– ¿Averiguaste algo acerca de los nombres que te di? -preguntó.
Harry le hizo un resumen de lo sucedido.
– De todos modos, ahora hay algún elemento nuevo -advirtió-. Han matado a una oficial de policía.
– Sí, lo leí en el periódico.
– Es probable que el caso esté resuelto, sólo esperamos los resultados de una prueba de ADN. ¿Tú crees en las casualidades, Fauke?
– No mucho.
– Yo tampoco. Por eso he empezado a hacerme ciertas preguntas, porque he observado que las mismas personas aparecen en asuntos que, a primera vista, no guardan relación entre sí. La misma noche que la oficial Ellen Gjelten fue asesinada, me dejó el siguiente mensaje en mi contestador: «Ya lo tenemos».
– ¿Citando a Johan Borgen? [20]
– ¿Qué? Ah, ya…, no lo creo. Ella colaboraba conmigo en la búsqueda del contacto que el vendedor del Märklin había tenido en Johannesburgo. Por supuesto, puede que no exista relación alguna entre esa persona y el asesino, pero es fácil pensar que sí. Sobre todo, si tenemos en cuenta que Ellen parecía tener mucha prisa por localizarme. Yo llevaba semanas trabajando en este caso y, aun así, ella hizo varios intentos de dar conmigo esa misma noche, como si no pudiese esperar. Además, parecía muy nerviosa, como si se sintiese amenazada.
Harry apoyó el índice en la mesa.
– Una de las personas que figuraban en tu lista, Hallgrim Dale, fue asesinado este otoño. En el lugar donde lo hallaron había, entre otras cosas, restos de vómito. Al principio no lo relacionamos con el asesinato, ya que el grupo sanguíneo no coincidía con el de la víctima y el perfil de un asesino frío y profesional no concordaba con una persona que vomita en el lugar del crimen. Pero por supuesto, la KRIPOS no descartó por completo que se tratase del vómito del asesino y envió una muestra de saliva para que le hicieran un análisis de ADN. Esta mañana, un colega comparó el resultado de esas pruebas con las del ADN de la gorra que encontramos en el lugar del crimen de la oficial de policía. Son idénticas.
Harry guardó silencio y miró a su interlocutor.
– Entiendo -dijo Fauke-. Crees que se trata del mismo asesino.
– No, no lo creo. Pero sí que hay una conexión entre los asesinatos, que no es una casualidad que Sverre Olsen se encontrara cerca del lugar donde se perpetraron ambos.
– ¿Por qué no puede ser él el autor de los dos?
– Por supuesto que cabe la posibilidad, pero hay una diferencia fundamental entre los actos de violencia cometidos por Sverre Olsen con anterioridad y el asesinato de Hallgrim Dale. ¿Alguna vez has visto las lesiones que un bate puede causarle a una persona? La madera no es cortante, fractura los huesos y hace que revienten los órganos internos como el hígado y los ríñones. La piel, en cambio, suele permanecer intacta y la víctima muere, por lo general, debido a las hemorragias internas. A Hallgrim Dale le cortaron la aorta por el cuello. Con ese método, la sangre brota a borbotones. ¿Comprendes?
– Sí, pero no entiendo adonde quieres llegar con tu explicación.
– Resulta que la madre de Sverre Olsen le dijo a uno de nuestros agentes que Sverre no soportaba ver sangre.
Fauke cesó a medio camino el movimiento de llevarse la taza a la boca y volvió a dejarla en la mesa.
– Sí, pero…
– Sé lo que piensas, que aun así podría haberlo hecho y, puesto que no soportaba la sangre, vomitó. Sin embargo, es importante recordar que no era la primera vez que el asesino utilizaba una navaja. De hecho, según el informe del forense, había practicado un corte quirúrgico perfecto, que sólo puede efectuar alguien que sabe lo que hace.
Fauke asintió despacio con la cabeza.
– Ahora sí comprendo lo que quieres decir -convino Fauke.
– Pareces pensativo -comentó Harry.
– Creo que sé por qué has venido. Quieres saber si es posible que alguno de los combatientes del frente de Sennheim cometiese un asesinato de esas características.
– Exacto. Y bien, ¿lo es?
– Sí, es posible. -Fauke rodeó la taza con ambas manos, con la mirada perdida-. El hombre al que no pudiste encontrar, Gudbrand Johansen. Ya te expliqué por qué lo llamábamos Petirrojo.
