemente, no puede ser.

Guardó silencio.

– ¿Es porque el padre de Oleg es alcohólico? -preguntó Harry.

– ¿Por qué preguntas eso?

– No lo sé. Eso podría explicar que no quieras nada más conmigo. No es que sea preciso haber estado con otro borracho para saber que soy un mal partido, pero…

Rakel tomó su mano y se apresuró a corregirlo:

– No eres un mal partido, Harry. No es eso.

– ¿Entonces qué es?

– Ésta es la última vez. Eso es. Es la última vez que salimos.

Él se quedó mirándola un buen rato. Y entonces, se dio cuenta. No eran lágrimas de risa lo que brillaba en sus ojos.

– ¿Y qué me dices del resto de la historia? -le preguntó intentando sonreír-. ¿No me dirás que es como en el CNI, «sólo sabrás lo que necesitas saber»?

Ella afirmó con un gesto.

El camarero se acercó a su mesa pero, al parecer, comprendió que no era el momento oportuno para interrumpir y volvió a marcharse.

Ella abrió la boca para decir algo. Harry vio que estaba a punto de llorar, que se mordía el labio inferior. De repente, dejó la servilleta sobre el mantel, empujó hacia atrás la silla, se levantó y, sin mediar palabra, se marchó del restaurante. Harry se quedó mirando la servilleta. Debía de haberla estado arrugando con la mano un buen rato, porque parecía una pelota. Harry la observó mientras se abría despacio, como una flor de papel blanco.

Capítulo 67

APARTAMENTO DE HALVORSEN

6 de Mayo de 2000

Cuando el timbre del teléfono despertó al oficial Halvorsen, los dígitos luminosos de la pantalla de su despertador señalaban la una y veinte de la madrugada.

– Soy Hole. ¿Estabas durmiendo?

– No -mintió Halvorsen sin saber por qué.

– Quería hacerte unas preguntas sobre Sverre Olsen.

A juzgar por el sonido de su respiración y el bullicio del tráfico de fondo, parecía que Harry iba andando por la calle.

– Sé lo que quieres saber -aseguró Halvorsen-. Sverre Olsen compró unas botas Combat en Top Secret, en la calle Henrik Ibsen. Lo reconocieron por la foto y nos dijeron hasta la fecha. Resultó que los de KRIPOS habían estado allí comprobando su coartada para el caso de Hallgrim Dale, antes de Navidad. Pero toda esta información te la envié por fax a tu despacho esta mañana.

– Lo sé, vengo de allí.

– ¿Ahora? ¿No salías a cenar esta noche?

– Bueno. La cena acabó bastante pronto.

– ¿Y después te fuiste al trabajo? -preguntó Halvorsen, incrédulo.

– Sí, eso parece. Y ha sido tu fax lo que me ha puesto a cavilar. ¿Podrías comprobar un par de cosas más mañana?

Halvorsen lanzó un suspiro. En primer lugar, Møller le había advertido, en términos imposibles de malinterpretar, que Harry Hole estaba totalmente fuera del caso de Ellen Gjelten. En segundo lugar, al día siguiente era sábado y él libraba.

– ¿Estás ahí, Halvorsen?

– Sí, sigo aquí.

– Ya me figuro lo que te habrá dicho Møller. No hagas caso. Te estoy dando la oportunidad de profundizar en tu aprendizaje sobre el trabajo de investigación.

– Harry, el problema es que…

– Calla y escucha, Halvorsen.

Halvorsen lanzó para sí una maldición… y obedeció.

Capítulo 68

CALLE VIBE

8 de Mayo de 2000

Harry colgó su chaqueta en un perchero sobrecargado que había en el pasillo. El olor a café recién hecho llegaba hasta la entrada.

– Gracias por recibirme con tanta rapidez, Fauke.

– No hay de qué -gruñó Fauke desde la cocina-. Para un hombre de edad como yo es un placer ser útil. Si es que puedo ayudar.

Sirvió café en dos grandes tazas y se sentaron a la mesa de la cocina. Harry pasó las yemas de los dedos por la áspera superficie oscura de la pesada mesa de roble.

– Es de Provenza -explicó Fauke-. A mi esposa le gustaban los muebles rústicos franceses.

– Una mesa magnífica. Tu esposa tenía buen gusto.

Fauke sonrió.

– ¿Estás casado, Hole? ¿No? ¿Ni lo has estado? No deberías esperar demasiado, ¿sabes? La gente que vive sola se vuelve maniática -dijo riéndose-. Sé lo que digo. Yo había cumplido los treinta cuando me casé. Y ya era tarde. Mayo de 1955.

Señaló una de las fotos que colgaban de la pared, encima de la mesa de la cocina.

– ¿De verdad que ésa es tu esposa? -preguntó Harry-. Creí que era Rakel.

– Sí, claro -dijo después de mirar a Harry sorprendido-. Se me olvidaba que vosotros os conocéis del CNI.

Entraron en el salón, donde Harry observó que los montones de papeles habían crecido desde la última vez, de modo que ahora ocupaban todas las sillas, a excepción de la del escritorio. Fauke hizo algo de sitio en la mesa del salón, que estaba atestada de archivadores.