– ¿Podrías contarme algo más sobre él?
– Sí. Pero vamos a necesitar más café.
Capítulo 69
CALLE IRISVEIEN
8 de Mayo de 2000
– ¿Quién es? -gritó desde el interior una voz débil y temerosa.
Harry adivinó su silueta a través del cristal rugoso.
– Soy Hole. Llamé antes de venir…
La puerta se entreabrió.
– Lo siento, yo…
– No pasa nada, lo comprendo.
Signe Juul abrió la puerta del todo y Harry entró en el vestíbulo.
– Even ha salido -se disculpó con una sonrisa.
– Sí, eso dijiste por teléfono -recordó Harry-. Pero es contigo con quien quiero hablar.
– ¿Conmigo?
– Si no te parece mal, señora Juul.
La anciana lo guió por el pasillo. Llevaba el cabello, vigoroso y de color acerado, recogido en un moño trenzado y sujeto con una horquilla anticuada. Su cuerpo orondo y bamboleante hacía pensar en un regazo acogedor y en buena comida casera.
Burre levantó el hocico cuando entraron en la sala de estar.
– ¿Así que tu marido se ha ido a pasear solo? -preguntó Harry.
– Sí, no lo dejan entrar con Burre en el café -explicó la mujer-. Siéntate, por favor.
– ¿El café?
– Ha empezado a ir hace poco. Para leer los periódicos. Dice que piensa mejor cuando no está todo el tiempo en casa.
– Seguro que tiene razón.
– Seguro. Y, además, puede soñar un poco, supongo.
– ¿A qué te refieres?
– Bueno, yo qué sé. Uno puede soñar que es joven otra vez y está tomando café en una terraza de París o Viena -aclaró ella una vez más con su sonrisa fugaz y como de disculpa-. Bueno, a propósito de café…
– Sí, gracias.
Mientras Signe Juul iba a la cocina, Harry observó detenidamente las paredes. Sobre la chimenea había un retrato de un hombre con un abrigo negro. A Harry le había pasado inadvertido la última vez que estuvo allí. El hombre del abrigo negro tenía una pose dramática, parecía estar oteando horizontes lejanos, fuera del alcance de la vista del pintor. Harry se acercó al cuadro. En la plaquita de cobre que había en la parte inferior del marco se leía: «Médico jefe Kornelius Juul 1885-1959».
– Es el abuelo de Even -aclaró Signe Juul, que volvía de la cocina con una bandeja.
– Ya veo. Tenéis muchos retratos.
– Sí -afirmó la mujer dejando la bandeja en la mesa-. El que hay junto a ése es el retrato del abuelo materno de Even, el doctor Werner Schumann. Fue, en 1885, uno de los fundadores del hospital Ullevål.
– ¿Y ése?
– Jonas Schumann. Director del Rikshospitalet.
– ¿Y tu familia?
La mujer lo miró algo confusa.
– ¿Qué quieres decir?
– ¿Dónde están los retratos de tus familiares?
– Ellos…, están colgados en otro sitio. ¿Leche?
– No, gracias.
Harry volvió a sentarse.
– Quería hablarte de la guerra -comenzó.
– ¡Ay, no! -exclamó ella.
– Te comprendo, pero es importante. ¿De acuerdo?
– Ya veremos -advirtió Signe Juul mientras se servía una taza.
– Tu fuiste enfermera durante la guerra…
– Enfermera en el frente, sí. Traidora a la patria.
Harry observó su mirada serena.
– Eramos unas cuatrocientas. Nos condenaron a penas de prisión después de la guerra, pese a que la Cruz Roja Internacional envió una petición a las autoridades noruegas en la que solicitaban la suspensión de toda imposición de penas de prisión. La Cruz Roja noruega no nos pidió perdón hasta 1990. El padre de Even, el de ese cuadro de allí, tenía contactos y consiguió que redujeran mi pena, entre otras razones porque, en la primavera de 1945, atendí a dos heridos que eran miembros de la Resistencia. Y porque nunca fui miembro de la Unión Nacional. ¿Quieres saber algo más?
[20] Johan Borgen (Oslo, 1902.-1979), excelente novelista, dramaturgo y crítico literario noruego. La tercera y última novela de su principal trilogía se titula precisamente